Joan Tardà avisa a los suicidas borrachos
Tardá, con amplia experiencia política, pide no bloquear una investidura de Illa y explica esa ecuación de muchos voltios
Es un Sansón de dos metros que no permitió a nadie cortarle la coleta ni peinarle la raya a la izquierda. El bigote gordal, ahumado de cerveza de barril, aromado de cafés cortitos, era culto y cosmopolita, nada paleto ni provinciano. Paseaba libros sobaqueros por el Congreso, como Alfonso Guerra, entre papelotes y uñas cortas, que luego quería leer todo el mundo: Cormac McCarthy, Cartarescu, Roth, Delillo. Sus carcajadas sonoras contagiaban a los leones fuera. Sus americanas sueltas, sin corbata, con mucho vuelo, invitaban al abrazo. Joan Tardà, exportavoz de ERC en el Congreso, dice a los suyos que hay que pactar y lo contrario sería cortarse las venas en directo.
La mayor ebriedad es siempre el ego, la vanidad, no salir de uno mismo. Cuando le preguntaron a Cela por el suicidio señaló su mayor problema sin dubitaciones: «No es reversible. El que se tira desde un quinto al vacío, a lo mejor cambia de opinión cuando va cayendo por el tercero». Repetir elecciones, viene a decir el perro viejo de Tardè, el gigante verde de Tardà, es quedarse, sin dudarlo, con menos diputados y con una cara de bobo solemne con la que uno no puede bajar ni a comprar el pan. Pactar, y rearmarse, es la única salida para Tardà, que ya está viendo lo que no nadie ve, porque es más alto y más leído: el negocio que supondrá para muchos pinchar el globo en escena y mandarlo todo a tomar por retambufa (Jaime Campmany siempre explicaba: «Yo lo he probado todo menos montar en globo y tomar por retambufa»). Tardà divisa el negocio inmediato de los intermediarios, el trile y el menudeo, para abaratar la merca y salirse con la suya, sin el menor pensamiento grupal y solidario.
Joan Tardà caminaba a zancadas, bien anclado por el libro sobaquero, mareado de periódicos, abstemio de pelmas y placebos interminables. Estuvo a favor de los pactos ya desde el 12-M, y cree en una izquierda sin famosos, en un independentismo sin figurones, en una asamblea horizontal sin egos ni monólogos a tenazón, como diría Guerra. No pinta nada en el partido, vive retirado de micrófonos y votos sucios, pero ve bien el comienzo de la novela, la retirada del señor Aragonès y las riendas en los dedos dormidos –casi dátiles- del señor Junqueras. Es un buen momento, sostiene, para el pacto, y el retorno a las clases populares, sin tanto champán helado de Waterloo, ni tanta mansión rica ni tanta hostia. Lo dijo por las radios de su tierra mientras vendimiaba libros nuevos de modernos, todos en Mondadori: «ERC y PSC son los partidos de las clases populares. Ambos deben saber competir a la vez que colaborar en proyectos conjuntos».
Romper el cesto, mientras uno tira hacia un lado, y el compañero al otro, es siempre un negocio velado para uno de los dos. He ahí la trampa: el interés de pocos por romper ya el asunto. Los últimos ronquidos de Junqueras, ajeno a la dieta y verticalidad de Tardà, mareado por las mujeres mosconas, que zumban mientras mueven las alas, es volver al rollo del presidente español, donde una Cataluña no puede plegarse a un presidente español, y lo que nos jode a todos un presidente español, en mil y una carreteras de circunvalación a lo mismo, repletas todos de siniestros y vacíos. El peor oso es el que vuelve a estar en el zoo, piensa Tardà, encerrado en la cárcel ideológica, donde el Napoleón que llevan dentro no va en sintonía con el Pavarotti sentado a la mesa de los espaguetis hasta el techo. El pacto es libertad, horizontalidad, y menor liderazgo de cualquier tipo y condición.
«Tardà defiende un independentismo no nacionalista, porque todo aquello, como ya contamos, estaba preñado de pujolismo y negocio»
Tardá, con amplia experiencia política, pide no bloquear una eventual investidura de Illa y explica esa ecuación de muchos voltios, ajena a tantos: «Si ERC y PSC compiten a la vez que colaboran, pueden ir construyendo un camino para todos conjuntamente». El pacto para Tardà es mínimo, mantener lo hecho por ERC hasta la fecha y billetes nuevos para lo que esté por venir (mayor inversión en educación, sanidad y refuerzo del catalán). No duda de Junqueras. Sabe que Junqueras hoy, sin intoxicaciones femeninas, es el único camino a seguir. Ve en Junqueras al preso que pagó la travesura y al hombre con mesura que exponía lo suyo sin espejo retrovisor ni sonrisa en los ojos por las esquinas del diálogo mismo. Realmente, y es muy complejo para contarlo aquí, Tardà defiende un independentismo no nacionalista, porque todo aquello, como ya contamos, estaba preñado de pujolismo y negocio.
Habla Tardà, sin caérsele el bigote viejo ni el libro nuevo bajo el ala, de una Cataluña que no solo ofrezca proyectos de la tribu para la tribu. No hay procés, esa vía está muerta, y cuanto antes empiecen en la pizarra borrada nuevos números y letras con otra tiza, todos avanzaremos. Tardà es un Junqueras más delgado, más alto, más leído, que no es vulnerable. Junqueras es un Tardà con número en el bolso para ponerse más pelo, más melena y bigotón, porque Nietzsche sin el bigote no hubiera escrito ni una línea. Joan Tardà lo ha visto ya todo y sabe del problema político de los suicidas ocasionales, sin la vanidad curada, que guían desde mayo del 68 a la multitud a ese callejón sin salida donde huele a tahona y muro frío. Tardà vino a decir que se les paga a todos estos para que se pongan de acuerdo y jueguen con las cartas dadas por la ciudadanía, y barajadas previamente por ellos. De lo contrario, la única salida respetable es la del Aragonès, pero no la de Puigdemont, que piensa una muerte conjunta para su resurrección.