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Fuera de carta

De la sopa de ardilla de Eisenhower al salmorejo de Pablo Iglesias: así comen los políticos

La lista de la compra nos permite practicar una sociología que invita a sacar conclusiones sobre nuestros representantes

De la sopa de ardilla de Eisenhower al salmorejo de Pablo Iglesias: así comen los políticos

Pablo Iglesias comiendo durante un encuentro con Revilla en 2015. | Archivo

Fisgonear en las neveras de la gente es una actividad fascinante a la que un periódico español supo sacarle partido hace unos años al publicar artículos sobre el contenido de los frigoríficos de los famosos. La breve entrevista se acompañaba de una imagen de los protagonistas junto a su nevera abierta, en la que destacaban diez alimentos rodeados por un círculo. Al saber que Menganito comía yogures desnatados sabor fresa y Zutanita se pirraba por el bizcocho de yogur de Mercadona, yo al menos los sentía más cercanos, me daba la impresión de conocerlos mejor a pesar de mi desinterés general hacia la mayoría de ellos, cuyos nombres leía por primera vez.

Una actividad similar la podemos llevar a cabo en las tediosas colas de los supermercados: tratar de leer la cotidianidad de los que nos anteceden en la fila cuando despliegan su plétora de productos es un entretenimiento muy digno que, por si fuera poco, nos mantendrá alejados por un momento de la pantalla del móvil. Así que ese joven grandote lleva pizzas congeladas y cervezas en lata como hilo conductor de la cesta de la compra, y esa joven que habla un idioma eslavo empuja un carrito sin presencia animal, lleno de hamburguesas vegetales y briks de leche de soja: la lista de la compra nos sirve para practicar una sociología de bolsillo que invita a sacar conclusiones sobre la dieta de nuestros conciudadanos, un dato a mi juicio tan revelador como su intención de voto.

A los políticos, en cambio, no los vemos casi nunca comiendo en las fotos, en principio porque comer no es fotogénico: aparecer masticando un pedazo de cachopo afearía levemente a Mr. Handsome y eso no es deseable. Pero, ante todo, porque ver cómo los que gestionan públicamente nuestro dinero chupan con fruición cabezas de bogavante nos resultaría obsceno, y los responsables de relaciones públicas lo saben.

Feijoó y Casado comieron juntos en febrero de 2023, justamente un año después de que el segundo fuese derrocado como líder del partido. Fue Feijóo, según fuentes del PP, quien le propuso ese almuerzo a dúo en «un céntrico restaurante de Madrid», tal como figura en una breve noticia que leo en internet, pero donde no se menciona qué comieron. ¿A nadie salvo a mí le interesa el menú que pidieron en un encuentro tan tenso? ¿Se dieron un banquete o fue una comida en varios pasos, de pequeñas raciones muy bien presentadas con sus salsitas pintadas como al óleo sobre el plato? De haber visto lo que cada uno pidió y, más aún, de haber visto si se dejaron algo en el plato, habríamos entendido al momento si fue una reunión distendida o si ambos estaban más tiesos que la mojama –por emplear una analogía culinaria– y no les entraba más que una brocheta de tomatitos cherry y huevos de codorniz.

Pero que no cunda el pánico: no me sumaré aquí al elenco de articulistas que han escrito sobre la taberna de Pablo Iglesias, por no añadir más ingredientes a la papilla mediática al respecto, pero sí que me veo obligada a mencionar en un texto como este aquel salmorejo de bote que el propio Iglesias comió con Ana Rosa Quintana en su casa de Vallecas y que pudimos ver en Telecinco. Alberto Olmos le sacó un espectacular jugo (un juguillo rosado, ya que hablamos de una receta con tomate) en su libro Vidas baratas. Elogio de lo cutre (Harper Collins, 2021). Él sí supo leer esas tostadas con salmorejo de tetrabrik, jamón serrano y aceite de oliva servido «directamente de la botellita de plástico comprada en el súper, y no de una aceitera de acero inoxidable o de cristal moldeada con elegancia», según nos dice Olmos. En ese mismo texto nos invita texto a imaginar a Pablo «comprando salmorejo en el supermercado y eligiendo el más caro de todos, Alvalle. La ternura localizable de una persona cutre comprando lo más caro de todo es difícil de exagerar. Es una rendición puntual de su filosofía, un gesto absolutamente crítico. Porque cuando el cutre compra lo más caro de todo siempre fracasa». He aquí un perfil lúcido y preciso de Iglesias en sus comienzos como figura pública, y todo ello solamente a través de unas tostadas de pan con salmorejo.

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Al otro lado del Atlántico, Alex Prud’Homme ha hecho un gran trabajo similar en Dinner with the President, libro en el que recorre las costumbres alimenticias de los distintos presidentes de los Estados Unidos, desde Jefferson hasta Biden. Obviamente, y como bien dice el autor, una comida en la Casa Blanca no es simplemente una comida: es un foro político y de entretenimiento de primer nivel.

En el libro nos enteramos de que Eisenhower comía –atención– ¡sopa de ardilla!, los Roosevelt, Theodore y Franklin D., le daban al entrecot de bisonte y Biden –pero también George W. Bush– almuerzan sándwiches de mantequilla de cacahuete con mermelada, algo que a mí me resulta una parodia de la americanidad pero que, por lo visto, allí es una comida propia de un mandatario.

Portada libro Dinner with the president. | Deckle Edge

Echo de menos un libro como ese en castellano. Un libro donde conocer mejor la dieta de Adolfo Suárez –a quien, por cierto, llamaban ‘El Chuletón de Ávila’–, pero también de Cánovas del Castillo o de Niceto Alcalá-Zamora y, cómo no, de Felipe González durante sus saraos en La Bodeguilla. Un libro que no solamente contenga cotilleos sobre personas, sino que nos
explique, como quien no quiere la cosa, los cambios producidos en la sociedad española a través de los hábitos alimenticios de sus gobernantes. Me veo ya poniéndome manos a la obra en hemerotecas y archivos históricos. Tengan paciencia: va a ser una tarea ardua, pero yo creo que va a merecer la pena.

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