Podemos y el miedo
Podemos no ha muerto. Por Garibaldi pasan caras de humo y ojos de noche. Allí se cocinan los mejunjes y la red de favores
El partido no ha muerto. El partido sigue latente, oculto, los ojos brillantes entre la espesura, el cuchillo de plata bien mordido, las armas veloces, los ojos lentos y escrutadores. El partido retorna al romanticismo máximo, la humedad honda de tabernón, sin azulejo andaluz ni vermú de grifo. Solo la muerte anda por los espejos. El partido, rearmardo en la madrileña Taberna Garibaldi (Ave María, 6) resurgirá de sus cenizas o morirá matando. Lo tienen claro. Así canta la gallina después de asada, sobre el cazuelón de barro, con una gran albóndiga de tofu en el pico abierto.
Belarra ordena la chatarra: no va mucho por Garibaldi, donde se agitan los felpudos en las narices a los curiosos y se joden en toda clase de elegancias, pero su mapa en servilletas será infalible. En primer lugar, dejar pasar las elecciones vascas, que ellos descubran quién la tiene más vasca con los pantalones o las faldas bajadas, pero eso no va con ellos, ya aprendieron de las gallegas y el rollo idiomático es quién vende el pescado y el jamón de mono, está claro. En segundo lugar, remontar en las elecciones catalanas, porque aquí hay mucho de fuera y, finalmente, la gloria: triunfar en las europeas con Irene Montero estrenando sillón y cuenta corriente.
La hoja de ruta huele a nueces, que eran lo que decían siempre los que iban a visitar a Chagall, especialmente el envidioso de Louis Aragon. Faltan los palos en las ruedas: todos por obra de Yolanda Díaz, a la que Anson llama Iscariote, y a la que Pablo Iglesias tiene en el centro de la diana por las noches. Lo decía mucho Castilla del Pino: «Yo soy la flecha que va a dar a la diana sin desviarse». Apenas se desviaba, sí, aún con la media docena de hijos que le murieron de la droga. Yolanda Díaz Iscariote no sabe la que se le viene encima. Son muchas noches de diana, de flechas y de darle al coco hasta la madrugá.
Otro mapa con servilletas, bolígrafo muy rojo, subrayados como si alguien gritase, figura como atajo y adenda del primero. No basta con haber bajado a una taberna, precisan más populismo, mucha garrafa de populismo, mucho calimocho negro y azul, con una pizca de mora. La operación puede tomar cuerpo digital, sin reuniones asamblearias, porque todo aquello acabó mal por culpa de las birras calientes. Más populismo y la espada misma de Damocles: desde el Grupo Mixto, sin perder sonrisa, rechazar en el Congreso medidas ya aprobadas en el pasado, con empujón y accidente para Sumar, que igual descarrila, a la que se le romperá el gesto, donde ya no valen abrazos de oso y ojitos de peluchín. El cordón sanitario hacia Sumar será pegar la formación al PSOE, con todas las consecuencias, y separarse de ellos por medio de la inmediata zanja en el suelo, antes del incendio colosal, apagado con gasolina de la buena mientras el cielo de Garibaldi, como en los mejores garitos tiernos, es humo y solo humo.
Sumar, Yolanda, todos siguen obsesionados con la implantación territorial, que es algo así como enviar a peña a los sitios para que venda los yogures de bífidus o contactar con alguien de la zona, muy de allí, donde sea, y que los venda él sin regalarlos. Podemos quiere un modelo centralista, justo al revés, la piedra en el centro del estanque, como fue siempre, y las ondas expansivas que lleguen a todas partes como eco y muchas curvas. «La extrema cortesía de ir de frente», dijo el poeta. No puede traducirse el mensaje por localidades, porque es trocearlo y, en último término, dejarse robar la palabra por la gresca ocasional. Además, está claro, siempre hay mucha rubia quitagustos que acaba tergiversándolo. Hay que volver a las Vistalegres del alma donde desafinaba hasta el mismo silbido del viento. Volver al tam-tam, al jula-jula, a la letanía de reclamos inmediatos, al bureo de patanes, a la jungla y la cueva, al balbuceo o melopea de grandes visionarios osos.
No cabe operación Podemos en torno a los caseríos vascos donde el personal se la mide a ver quién la tiene más vasca, como dijo el corresponsal Jesusito Nieto Jurado. Los nuevos bríos tienen que ir a la Barna contestaría, la de Colau Okupa, y todos los compis que por allí tocan la flauta con el perro, y mucha cantina triste del Gótico o Ramblas, y ese arte del dos de oros, que es el de la astucia en tiempos de borrasca y mala traza. Barcelona, sí, merece un tiento. Y luego en Europa hay que estar, porque es la bolsa o la vida, el trampolín de Montero para vestuario y maquillaje.
Podemos no ha desaparecido. Lo dijo el poeta: «Me voy pero me quedo, me voy pero me quedo, me voy pero me quedo». Cualquier burla o lapo hacia el caído es ahora subestimarlo. Podemos está en la pomada. Por Garbaldi, en sucesivas gotas, pasan muchas caras de humo y ojos de noche. Allí se cocinan, entre algas, los mejunjes y la espesa red de favores. Allí la lluvia invita a manos de tintos de batalla. Allí no existe el consuelo de la burla ni las caras perdidas para siempre. Solo los ilusos siegan al partido la hierba bajo los pies: ras, ras, ras. Los que están parados son los relojes de lujo. Andan los cucos por las esquinas con los tres ojos abiertos. Podemos resurgirá de las cenizas o morirá matando. La derrota venderá a la siesta antes del próximo combate y el regreso, como dijo Mutis, es un espejismo deleznable. Un fantasma así tiene ganada la eternidad entera. Mucha gente cruda memoriza ya las páginas color tabaco. Yolanda Iscariote –lo tienen prometido- conocerá a fondo todos los adioses de los trenes. Qué miedo.