THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Votos sospechosos e imprevistos

«La triple alianza pijoprogre o pijocarca no cuenta con el voto de la posible mano de obra catalana»

Votos sospechosos e imprevistos

Ilustración de Alejandra Svriz.

El núcleo duro del independentismo (ERC, Junts, Comunes) hablan siempre al mismo interlocutor. Parecen dirigirse, sin metáforas ni tropos del lenguaje, sin joyería verbal ni gramática parda, a un catalán medio, bien asentado, bien limpio, bien perfumado, con rentas altas y perrito salchicha por la Diagonal, Gracia o Ramblas. Apelan a la nación, a su república imaginaria de quita y pon, alternan el castellano y el catalán cuando hay curvas («Ese escribe con curvas», decía Unamuno de Valle-Inclán) y todos son felices. Son pijos, con y sin pasta, señoritos, y también cursis, como recientemente subrayaron Raúl del Pozo y Sergio del Molino, cada uno desde su gatera. No conocen la calle ni el barro en las ruedas. Viven ciegos. 

El 28% de la población en Cataluña ya es extranjera. Un número difícil de cuantificar, porque nunca se sabe cuántos duermen a la sombra, pero que va en crecimiento, porque la gente que sube del puerto por las noches en Barna son legión, con y sin papeles. El 20% de la población en Cataluña son ancianos, algunos muy baldados, muy vencidos, de los que no salen a votar ni con carricoche. Cataluña, el pasado noviembre, superó los ocho millones de habitantes. Su única revolución demográfica es la extranjera, frente a la baja natalidad y los bocadillos de dos metros de Junqueras, frente al envejecimiento masivo y las canastas al baloncesto de Aragonés, frente a la migración internacional de pleno derecho y la comba que a veces saltan juntos Puigdemont y Colau. En el siglo XXI el fenómeno migratorio lleva aportando a Cataluña 1,7 millones de personas: son la otra cara del desplome de la fecundidad, son muchos la alegría de los bares, hermosa raza latina que al atardecer ventilan una caja entera de cervezas por barba, sin despeinarse. El 28% de los habitantes de Cataluña son nacidos en el extranjero o hijos de migrantes internacionales. Pocos suben al ascensor social.

El FMI, muy bajito, se lo dijo al presidente Sánchez: su salida a la demografía es la migración, traiga medio millón con papeles y pueden solucionar los cien mil camareros que faltan en España, y el obreraje a tiempo completo rechazado por los españoles, y los peones de la geriatría masiva, y lo que usted quiera. Nada tiene que ver la Cataluña de Pujol (años 80) para la que todavía hablan con mucho gargajo y escupitajo el núcleo duro de soñadores diurnos con ganas de mucha almohada (ERC, Junts, Comunes). En aquella Cataluña el primer hijo se tenía a los 25 años y solo el 2% habían nacido en el extranjero. A principios del siglo XX, Cataluña solo tenía dos millones de habitantes y, a mordiscos y dentelladas, creció desigual y salvajemente, siempre por las sombras, las sobras y los márgenes. Los sabios sitúan dos oleadas masivas en busca de plato y dándole al zapato: entre 2000-2008 (primera oleada) hasta la crisis; entre 2014-2020 (hasta la pandemia). Cuentan los demógrafos de la linterna por los cubos de basura: «Primero fuimos tierra de paso, luego de acogida y ahora de inmigrados». El inmigrado censado ya es de aquí y en las votaciones no anochecerá sentado en el sofá. 

El núcleo duro del independentismo (ERC, Junts, Comunes) sigue en sus elucubraciones, fantasías, embelecos y megáfonos para cuatro tronados. Los datos pardos: el 65,8% de la población catalana es migrante o descendiente de migrante y hasta un 75% es producto directo o indirecto de estos desplazamientos. Un abuelo por familia nació fuera de Cataluña y no es catalán. La radiografía internacional no solo copa los botellones junto a las fuentes y caños de la Plaza Real: latinos (44%), europeos (22%), africanos (20%), asiáticos (11.3%), marroquís (15%), colombianos (6,8%) y argentinos (5,5%). Las áreas metropolitanas son todas de fuera, al igual que las capitales comarcales y el litoral. En Barcelona hay medio millón de extranjeros empadronados, y en Badalona y Hospitalet se acercan a cien mil. ¿Qué jerga indepe, qué cuento indepe, qué fábula indepe les van a vender a toda la gente libre que trabaja y ama en Cataluña a su santa bola? Apenas tocan a 1,2 hijos por mujer en 2022 (1.58 en 2008). Natalidad, fecundidad y demografía brillan en completo desplome. La población fértil es ostensiblemente inferior a las décadas anteriores. El catalán nativo tiene pocos hijos y los tiene tarde. Las generaciones vacías (todas en edad fértil) no sufren reemplazo y agonizan. La demografía entera es ya cohesionar a los que vienen de fuera respecto a vivienda, servicios y movilidad. Es lo que hay. 

El grupo cursi (ERC, Junts, Comunes) aprieta su apaño entre ellos: Illa correrá un poco, nos adelantará, pero al final nuestro pacto tácito será gobierno, como fue siempre, porque no gana quien vence en las urnas. Los votos sospechosos entre las sombras, población extranjera, población migrante, curreles y jitos, muchos jitos, perturban cualquier cuento ordenado de Canterbury y las esencias autóctonas del divino lugar. Cambiar el rollo indepe a frecuencia modulada no es posible. Esos votos imprevisibles, todos sospechosos, no atienden a un relato literario ni ordenado. Es un voto emocional, por tanto fluctuante, ajeno a cualquier fidelidad posible, sujeto a régimen de vientos, impreso de la calle pura y dura. La triple alianza pijoprogre o pijocarca no cuenta con el voto de la posible mano de obra catalana. Por eso Vox (veloz en las sombras) envía a esas misiones a un negro. El voto por abajo será sordo a nostalgias.    

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