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Las guerras secretas

«Marruecos prepara una agenda 2030 por la que cumple un viejo sueño: la ocupación de Ceuta, Melilla y Canarias»

Las guerras secretas

Inmigración en Canarias. | Archivo

Cuando José Borrell, semanas atrás, con su aplomo clásico y sin estridencias, avisó cómo había que ir preparándose para la Guerra, todos arqueamos las cejas y empezamos a empalidecer. Nadie bromeó sobre la advertencia. Cuenta un tercio de lo que sabe o almacena. De momento, secretamente, Pedro Sánchez gastará en Defensa unos 1.130 millones, evita todo debate en el Congreso sobre dicho gasto y el importe llega al 8% del presupuesto anual. Planea, incluso, enviar tropas a Eslovaquia sin el menor consenso. Al mismo tiempo, simultáneamente, Marlaska pide a la UE más fondos para los países emisores de inmigrantes, y lo hace desde Canarias donde están reunidos todos los llamados MED5: estados miembros de la Unión con la frontera exterior más expuesta a la inmigración irregular. Marlaska quiere los llamados «partenariados» similares a los de Mauritania o Túnez. El sur se complica tanto como el norte y Borrell es el único que lo sabe. 

Todos miramos al norte, al loco de Putin, a la resistencia ucraniana y a todos los aliados que ambos bandos concitan cada día y despiden. Los listos, por vez primera, comienzan a mirar sin parpadear al sur. Marruecos prepara una agenda 2030 por la que cumple un viejo sueño: la ocupación de Ceuta, Melilla y Canarias. Vivimos un atisbo de lucha armada con la ocupación del islote Perejil (julio, 2002) donde los que saben nos vieron al borde de una guerra. Mohammed VI y Hasan, con Aznar o sin él, con los legionarios del Tercio Duque de Alba de Ceuta o los boinas verdes, siempre hablaron muy bajito de la Operación Reconquista. Tras lo de Perejil, Rabat no pudo ser más contundente: condenaba la ocupación, la equiparaba a una declaración de guerra y anunciaba una denuncia ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas por violación del derecho internacional. Fue Colin Powell quien, entonces, hizo a España y Marruecos volver a ser amiguitos: España retiró a sus legionarios y los respectivos ministros de exteriores (Ana Palacio, Mohammed Benaissa) bebieron mucho té caliente.        

Perejil no fue un chiste y lo cuenta, a doble espacio y sin olvidos, Fernando San Agustín, ex agente del SECED, hoy CNI, en páginas veloces y violentas: La trastienda de los servicios de inteligencia. La obsesión por anexionar Ceuta, Melilla y Canarias es vieja, conocida, legendaria y más famosa que secreta. La Operación Reconquista o 2030 es muy simple: primero, todos quietecitos, y ver y apuntar cómo España se disgrega en sucesivos reinos de taifas; segundo, emplear el gran potencial marroquí, su población joven y desesperada, en todas las oleadas posibles para asentamiento en los terrenos y territorios vecinos; finalmente, cuando España se encuentre en el cenit de su variado y complejo problema independentista, enviar tan solo veinte mil efectivos por tierra que entrarían por Ceuta y Melilla, acompañados de autocares y camiones, también un tercio por mar, y todos con muchas ganas por levantar la bandera marroquí en tierra española, ante una Policía, Guardia Civil y Ejércitos atónitos por el imprevisto inmediato. Con la bandera dura como el mejor mástil, sí, dar todos muchas gracias al Altísimo por medio de la oración y sembrar de obstáculos las calles (muebles, coches, etc) para no solo bloquear carreteras y arterias urbanas sino también puertos y embarcaciones de toda laya. Quienes no acepten la inclusión en Marruecos, por ferris se deportarán a la península en una dirección. Apenas un picnic.

Las hipótesis son terribles y todas dejan de ser imaginarias para ser no solamente verosímiles sino también verídicas: los cristianos no lucharán por Ceuta y Melilla porque la mayoría de los españoles las considerarán ciudades marroquíes (la posible mayor resistencia de Canarias se solucionaría con más envíos por idéntico sistema de transporte). Cada isla de Canarias recibiría diez mil personas, cincuenta mil transportadas en flota durante una primera fase, seguidas de una segunda y tercera. Los desembarcos serían pacíficos y la armada marroquí atracaría en los puertos canarios mientras el ejército protegería a la gente y ocuparía los aeropuertos. Un pequeño ambiente de caos o pánico traería incendios, desalojos de edificios, y un ambiente de confusión similar a cualquier explosión de un volcán o terremoto pequeñito. A todos los jóvenes reconquistadores se les premiaría  con una hacienda, un terrenito, una tiendecita y, la población cristiana al sentirse desprotegida, escaparía como conejos. Se desarmaría a policías y militares (fusilados quienes se resistan). La reacción del Ejército no sería la de los ingleses en las Malvinas, sino la inacción, la misma que preside el conflicto de Gibraltar, contentándose si acaso con Gran Canaria, Tenerife y las Chafarinas. El relato Marruecos/2030 puede ser algo más que una fantasía. Siempre estuvo ahí. Borrell lo sabe. Sánchez lo sabe. Los marroquíes son hoy la primera comunidad extranjera en España: 880.000 personas. A cifras del 2020, España es el segundo país que más marroquíes recibe (24% del total) solo por detrás de Francia (32%). Houellebecq no andaba nada desencaminado en su novela Sumisión. Todos miramos hacia delante y hacia arriba, esperando la Gran Guerra, mientras las secretas nos vienen por atrás y abajo. ¿Por qué las maniobras de Rabat (veinte naves marroquíes cercanas a Canarias) inquietaron tanto a Madrid? ¿Y la jurisdicción de las aguas en el Sáhara Occidental? ¿Y las diplomacias hoy rotas y mañana vueltas a pegar con cola de carpintero? ¿Y las regasificadoras y oleoductos (roto el vínculo español) que Marruecos quiere para el 2030 y cuenta riéndose por lo bajinis? Mucho tomate.

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