'Ubú rey' y Ubú president
«No veré Eurovisión, porque no lo hago nunca: repudio esa Europa hortera de las autonomías»
1. Con sus perniciosas (y baratísimas) palabras contra la inmigración, por halagar al electorado catalán (ese electorado que se las trae), puede que Feijóo se haya autoanulado como futuro presidente del Gobierno. Al menos como el presidente que necesitamos: alguien que no alimente los bajos instintos del pueblo, sino que los refrene, incluso que los eduque. Aunque para las tareas pedagógicas desde el poder hace falta una auctoritas que no se le atisba a ningún político en España. Por eso se entregan a lo fácil, que coincide con lo peor: el abyecto populismo.
2. No veré Eurovisión, porque no lo hago nunca: repudio esa Europa hortera de las autonomías. No la aguanto ni irónicamente. Este año, durante su emisión (escribo unas horas antes; espero que para cuando ustedes lo lean haya ganado Israel), empezaré a ver Shoah, contra el antisemitismo campante. Ese antisemitismo que infecta el repudio civilizado contra el vil Netanyahu, su incompetencia en el 7-O y su belicismo de después para esconderse en los escombros y los muertos de la población civil palestina. Lo digo, naturalmente, sin perder de vista la culpa primera de los criminales de Hamás.
3. Els Joglars ha logrado algo muy difícil y muy noble con El rey que fue, que por fin hemos visto en Málaga (y sigue la gira): no ahorrar ni uno de los elementos bufos del emérito Juan Carlos sin por ello ahogar su tragedia. Se da todo junto, lo bufo y lo trágico, como en la vida. Uno suelta sus risas (incluso sus risotadas) y al mismo tiempo mantiene el corazón en un puño. Qué tragedia shakespeariana la de este rey que empieza y termina en el exilio, sin padre y sin hijo, cuya acción política fue buena en lo decisivo pero irresponsable en lo demás, y con un carácter y unos ademanes que no invitan a la compasión. La obra resalta este impulso de Shakespeare, pasado por la comedia española (fundamentalmente la de los propios Joglars) y un cierto eco del Ubú de Jarry y El rey se muere de Ionesco. Albert Boadella dirige la obra y Ramon Fontserè, virtuoso absoluto de la actuación, encarna a don Juan Carlos (es casi su actuación la que le restituye el ‘don’) con todos sus matices. Hacia el final (tras el «Golfo p’adentro» y el «Golfo p’afuera»), el clímax con la portentosa tempestad: el pasado que se remueve, con sus fantasmas. Y el himno nacional con la fanta de jubileta.
4. En cuanto apareció el rey emérito en el escenario, una enarcedida del público gritó: «¡Viva la República!». No hacía falta que lo dijera, porque en seguida iba a decirlo en la misma obra el bufón. Pero qué sintomáticas estas emulsiones «políticas» sobre el universo simbólico: sin ningún distanciamiento brechtiano ya, nuestros ideologizados se comportan en el teatro como los niños en el guiñol de cachiporras. Qué vergüenza hubieran pasado con ellos nuestros ilustrados republicanos de entonces.
5. Después de la función cenamos unos cuantos amigos con Fontserè y las actrices (también fantásticas) Dolors Tuneu y Pilar Sáenz, esta responsable además del vestuario. Deliciosa velada que nos convirtió en aristócratas de esa corte ambulante. De repente, armonía, buena conversación, humor. Y (por nuestra parte) agradecimiento.
6. Asoma Pujol, más Ubú president que nunca, para apoyar a Puigdemont en las elecciones catalanas. Con ello se anuda el anillo pútrido del nacionalismo. Convergencia converge consigo misma, como en una automamada perfecta. Por otro lado, resultan risibles las proclamas contra la ultraderecha independentista de Sílvia Orriols por parte de los demás independentistas. Como si la Orriols no fuera el frasco de sus esencias xenófobas.