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Opinión

Esperanza y desesperación

«Es pronto para hacer predicciones, pero, de momento, Trump es el candidato que tiene más probabilidades de convertir la desesperación de amplios sectores del electorado en esperanza»

Esperanza y desesperación

Donald Trump y Joe Biden. | Agencias

Una de las claves de las elecciones presidenciales americanas de noviembre es el entender por qué una mayoría suficiente de los votantes sigue dispuesta a votar por Donald J. Trump, a pesar de haber perdido las elecciones de hace cuatro años y estar bajo investigación criminal a nivel federal, en Florida y en Washington, DC, y estatal, en New York and Georgia.

Las elecciones son siempre sobre el futuro y sobre las inquietudes de los votantes. Raramente son las elecciones sobre candidatos o partidos políticos, a pesar de lo que pueda parecer bajo la intensidad de los juegos mediáticos y dinámicas partidistas sobre los candidatos y los temas del día. 

La estructura estratégica de las elecciones se determina en función del mensaje, la clave electoral de cada candidato o partido político. Un buen mensaje electoral puede ganar elecciones, siendo capaz de ir más allá de afinidades ideológicas o partidistas. En el mundo profesional de las campañas electorales, resulta sorprendente con qué poca frecuencia los candidatos son conscientes de que es el mensaje lo que define al candidato, no al revés. El mensaje y la disciplina de mensajes son factores determinantes de persuasión e intención de voto.

Esta es la razón por la que en muchas elecciones los candidatos se lanzan al vacío electoral sin mensaje, sobre todo en Europa, donde afinidades sociológicas e ideológicas suelen tardar más en evolucionar. Por cierto, en las últimas elecciones generales de España, el Partido Popular se presentó a las elecciones generales sin un mensaje claro y sin defenderse de los ataques del mensaje ofensivo y demoledor (derecha y ultraderecha reaccionarias) del presidente del Gobierno. Casualmente es el mismo mensaje de la famosa y dubitativa carta quinceañera dirigida a la nación y a los votantes catalanes de hace un par de semanas. 

En Estados Unidos, la práctica del mensaje político esta bastante desarrollada. Recientemente se ha visto complicada por la habilidad técnica de implementar estrategias de participación selectiva, que tienden a diluir la efectividad del mensaje y dificultar su distribución. Esta es quizás la razón más probable por la que Trump perdiera las elecciones de 2020. No tenía un mensaje de reelección.

Biden está perdiendo, por ahora, las elecciones de 2024 por la misma razón, falta de mensaje. Suele ser más fácil desarrollar un mensaje electoral efectivo desde la oposición que desde la responsabilidad de gobierno, donde hay que justificar lo que se hace y lo que no se hace.

En el año 1996 Bill Clinton se presenta a la reelección con el mensaje «construir un puente hacia el siglo XXI» («building a bridge to the 21st century»). George W. Bush lo hace con «conservadurismo con compasion» («compassionate conservatism») en 2000. Y Barack Obama apuesta por «esperanza y cambio» («hope and change») en 2008. En 2012 opta por un posicionamiento tradicional de izquierda populista contra los ricos, el sector privado y el mundo financiero. Un legado retórico que todavía condiciona y debilita al Partido Demócrata con votantes moderados e independientes, aunque lo fortalece con el sector radical de izquierda.

La lógica del posicionamiento de extrema izquierda de Obama tiene su origen en la percepción de rechazo y fracaso de Bill Clinton, quien el equipo de Obama considera responsable de las derrotas electorales en 2000 y 2004, no la falta de mensajes efectivos de Gore o Kerry. 

En 2002 se publica The Emerging Democratic Majority, un libro que establece las directrices ideológicas de todas las campañas de los Demócratas desde entonces. Un llamamiento a la creación de una «coalición de los ascendentes» compuesta por las minorías étnicas, la izquierda tradicional, y el voto juvenil. En las primarias de 2008 Obama ataca y supera a Hillary Clinton desde la izquierda usando la lógica electoral de la «mayoría emergente» y su oposición a las guerras en Irak y Afghanistan. 

Obama usa a la «izquierda social y cultural» para avanzar una agenda de transformación económica y de política exterior con apoyo institucional mediático y empresarial. Obama se convierte en uno de los presidentes más ideológicos y efectivos de la izquierda social americana, jugando un papel de liderazgo divisivo similar al que jugó y juega hoy el presidente Zapatero en España.

En 2016, Hillary adopta el populismo demócrata cuando ya era demasiado tarde (después de Obama) y ante un candidato que, sin miedos y sin complejos, se atreve a cuestionar el sectarismo de Obama como si fuese un simple populista de izquierda más, comparable a Humphrey, McGovern, Carter, Mondale y Dukakis. Demasiado tarde. Para entonces, como consecuencia de las extralimitaciones de Obama, el electorado ya ha comenzado un proceso gradual de moderación y realineamiento a nivel demográfico, geográfico e ideológico en el que la esperanzas de los votantes moderados se convierten en desesperación en busca del alternativas.

Este proceso de realineamiento es el que le da la victoria a Trump en bastiones Demócratas como Wisconsin, Michigan, y Pensilvania (the Blue Wall) en 2016. A pesar de la derrota de 2020 y los resultados mediocres de 2022, este proceso ha continuado desde entonces, independientemente de los méritos o deméritos de Trump o Biden, dando la ventaja, independientemente de los candidatos a los republicanos en los siete estados indecisos que suelen decidir las elecciones presidenciales en los últimos tiempos (Arizona, Nevada, Georgia, North Carolina, Pensilvania, Michigan, y Wisconsin). 

Hoy Trump va por delante en todos estos estados en la mayoría de las encuestas. Según la última encuesta del New York Times, Trump va por delante en cinco de esos estados: «Biden’s losses are concentrated among moderate and conservative Democratic-leaning voters» (las pérdidas de Biden se concentran en votantes tradicionalmente demócratas que son más moderados o de centro).

Las encuestas revelan que lo que realmente determina el desplome de apoyos de Biden es la percepción de que su presidencia ha sido un fracaso y no esta ofreciendo un mensaje de futuro. Gallup estima que su aprobación durante los tres primeros meses de 2024 es la más baja de la historia. Casi dos de cada tres americanos comparten la opinión de que Biden ha sido un fracaso, sobre todo en temas económicos. Al mismo tiempo, casi dos de cada tres creen que la presidencia de Trump fue un éxito. Eso es así porque en los temas importantes de este ciclo electoral (inflación, expectativas económicas, inmigración, y niveles de criminalidad) los votantes prefieren a Trump por amplios márgenes. Trump es percibido como un agente moderador y capaz de devolver la esperanza a los electores ante el fracaso de la gestión populista de Biden. Biden solo va por delante en aborto, coste de medicinas, y el impago de prestamos estudiantiles.

El equipo de Biden va a intentar seguir desacreditando a Trump como una amenaza contra la gran tradición de la democracia americana. En los medios no es difícil encontrar a representantes de Biden acusando a Trump de ser un violador que además es un racista, fascista, y golpista, que pronto también también se convertirá en un criminal convicto. 

Trump, como se vio este fin de semana en New Jersey, sigue ofreciendo un mensaje simple de normalidad económica y sentido común sin resentimientos de clase económica u origen étnico. Según el New York Times, el realineamiento demográfico es la clave de Trump en las encuestas. Biden y Trump están empatados con votantes menores de 30 años y con los votantes de origen hispano. Trump también ha mejorado con votantes afroamericanos, ofreciendo los niveles de apoyo más altos desde la aprobación de la Civil Rights Act en 1964. Trump se está beneficiando de un gran cambio social que empieza probablemente en 2012 en reacción al populismo social y económico de Obama.

El votante medio nunca se equivoca, como bien saben los encuestadores y estrategas políticos. Lo que suele fallar, más que los candidatos o los votantes, son los mensajes electorales y la estrategia electoral. Trump no tuvo un mensaje adecuado para la covid en 2020 y perdió, independientemente de la manipulación de las reglas electorales para aumentar la participación demócrata, que tambien tuvo lugar bajo la excusa de la covid.

En Estados Unidos en 2024 estamos viendo un ciclo típico de fracaso de gestión y pérdida de confianza, que a su vez, independientemente del resultado electoral eventual, está acelerando el realineamento ideológico, geográfico, e ideológico del país que comenzó con la elección de Bill Clinton en 1992 y se aceleró durante el segundo mandato de Obama. 

Las elecciones son siempre ejercicios democráticos de persuasión para intentar generar confianza y esperanza en los electores. Si se fracasa durante la gestión de gobierno en los temas básicos se genera desesperación que termina generando deseando de cambio. Y los votantes, poco a poco, no tienen más opción que cambiar de opinión y considerar alternativas en busca de nuevas esperanzas para mejorar sus expectativas de su futuro. 

Es todavía demasiado pronto para hacer predicciones, pero, de momento, Trump es el candidato que tiene más probabilidades de convertir la desesperación de amplios sectores del electorado en esperanza.

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