THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Puigdemont bufa como una mona

ERC juega sucio, y detrás no están los saltos del pequeñín de Aragonés, bien lo sabe, sino la ira de Junqueras

Puigdemont bufa como una mona

Ilustración de Alejandra Svriz.

Está enfadado. Muy enfadado. Con solo mirar a una nube es capaz de descargar la mayor tormenta. Un chasquido de sus dedos tambalea el edificio más cercano. Resopla con ira y furor, bufa, echa fuego por la boca y los ojos como los antiguos basiliscos. Lleva la galerna en el pecho como un tambor que pide justicia. Carlitos Puigdemont quiere comérselos a todos crudos, sin una gotita de aceite, ni un trago de tintorro para pasar la bola. Los agravios son muchos, la memoria es tirana, todos los repasa al acostarse y con las primeras luces del alba desnuda. No hay descanso en los pasos veloces ni en los puños siempre apretados.

La primera afrenta, herida abierta, volcán insurgente, es el fallecimiento de su madre. Apenas convertido en una notita a pie de página en los principales diarios, un suelto, un corto, una nada. La llorera de Pedro Sánchez ocupaba sábanas enteras, horizontes completos, bancales enteros para la siembra en mitad de la tierra baldía, y lo de su madre, sí, cuatro letras, mal puestas, torcidas, pequeñas, equivocas, pobres. La presidenta, madre del presidente, no merece tales églogas, semejantes bucólicas virgilianas, esas elegías y llantos secos, las mayores birrias a disposición de todos. Lo de su madre es imperdonable y se lo hará pagar a los culpables del asunto, la eterna conspiración, no tiene un pase, menudo es él, por aquí ni hablar. 

El segundo disparo es el complot, tan hermanado con la conspiración, la otra cara en la cabeza de Jano, ese chapapote de españolizar el país en el peor momento, una llorera de Sánchez que lo cubre todo, y España es él, y España vuelve a ser Madrid, lo más jodido, cuando toda su política siempre fue la antítesis, domar Madrid, dominar Madrid, ir a Madrid a dar órdenes y no a recibirlas. La marea española venció todos los diques posibles de contención, mientras Sánchez lloraba y lloraba, sí, anegó cualquier posible discurso, imposibilitó el mitin y el mensaje, por primera vez los volvió invisibles, incluso en su propia tierra, algo inaudito, pese a haber subido el tono de las palabras, todo aquello que Sánchez tenía que venir llorado y meado de casa, nada, no le hicieron caso, mudo para todos, sordos todos para sí mismo, la debacle. ¿Es esto lo que  merecen los socios gubernamentales? Las ganas de romper la baraja son todas, incluso en aquellos momentos, bien lo recuerda, no respondió a su petición de los veintipico mil millones para pacotillas varias, a quién se le ocurre, menudo gañán, no contestarle a él, de qué coño va esto.

La tercera bofetada roza la ignominia: el pequeñín de Aragonés, que tan pocas confianzas le inspira, comparaba el personalismo de Pedro Sánchez con el suyo propio, Carlitos Puigdemont, y se quedaba tan ancho, ni arrebolaba las orejas ni el rabo, como si él fuera otro españolo cualquiera, y desprestigiando a su propio partido Junts, que fue el que sacó todo el tomate grande de la huerta, la ley de amnistía, increíble, patético, lamentable. ERC juega sucio, y detrás no están los saltos del pequeñín de Aragonés, bien lo sabe, sino la ira de Junqueras por haber pasado por la trena mientras él comía ostras con champán helado en el Waterloo de las mejores carcajadas. La ecuación es visual, aunque sea falsa, y la gente puede verle a él tan personalista como al presidente, y eso implica perder votos, porque ya se lo decía Cabral de Melo a Pere Gimferrer: la poesía tiene que ser ante todo visual y visualizable, así la «angustia verde» no quiere decir nada, pero «la virgen se me apareció en un prado» lo entiende todo Cristo, porque lo ve.

El cuarto zarpazo intolerable es la rotura del blindaje, que es otra ruptura. El Chapu Apaolaza, periodista del Abc de los españolos bravos, realiza un reportaje donde acude a su nueva casa, cerca el territorio, mete las narices en su cama, a ver si hay pelo o pluma. Un amplio dossier sobre Villargeil, aldea junto a Céret, en el Rousillon francés, su nuevo Waterloo, casa de piedra con piscina, doscientos metros de vivienda, gimnasio en la buhardilla, seis habitaciones, a cuatro mil euros el alquiler en temporada alta. Che Villargeil, a veinte kilómetros de la Junquera, iba a ser un secreto, así se lo dijeron todos, y han hecho un barrido por el pueblo con su foto, resulta inútil esconderse, todas las paredes tienen ya ojos, todos los árboles tiran fotos y suena ese clic, clic, clic, como si hubiera grillos cerca, pero son los focos de los teléfonos ocultos, y en otras casas suena como si llevaran chanclas, sí, pero es que están follando.

Finalmente, la ronda de Pedro Sánchez por toda clase de televisiones, radios, periódicos hablados, leídos y audiovisuales. ¿Pero qué coño es esto? Si estamos en periodo electoral. Volvemos al principio, la pescadilla que se muerde la cola, más españolismo a granel, más siembra, más ruido, quién cojones grita en este puto atasco. Puigdemont bufa, resopla, encoleriza, ya no quiere cantar «Els Segadors» con los aldeanos de Céret, ni hablar de Manolo Hugué y de Pla, que por allí anduvieron, ni de Gris ni de Braque en busca de Picasso con cama alquilada por las inmediaciones y una mujer diferente escondida tiesa en cada armario. En el Gran Café de Céret, sí, Jean Cocteau se juró torero para siempre y el procés comenzó con la prohibición de la tauromaquia, como ha rastreado Apaolaza. La llorera de Sánchez (me voy, me quedo, me voy) los ha vuelto invisibles y, lo más jodido, la cuenta vuelven a pagarla ellos. Esta campaña electoral no puede repetirse y nadie les mira cuando hablan. Menudos cabrones. Coño.

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