Alvise Pérez: una mosca cojonera
Luis Pérez Fernández habla como en su día hizo Pablo Iglesias, fundador de Podemos, de poner fin a la ‘casta política’
No es nuevo el fenómeno del candidato antisistema, pero siempre que surge uno cabe preguntarse la razón de su aparición. Luis Pérez Fernández, apodado Alvise por el protagonista de una novela renacentista italiana, sevillano de 34 años y fundador hace menos de un año de un movimiento ciudadano denominado Se Acabó La Fiesta (SALF) formará parte junto a otros dos de sus compañeros del nuevo Parlamento Europeo. Él no acepta la etiqueta de ultraderechista, aunque tenga afinidades con Vox, pero los comentaristas y analistas lo catalogan como populista y enemigo de la partitocracia. Su mensaje es simple: acabar con la clase política, corrupta, para él, sin límites, y ampliar la lucha contra sectores igualmente contaminados como la justicia y los medios de comunicación.
Alvise se define como analista y consultor. Tiene una licenciatura en Políticas por la Universidad a Distancia. Trabajó antes en UPyD, el partido liberal fundado por la exsocialista Rosa Díez, y en Ciudadanos, de donde fue expulsado cuando era jefe de gabinete de Toni Cantó en Valencia. Odia profundamente a la prensa en general. Entra dentro de su lógica, puesto que le han inundado de epítetos como criminal, asesino, ladrón, mentiroso, extorsionador o nazi.
Con una verborrea muy andaluza se siente ufano por ello, parece que le agrada la catarata de insultos porque así hablan de él, pero al mismo tiempo pide respeto por su condición de nuevo eurodiputado. Le respaldan 800.000 votos, se cree que del granero de Vox y de jóvenes o personas que jamás votaron antes y confiesan el hartazgo que experimentan de la política. Cuando anunció en febrero pasado que su agrupación ciudadana se presentaría a los comicios europeos, recogió 153.000 firmas, diez veces más de lo que exige la normativa europarlamentaria para validar una candidatura. SALF ha sido la sexta fuerza más votada (4,59%) por delante de listas como Podemos y Junts. Podemos, cuando se presentó por primera vez a unas europeas en 2014, logró cinco escaños y el 7,98% del voto. Y en la última encuesta del CIS sube algo más, acercándose a Sumar.
El dirigente de SALF tiene algunas propuestas un tanto peculiares, como la de renunciar al sueldo de eurodiputado y repartirlo en un sorteo entre sus seguidores. Calcula que en sus cinco años de mandato parlamentario su movimiento percibirá unos 2,4 millones de euros en concepto de representación en el Parlamento Europeo. Habla también de rechazar escolta, en el supuesto de que el Ministerio del Interior le dote de ella, y eventualmente de coche oficial, a lo que no tiene derecho ningún diputado europeo.
Reconoce sin sutilezas que su condición de aforado le permitirá sortear las causas judiciales abiertas contra él en España. Tiene más de media docena interpuestas por políticos y periodistas, algunas resueltas en condena en primera instancia, aunque es verdad que ninguna en sentencia en firme. Hay una evidente, como la de la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, de la que aseguró que había recibido en su casa un respirador en plena pandemia cuando miles de madrileños hacían cola a la entrada de los hospitales de la ciudad. Carmena lo negó por completo en el juicio. Alvise ha recurrido la sentencia.
¿Será su presencia en Estrasburgo flor de un día, una urticaria como tantas otras que brotan en la política nacional o europea? Él se manifiesta convencido de que tendrá amplio campo de acción en su objetivo de combatir la corrupción. La noche electoral, celebrada con sus seguidores en una discoteca madrileña, le espetó al primer ministro, Pedro Sánchez: «Pedro, calienta que sales. Más vale que te escondas en un maletero porque te vamos a meter en prisión». «Que Dios perdone a quienes me están tratando como un criminal, como un cáncer para mi país», le ha dicho a César Vidal, el comunicador ultraconservador, en una amplia entrevista donde explica que sus objetivos son acabar con la partitocracia, frenar la inmigración ilegal y renegociar la función de España en la Unión Europea: «Somos la furcia de Alemania y Francia», sostiene al referirse al maltrato y abandono que sufren los agricultores españoles.
A Alvise no le falta labia como buen andaluz. De hecho, ha sido Andalucía, y Málaga en particular, donde más votos ha recogido. Suelta sus frases de corrido, casi sin pensar, al igual que hizo durante los mítines electorales a pie de calle, tocado con su gorra y su barba. Apenas invirtió dinero en la campaña. Todo lo hacía a través de las redes sociales y del canal abierto en Telegram, donde tiene más de medio millón de seguidores. Muchos de ellos apostillan sus declaraciones con comentarios amenazadores y violentos contra políticos y periodistas. Él se desmarca, pero no los censura. «No puedo ser responsable de todo lo que escriben algunos de mis seguidores», se justifica.
Ha dado la espalda a la prensa establecida y ésta a él. El desprecio es recíproco. Sin embargo, después de haber obtenido su acta europarlamentaria, le han solicitado más entrevistas, incluido el diario El País, al que acusa de hipocresía y de tener condenas judiciales en firme por falsa información y difamación sin pedir perdón. A él se le tilda de propagador de bulos, de promotor de fake news, como la de la exalcaldesa Carmena y el respirador. El ministro Óscar Puente, casi rivalizando con él en el insulto y la grosería, ha llamado «saco de su mierda» a uno de sus asesores.
¿Por qué surgen personajes como Alvise? Pérez no es el primero ni evidentemente será el último. El divorcio que existe entre la ciudadanía y la clase política crece sin cesar en las democracias occidentales. Y ciertamente la actual inestabilidad mundial y la gravedad de problemas como los desequilibrios sociales, la falta de respuestas válidas a la inmigración, la crisis de valores o fenómenos relativamente recientes como el cambio climático agrandan la desafección de gran parte de la ciudadanía o el brote de grupos radicales de ultraderecha cuyo discurso atrae a la población joven.
El fenómeno Alvise en absoluto es nuevo. No faltan ejemplos recientes y otros más anteriores. En Francia, en 1981, un famoso comediante, Coluche, se presentó a las presidenciales contra el entonces jefe del Estado, Valéry Giscard d’Estaing, y el candidato socialista François Mitterrand, a la postre vencedor, con el eslogan «azul, blanco, mierda». Y en las de hace dos años, un periodista de extrema derecha, Éric Zemmour, condenado varias veces por discurso de odio, rivalizó con la líder de Agrupación Nacional, Marine Le Pen, cuyo partido tiene grandes probabilidades de ganar dentro de una semana las elecciones legislativas.
En Italia, en medio del desprestigio de los partidos, tanto de la derecha (Silvio Berlusconi) como del centro-izquierda (Matteo Renzi) emergió el Movimento Cinque Stelle, creado por el actor cómico Beppe Grillo en 2009 resuelto a acabar con la partitocracia y la corrupción, pero que terminó aburguesándose a finales de la segunda década de este siglo con un nuevo líder, Giuseppe Conte, un profesor universitario reformista, y la retirada de Grillo. Pero hay más ejemplos como el de Javier Milei, el flamante y polémico nuevo presidente argentino, o el del salvadoreño Nayib Bukele, o incluso el del ucraniano Volodímir Zelenski, cómico de profesión.
El discurso de Alvise recuerda a veces al de Donald Trump, que sostiene que hay una conspiración judicial contra él para impedir que llegue de nuevo a la Casa Blanca el próximo noviembre, o sus planes para acabar con la inmigración latina a base de muros y expulsiones. La misma tesis que defendía el fallecido Berlusconi cuando le abrían causas por corrupción o delitos sexuales. El fundador de Forza Italia dio el salto a la política a principios de los noventa con la justificación de que había llegado el momento de acabar con los políticos profesionales. El discurso fue un engaño, pues no sólo acabó con los políticos, sino que se mimetizó con ellos y acentuó los desmanes y el desprecio por el cumplimiento de la ley.
Luis Pérez Fernández habla como en su día hizo Pablo Iglesias, fundador de Podemos, de poner fin a la «casta política». Sostiene a quien quiera escucharlo que cree en el liberalismo económico: «Tanta libertad como sea posible, tanto Estado como sea necesario». Y que su programa es la defensa del sentido común desde la sociedad civil.
Hay quienes piensan que su existencia no merecería una sola línea en los medios de comunicación, pero olvidan que su fuerza no está allí, sino en las redes sociales donde se mueve como pez en el agua. Está por ver si su entusiasmo se diluirá como el de tantos otros como él. Algunas de sus tesis son cuando menos inquietantes, como la que concierne a la inmigración, y otras pintorescas, como la de repartir entre sus seguidores su sueldo de parlamentario como si se tratara de la lotería de Navidad. Puede que se convierta en una simple mosca cojonera, que distraiga y hasta divierta con sus declaraciones en el Parlamento Europeo. Ya ha dicho que tiene intención de convertir su agrupación en partido y presentarse a las próximas elecciones generales. Habrá que ver entonces si el fenómeno Alvise es una simple urticaria o algo más serio.