THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

Otra ronda en la taberna Garibaldi

«La taberna sólo para rojos terminó de fusilar al alba mis convicciones de pubertad, mis sueños de romántico utópico»

Opinión
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Otra ronda en la taberna Garibaldi

Ilustración de Alejandra Svriz.

Todo el mundo lleva consigo un instante en que se da cuenta de lo lejos que queda ya la juventud. Hubo quien lo sintió con un poema de Pessoa, hubo a quien le sobrevino revisitando un capítulo de Friends o echándoles un ojo a esos recuerdos que te envía el móvil: «Mira lo que hacías ocho años atrás». Todo el mundo se acerca a la vejez progresivamente, pero se da de bruces con ella por culpa de un golpe agudo de realidad, eso que los horteras llaman punto de inflexión.

Leo que Pablo Iglesias ha montado una taberna «sólo para rojos», y siento que la juventud no sólo se ha marchado, sino que entre unos y otros la hemos enterrado bajo docenas de paladas de tierra. Taberna para rojos, ahora que ser rojo es una perífrasis de otra época, sepultada también entre sanchismos, wokeo y absurdeces. Y qué decir del término «taberna», un sustantivo en el que fui feliz, pero que ahora se esfuma entre aperitivos servidos encima de una pizarra y una especie de cerveza que ha de ser agitada antes de abrir.

En la taberna sólo para rojos de Pablo Iglesias hay mucha gente. De momento, hay un propietario que nunca quiso propiedades, que se beneficia de la política fiscal y social del enemigo, y que sólo dobló la cerviz para secar unas copas el día que la prensa le hizo fotos al garito. Si le dicen hace años que terminaría con chaletazo en la periferia, negocio propio, café, copa y puro; no se lo creería. No le culpo. La vida te da contradicciones, contradicciones te da la vida.

«Por desgracia, en Madrid, sí te puedes topar con el tipo que un día fuiste»

Hay clientes que llegan atraídos por el susodicho lema «taberna sólo para rojos». Sobre todo, por el adverbio «sólo», que permite mostrar bien el sectarismo, la discordia con el enemigo entre tartar de atún y clara con gaseosa. También hay un barrio, Lavapiés, que como bien argumenta Lucía Etxebarria en este mismo medio ya ni es Lavapiés ni es barrio. Por supuesto hay comida progresista, bomba de frío y calor progresista, y canciones progresistas del cantautor acústico progresista de moda. Y por el medio nosotros, los de entonces, que ya no somos los mismos, pero que como en el poema de Neruda oteamos largo el olvido.

Decía Ayuso que en Madrid no te sueles encontrar con tu ex, a lo que yo contrapongo que, por desgracia, sí te puedes topar con el tipo que un día fuiste. Les separan unos cuantos idealismos y no pocas arrugas, pero ahí sigue. Por el camino hemos visto muchas cosas. Un 15-M con la plaza repleta de gente que parecía inteligente y que luego no fue tal; republiquetas que duraron 15 o 20 segundos; pandemias que pusieron en jaque el Estado de derecho; mentiras que hacen olvidar la mentira previa; y en general varios gobiernos infames, a uno y otro lado, que han dejado la piel de toro como un solar.

En todo eso pienso mientras me imagino otra ronda en la taberna Garibaldi, la taberna sólo para rojos que terminó de fusilar al alba mis convicciones de pubertad, mis sueños de romántico utópico. Póngame un trago más, tabernero, que falta nos hace.

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