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Santa semana en Lisboa

«La hipnosis no hizo más que acentuarse, y allí seguimos empujados por el viento, con los paraguas tronchados, mojados por la lluvia y el río-mar»

Santa semana en Lisboa

Puente 25 de abril, en Lisboa (Portugal).. | Lisboa

1. Nada más salir de España y entrar en Portugal, una sensación contundente: la de emerger de la porquería. Así estamos. 

2. La alegría de los primeros pasos por Lisboa tras haber dejado el equipaje en el hotel. Nos alojamos cerca de la plaza de Camões y caminamos por la rua do Loreto, el largo do Calhariz, la calçada do Combro… Entramos por Marechal Saldanha en el mirador de Santa Catarina. El río-mar, la ciudad, el puente, el monstruo Adamastor (sobre el que deliraba Ricardo Reis). Ambiente desenvuelto de visitantes. La alegría parece haberlos contagiado a todos.

3. Cada visita mía a Lisboa ha sido diferente; además de porque todo cambia, porque no se ha repetido la compañía (ni la soledad de mi primer viaje). En cada visita están las anteriores, que resuenan y resurgen por aquí y por allá, dándole una sombra de pasado al presente, o un relieve. La ciudad la tengo habitada, lo que quiere decir que están, se cruzan, los fantasmas que fueron y los fantasmas que fui.

4. Es la primera vez que vivo una Lisboa intensa, prolongadamente lluviosa. Siempre me tocó soleada, con alguna lluvia o algún rato nublado que no anulaban la primacía del sol. Mi idea de Lisboa se hizo así contra su fama: hermosa sin melancolía. Solo la corrosión atlántica de las fachadas, ciertos rincones ruinosos, la suavidad derrotista de los portugueses o el desasosiego de Pessoa que se acoplaba a la ciudad mantenían el hilo con su imagen triste, mientras chisporroteaba de vida. Esta Semana Santa sí ha reinado la lluvia. Solo ha salido el sol dos mañanas: el resto, nubes y agua. Muchos minutos escondidos en soportales, entre ellos el de la catedral y el del panteón de hombres ilustres (¡incluida Amália Rodrigues!), mientras diluviaba fuera. De este último huimos en un tuk-tuk que trepidaba por las cuestas empedradas y con raíles, como una atracción de feria. Otras veces caminábamos con el paraguas mientras yo canturreaba a Adriana Calcanhotto: «Mão e luva, vamos passear de guarda-chuva […] Luva e mão, nosso encontro parecia perfeição». Y horas en la habitación con la lluvia fuera. Una Lisboa fastidiosa, incómoda, divina.

5. Hubo un tornado por el puente Vasco da Gama, pero nos pilló a cubierto. Sí nos pilló in situ un temporal que se desató mientras merodeábamos bajo el puente 25 de Abril. Accedimos allí desde el barrio de Alcântara y la LX Factory, donde se encuentra la enorme librería Ler Devagar. Estábamos presos de una suerte de hipnosis del puente, que nos impedía salir de su influjo. Hasta que se desató el temporal y el Tajo se agitó con su fuerza atlántica. La hipnosis no hizo más que acentuarse, y allí seguimos empujados por el viento, con los paraguas tronchados, mojados por la lluvia y el río-mar. Fue una tarde sublime.

6. Por lo demás, librerías, restaurantes, bares, museos, tiendas de discos (hay varias en el Espaço Chiado, Misericórdia 12). Para beber, Pensão Amor (Alecrim 19) y Pavilhão Chinês (Dom Pedro V 89; ¡hay que llamar al timbre!), además de unas ginjinhas de pie en A Ginjinha (São Domingos 8). Para comer (¡una vez que ha cerrado la Casa da Índia de la rua do Loreto!), Papo Cheio (São Pedro de Alcântara 15), Barcabela (Palma 285) y Acarajé da Carol (Rosa 63), estupendo restaurantito brasileño. 

7. La mejor librería es ahora la Travessa (Escola Politécnica 46), que viene de Río de Janeiro y tiene muchos libros de allí (algo infrecuente en Portugal). Y el mejor mirador (con otro rincón brasileño escondido, bajando unas escaleritas como de casa particular): Senhora do Monte.

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