THE OBJECTIVE
EL BLOG DE LUCÍA ETXEBARRIA

Por qué no estaré en Sant Jordi: cuando la vocación se mide en el fracaso

«Escribir es un refugio, un santuario para todos aquellos que están dispuestos a abrir. A abrir un libro o el corazón. A abrir la mente»

Por qué no estaré en Sant Jordi: cuando la vocación se mide en el fracaso

Una persona con rosas en Sant Jordi | Matthias Oesterle (Zuma Press)

Cuando teñía 27 años acudí por primera vez a Sant Jordi como escritora. Desde entonces, acudí durante 15 años seguidos. Cuando me atreví a hablar en alto de mis opiniones y cuando se inició una campaña de cancelación contra mí se hizo correr también el rumor de que había plagiado un libro. Incluso se presentó una demanda, que ni siquiera fue admitida por Fiscalía. Porque no había caso. 

Pero con eso fue suficiente para que me convirtiera en veneno para las editoriales. Estas decidieron que no podían contratarme porque yo arrastraba el San Benito de tránsfoba y de plagiadora. Yo escribía y escribía cada día, y sin embargo ante el mundo ya no era una escritora. Me habían despojado de ese título. Nadie quería invitarme a una conferencia o una presentación, y las librerías escondían mis libros.

Quizá lo peor de todo fue cuando en una librería dirigida por un amiga, en una librería a cuya caseta había acudido durante años en la Feria de Madrid, porque nadie más quería ir, se retiraron mis libros. Se retiraron porque la librera tuvo miedo. Miedo de las hordas LGTBQ que exigían mi cabeza.

Finalmente, volví a publicar en una editorial –hablo del libro que he publicado este año: La Escritura que cura–. Pero este 2024 no me ha llamado ninguna librería para que me siente a firmar en Sant Jordi porque ahora, además de plagiadora y tránsfoba, también me llaman facha. Es triste que el mundo de la literatura dependa tanto de la política y de las ideologías. Pero es lo que está sucediendo. Lo siento mucho, la vida es así y no la he inventado yo.

Como los que me siguen ya saben, toda esta campaña de cancelación coincidió con la muerte de mi madre y también con una enfermedad. Mi enfermedad tiene una base genética pero el estrés es el activador, de forma que todo el estrés que me ocasionó la campaña acabó deteriorando mi salud. Por supuesto que pensé en el suicidio. ¿Quién no lo ha pensado en los peores momentos de su vida?

Pensé que mi carrera como escritora estaba acabada. Pero no es que lo pensara sólo yo, es que lo pensaba toda la industria editorial. Sin embargo nunca dejé de escribir. Y curiosamente, escribir me salvó la vida. Perder un trabajo supone una de las experiencias más estresantes de la vida. Aparte de la obvia angustia financiera que puede causar, el estrés de perder un trabajo también puede afectar gravemente al estado de ánimo, a las relaciones sociales (sí, se pierden muchas) y a la salud física, mental y emocional. Nuestros trabajos son a menudo más que simplemente la forma en que nos ganamos la vida. Influyen en cómo nos vemos a nosotros mismos, así como en la forma en que nos ven los demás.

Mi trabajo era mi vida. Yo era escritora. Mi trabajo me proporcionó una salida social y le dio estructura, propósito y significado a mi vida. Quedarme repentinamente sin él, ver cómo me despedían del periódico en el que estaba colaborando, cómo retiraban mis libros de librerías, cómo ninguna editorial aceptaba mis manuscritos, fue devastador. Me sentí traicionada por el entorno, impotente ante la dirección que estaba tomando mi vida y en muchas ocasiones culpable. Culpable de no sabía bien qué. Culpable por no haber sabido defenderme mejor.

Creo que con lo que estoy contando se pueden identificar muchísimas personas que han perdido su empleo de un día para otro. Lo que voy a contar a partir de ahora quizá no sea tan universal. Pero en mi caso mi trabajo también era mi identidad. Yo era escritora y se me percibía como escritora. Si dejaba de publicar y dejaban de aceptar mis manuscritos, entonces, ¿quién era yo?

Pero seguí escribiendo y descubrí que mi identidad era la misma, me publicaran no mi publicaran. Y apuntalé mi identidad gracias a la escritura. La vocación se prueba en el fracaso. Es fácil escribir cuando sabes que te van a pagar un enorme adelanto y que tu editor está esperando tu próximo libro como agua de mayo. No es tan fácil seguir haciéndolo cuando la industria editorial te ha expulsado de su seno. Cuando te has convertido en una apestada.

Pero yo seguí haciéndolo. Junto con la terapia y la meditación, la escritura me salvó. Me siento afortunada de poseer el impulso de escribir profundamente arraigado en mí y de poder recurrir a la escritura, como a una amiga de confianza y sin prejuicios, una amiga que te escucha y no te juzga, durante esa época tan abrumadora de mi vida.

Escribir mis miedos, frustraciones y deseos me ayudó a liberar algunas de las emociones reprimidas que estaban atrapadas en mi interior. Dejé mi corazón sobre el papel, purgándome de algunas de las toxinas que había estado ingiriendo. Del odio, sobre todo del odio. No me arrepiento ni me avergüenzo de haber sentido odio, que era la emoción natural en aquellas circunstancias, pero lo cierto es que me estaba envenenando. Palabras y emociones brotaron de mí. Sentí que otros podrían beneficiarse de lo que escribí, que la gente podría identificarse con al menos parte de lo que yo estaba pasando: dolor crónico, ansiedad y depresión, angustias, frustración.

Otros estaban librando sus propias batallas. En los talleres descubrí que compartir mis debilidades fortaleció muchas de mis relaciones. A través de la escritura llegué a sentirme más fuerte que en años y menos sola. Las personas que conocí o con las que reconecté me recordaron que todo el mundo ha atravesado alguna vez en su vida un momento de crisis. Que siempre hay una lucha. Pero muchas personas eligen (o se sienten obligadas a) mantener sus luchas en privado, en una sociedad que te exige aparentar que siempre estás bien y que siempre tienes éxito, una sociedad que te exige ponerte una armadura de sonrisas y que no perdona la debilidad.

Si usted me lee y ahora mismo esta sufriendo, por lo que sea, y muy especialmente si es usted una de las personas que internaliza el dolor, le insto a que escriba. No es necesario que comparta sus escritos con nadie; solo escriba para exorcizar a los demonios. Utilice una escritura rápida y basada en el flujo de la conciencia. No se preocupe por la ortografía o la puntuación. Después de todo, en una conversación sobre algo importante, las palabras simplemente fluyen sin apenas un respiro entre ellas. No se preocupe por lo que piensen los demás. Su escritura puede permanecer privada si así lo desea. Puede anotar sus sentimientos más profundos y luego destruirlos inmediatamente, lo cual es terapéutico en sí mismo. Pero escriba.

Escribir me ha sacado de mí misma, y me ha conectado con la gente de nuevas y mucho más interesantes maneras. He descubierto más sobre quién era, quién soy y quién quiero ser, mientras aprendo sobre los demás en el proceso. Escribir le dio a mi vida un propósito renovado. Escribir me salvó.

Hoy no estaré en Sant Jordi. Quién sabe si volveré alguna vez. Confío en que sí. pero también sé que si no vuelvo nunca más no va a pasarme nada. Que no dependo del éxito o de la opinión de los demás para poder ser yo misma. Esto es lo que he aprendido en el proceso. Si usted quiere aprender también, haga lo que le he dicho dos párrafos más arriba y escriba. Si siente curiosidad, le recomiendo mi libro La Escritura que cura y sus ejercicios.

Yo ahora no tengo mucho. No tengo dinero, no tengo una buena posición social, y por no tener no tengo siquiera una librería amiga que me haya invitado a ir a Sant Jordi. Pero tengo muchos cuadernos. Cuadernos en los que he ido escribiendo todos estos años. Me consuelan recordándome que no importa lo difícil que sea la vida, que yo siempre puedo escribir. Escribir es un refugio, un santuario para todos aquellos que están dispuestos a abrir. A abrir un libro o el corazón. A abrir la mente. A ensanchar sus expectativas y sus concepciones sobre el mundo. 

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