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Christine Lagarde y el hijo pródigo

Ella tiene claro que Europa, por encima de cualquier otra definición, es un banco y no una barra libre

Christine Lagarde y el hijo pródigo

Christine Lagarde. | Europa Press

Ella tiene claro que Europa, por encima de cualquier otra definición, es un banco y no una barra libre. Desde su banco (BCE) subió los tipos como vacuna y jeringazo inmediato a una inflación desmedida. Puso fin a una década de depósitos en negativo, cheques en blanco y mucha sonrisa de grupo, con palmadas en los hombros y risotadas sonoras, como si el dinero de todos no fuera de nadie, y parece haber adecentado el pajar, por lo que ahora baja los puntos un 0.25 que en economía macro es muchísimo y en la micro ayudará a todas las familias a comer mejor

Christine Lagarde concede al personal su plato estrella: más crédito, facilidad marginal de crédito, gane quien gane y pierde quien pierda en las urnas frías de ayer. Su primera rebaja de los tipos de interés en ocho años. Su picardía, que cuenta a medias, es pedir dinero prestado a Fráncfort por la ventanilla que da al callejón de los gatos donde no hay cola y si muchas colillas por el suelo. Los técnicos de la cosa dicen que no puede hacer otro ingenio, porque ya lo prometió por tierra, mar y aire, pero que la medida será otro ful de Estambul, y volverá la barra libre a cegar a todos. Hace bien, sostienen otros, porque no se puede ahora decepcionar al mercado y un IPC al 2.5% parece controlado, controlable, domado y dominado

¿Y por qué, Christine, amor, los precios suben? Porque la inflación es subyacente, siempre quedan unas décimas en el organismo enfermo tras el jeringazo, algo así como una enfermedad mínima que orla la salud del mequetrefe. Subirán la energía y los alimentos frescos, y esa décima que baja o casi una décima, para muchos no deja de ser política y filfa. La inflación, según ella, está divida por la mitad y no pasa nada porque suban un poco los precios de aquí a final de año. Nuestro escenario es desinflacionista, pero apto para brujerías varias: «Sabemos cuál es nuestro destino, pero no sé cuánto tiempo pasará hasta que llegue». Estados Unidos e Inglaterra también bajan los tipos. Y todos, en el escenario compartido que ellos mismos dibujan, hablan de dos bajadas sucesivas: una en septiembre y otra en diciembre. Pero si la economía se enfría en exceso: nuevos jeringazos

Lagarde habla con la voz de los siglos, de los techos altos, de los tacones bajos y de los ojillos algo indecisos, por un mal sueño de temporada, tal vez debido al calor o la lluvia menuda: «Las tasas más bajas proporcionarán algo de alimento a los hipotecados vulnerables y también reducirán el riesgo de impago de todos los bancos». La literatura está en el «algo», ese algo alimenticio que no se sabe si es un plátano o una nuez, ese algo que tal vez sea una hipoteca sin casa, ese algo que ni ella misma cifra en una cantidad concreta, porque la risa es la cesta de la compra, donde la misma caja de cerezas cuesta sesenta euros en el barrio de Salamanca y diez en Usera. Un sector donde el alimento llega a un trescientos por cien desde su fabricación en el campo a su puesta en la mesa, sobre el mantelito de cuadros, bajo el reloj de cocina, al lado de los medicamentos y los chicles, donde los garrafones de agua fresca. 

La inflación es un jeroglífico como el amor. El mayor descubrimiento de la pasión es que el otro y la otra, sí, también comen. Abren su boquita llena de dientes y mastican despacio un filete, un plátano, unas uvas, unas croquetas o un lenguado. Los mejores economistas dibujan diariamente a la inflación, se encuentre presente o ausente, porque en los cuentos tradicionales el lobo no siempre llega, pero hay que actuar como si tal. El redondeo estacional a la baja o alza, para muchos, nada tiene que ver con las inversiones. Es otro cuento anónimo, claro, para seguir ordeñando a los de abajo, porque nadie se pone a estudiar jeroglíficos (el del recibo de la luz, por ejemplo) a la hora de subir o bajar la persiana. A Lagarde, con sus maneras, le viene bien contarnos la fábula del hijo pródigo desde Caín, porque sabemos que es el que suele trincarse el ternero mejor cebado

¿Pierde dinero alguna vez el Ibex? Según los que saben, dicen, son los primeros en sufrir cualquier escenario posible de rebote. ¿Y ese rebote les permite, oiga, ayunar? No, por supuesto, ellos no ayunan, porque no son vulnerables, son los mejores empresarios del país. ¿Y por qué siempre ayunan los mismos en todas partes? Se lo estoy contando, no me escucha, porque son vulnerables. García Márquez lo contó en su prosa alucinada y vertiginosa: «El día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo». Este algún es también otro algo, pero un algo alimenticio, sí, con el que uno ni come ni bebe, solo ayuna y muere. 

César González-Ruano dijo que había que escribir dos artículos diarios, uno para comer y otro para beber que, si eres joven, es más importante. Ruano definió el periodismo moderno de un solo soplo: «Yo lo único que quiero es que me paguen el artículo para irme de farra». Europa es una lucha entre inflacionistas de muchos números y teorías malabares frente a pobres de solemnidad (casi trece millones en España) que cuentan las cerezas antes de comprarlas, una a una, y la mayoría de las veces las imaginan. Lagarde, creemos entender todos, llevará a cabo tres bajadas (junio, septiembre, diciembre) pero los precios subirán un poco y un algo. No sabemos si Abel comerá, pero lo que tenemos que asegurarnos es que Caín no pruebe ni bocado. Europa es cada vez más ese niño paposo del brazo de una señora muy mayor que lo alimenta con sobras. Solo Lagarde no mira los precios a la hora de adelgazar.

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