ERC es ya independentismo de garrafón
«Illa está fuerte, Puigdemont también, Esquerra se disuelve como un azucarillo en un café negro insoportable»
El final de campaña de ERC fue histórico. Un pequeñín, Pere Aragonés, daba saltos por llegar al micrófono y bramaba contra la Monarquía, la Constitución, Madrid, el Congreso y la madre que lo parió. La desesperación lleva a semejantes trances, ebriedades, pérdidas de suelo y payasadas. Todos en Cataluña los ven como perdedores: no les gustan las caras viejas del Procés, las caras largas de quienes huyeron, las caras tristes de quienes se quedaron, las caras felices de quienes pasean el palmito y la ropa cara por el Madrid más cosmopolita. Cualquier victimario posible produce lo contrario: el asco indecible, adiós a todos estos, cuanto antes, ya.
El príncipe de los insensatos, Puigdemont de Waterloo, aguanta, pero qué resultados va a esperar una campaña sin oyentes ni asistentes, fuera de España, en el terreno puro y neblinoso del misticismo, de lo que podría haber sido y lo que no, de la luna llena a cucharadas, de una leyenda prefabricada y a sorbos. La temperatura en la calle (equis, feisbuk, instagram, tictoc) no habla catalán en la intimidad y baila riguitón, mucho riguitón, con y sin la ropa puesta. Esta gente suena a geriátrico, batallitas de los abuelos, y más aún a fracaso, el de haberlo intentado y perdido, el de haber escapado como conejos y volver entre amenazas áulicas, donde el personalismo es lo contrario de cualquier partido, donde siempre las personas fallan pero las ideas no. Junts aguanta, por los bares y tabernas, parques y farolas, pero ERC abarata títulos y calidades, mucho stock, llevan el no escrito en la frente, pasó su momento.
Puigdemont volverá, Illa ganará, porque el retiro espiritual de Sánchez hizo madurar las vides, y ERC es la sequía que sale del grifo abierto y los saltos públicos de los pequeñines por medir dos metros. Todo el pastel viejo independentista se lo comen los nuevos partidos con chicas y chicos jóvenes, quienes mezclan el amarillo con el rojo, en la senda de los elefantes que pasean Clara Posantí y Silvia Orriols (una roja y la otra ultra, pero ambas de lo suyo, ambas precarias o en equilibrio sobre el cable de alta tensión, ninguna famosa). Junqueras pasó por la trena, Puigdemont vivió al sol junto a los mejores rosales, pero el personal los vez como haz y envés de lo mismo, un negocio que les salió mal, un bisne fallido, un fiasco antiguo. Fallan, según los técnicos, en la retórica, el puro envoltorio del caramelo bombón, que es antiguo, viejuno, no en la onda de los jóvenes actuales, lejos de la calle presente, donde un poco identifican todos a la pandemia con la Diada, por coincidencia de fechas, por barullo, por alboroto no organizado, por chapuza oficial, por negocio grande para ricos pequeños, por maquillaje de la nada, donde la nada nadea a braza y a crol, un mero chiringuito.
Illa está fuerte, Puigdemont también, ERC se disuelve como un azucarillo en un café negro insoportable. El pequeñín y el oso Yogui no pueden defenderse del regreso del mamut prehistórico de Waterloo. El hundimiento de ERC, realmente, es que ya no los ven como independentistas de pedigrí: el personal prefiere a la jauría nueva de caras jóvenes y cuerpos ágiles; elegirán a CUP y Comuns, a pesar del azumbre diario de hostias entre ellos, los codazos, las zancadillas y los insultos ocultos. Illa, bien lo sabe, quiere hacer de llave única para tanta cerradura, pero el caso es que no cuentan con Junqueras/Aragonés, ni mucho menos con el guapo de los Madriles, Gabriel Rufián, al que el bajo de los pantalones una cuarta por encima de los castellanos, ya ha hecho españolo por entero, muy españolo y casi, casi del barrio de Salamanca, haciendo cola en el difunto Balmoral para tomar copas con Loquillo y Luis Alberto de Cuenca, tierno el ambiente de la calle Hermosilla en los tilos de los ojos apretados.
La gran noticia, a mi juicio, es el previsto hundimiento de ERC, que sube a Junts y baja un poquito a Illa, y eso que contaba con un mártir, un presidiario, un buen hombre, al que metieron en la lechera y nada más llegar a la trena pidió una biblia barata de andar por casa (Oriol). El futuro ambiente desestabilizado vendrá justo de ahí, la casilla que falta en el tablero, ERC, donde la pareja de Laurel y Hardy no tiene pegada, no triunfa, uno bosteza mucho y el otro salta peor. Así Illa, aunque haya cambiado las gafas de Anacleto Agente Secreto, sí, va un poco a mesa puesta, a banquete de otros, como fue Óscar Puente a la inauguración del AVE del norte de España. Unos pierden y otros cubren el roto, pero no ganan, porque no arrasan.
El personal pide ingenio a sus políticos. Todo es debido a las redes sociales, que fragilizan los dos brazos históricos del aprendizaje (memoria y atención). No recordamos lo que dijeron ayer, por culpa de la memoria de pez, pero tampoco soportamos el mantra hiperoxidado, cansino, soporífero y viejuno. Illa gana sin ganar, Puigdemont vuelve sin volver y el que pierde de veras es ERC, cuyos voltios pertenecen a otra distopía, donde lo que no hicieron no puede ser el bancal para la siempre de lo previsto. El personal duerme con un ojo abierto y el otro cerrado. No soportan a estos tíos tan vistos. Oyen, pero no escuchan, a esta gente tan fea. El procés ya está cojo, le sierran la pata de ERC y a la otra le ponen una escayola, una prótesis, un alza, para no cortarla del todo de este mordisco. Puigdemont, sí, avisando que vuelve a los señores de Madrid, era algo así como Paco Martínez Soria entre los taxistas blancos de Cibeles. Lamentable. Patético.