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El zapador

España: ¿una anomalía histórica o una nación como cualquier otra?

Existe una sensación de que nos hemos estrellado, y que nuestra historia arrastra vicios incorregibles

España: ¿una anomalía histórica o una nación como cualquier otra?

Representación cartográfica de Europa Regina, donde España es la cabeza con su corona.

En la rica historia de España, la percepción de que somos una nación única y excepcional ha sido un tema recurrente. Este concepto, conocido como la «excepcionalidad española», sugiere que España es una anomalía en el contexto histórico europeo al tener nuestra nación una identidad, historia y destino únicos, factores que sirven para explicar y justificar infinidad de aspectos la cultura y el carácter de los españoles. España puede que no haya aceptado su historia, pero España no es una anomalía histórica ni un enigma ni un fracaso. España es un país inteligible, tan normal como cualquier país de su entorno, simplemente producto de su pasado.

La idea de que España es un país extraño tiene sus raíces en las observaciones de intelectuales y extranjeros románticos que veían a la nación como un enigma: el «África empieza en los Pirineos» es un ejemplo de ello. Juan Valera escribió en 1868 sobre esta expresión destacando su amplia difusión y la percepción errónea y grotesca que los extranjeros tienen de España: «El apotegma de que África empieza en los Pirineos corre muy válido por toda Europa. Increíble parece la ignorancia común de cuánto fuimos y de cuánto somos. Cualquiera que haya estado algún tiempo fuera de España podrá decir lo que le preguntan o lo que dicen acerca de su país. A mí me han preguntado los extranjeros si en España se cazan leones; a mí me han explicado lo que es el té, suponiendo que no le había tomado ni visto nunca; y conmigo se han lamentado personas ilustradas de que el traje nacional, o dígase el vestido de majo, no se lleve ya a los besamanos, ni a otras ceremonias solemnes, y de que no bailemos todos el bolero, el fandango y la cachucha. Difícil es disuadir a la mitad de los habitantes de Europa de que casi todas nuestras mujeres fuman y de que muchas llevan un puñal en la liga. Las alabanzas que hacen de nosotros suelen ser tan raras y tan grotescas que suenan como injurias o como burlas».

Jaime Balmes, un crítico católico de los dogmas ilustrados, reflexionó sobre la percepción deformada que se tiene sobre España diciendo: «Ha llegado a ser proverbial la expresión de que España es el país de las anomalías; pero traducido el proverbio a lenguaje más exacto debería decirse que España es una nación muy poco conocida».

Por su parte, Mariano José de Larra, con su característico escepticismo, criticaba la tendencia de los españoles a menospreciar su propio país. Larra señalaba que, al compararnos desfavorablemente con otros países, perpetuamos una injusta desconfianza en nuestras propias capacidades. En este país existen tres palabras que sirven para todo, como ya advirtió el escritor cuatro años antes de suicidarse. Precisamente esas tres palabras son: «en», «este» y «país». En este orden. En este país es uno de sus textos satíricos más conocidos. Larra formuló la excepcionalidad española con múltiples variantes: «Estas cosas solo ocurren en España», «cosas de este país», «en España no se puede…», «el problema de España es…», «España es un país de…». Este sentimiento de inferioridad ha sido un lastre histórico para España, impidiendo un desarrollo más optimista y dinámico​.

Julián Marías, otro destacado intelectual español, también abordó este tema. Para Marías, España es un país «inteligible». Su obra España inteligible es una desmitificación del «Spain is different». Argumenta que España es un país coherente y racional, contrariamente a la percepción común de ser anormal y conflictivo. Los españoles no somos intrínsecamente diferentes ni más propensos a la violencia o el cainismo que otros europeos. Esta perspectiva desafía las ideas recibidas y sugiere que muchos otros países, vistos con los instrumentos adecuados, también podrían ser más inteligibles de lo que se piensa. Esta normalidad es clave para desmitificar la excepcionalidad española y entender que la historia de España, aunque rica y compleja, no es significativamente distinta a la de otras naciones​.

Para Marías, España es un país europeo, quizá más europeo que otros: «Hace muchos años que repito la evidencia de que España, tal vez un poco menos europea que otros países de Europa por su larga convivencia con los moros, es más europea que ningún otro. Porque, en efecto, los países europeos lo son porque ¿qué van a ser? No pueden ser otra cosa; es su condición, simplemente. En el caso de España, no es así. España es europea porque lo ha querido, porque se puso tenazmente a esa carta, cuando parecía inexistente, cuando la empresa de restablecer la España perdida no tenía ni la menor probabilidad de conseguirse».

Stanley G. Payne, en sus análisis, respalda también esta visión y critica el uso de la historia para perpetuar mitos. Payne argumenta que la historia de España debe ser vista como parte de la historia occidental, y no como una serie de episodios aislados y excepcionales. Destaca que «una línea historiográfica propia de los primeros años de este siglo es la que asegura que, pese a todo, la historia de España no ha sido tan ‘diferente’, sino que siempre ha formado parte de la historia común de Occidente. A pesar de la generalización, la afirmación es exacta. La de España no es la historia de un país de Oriente, aunque durante siglos la mayor parte del territorio estuviera dominada por el islam, sino una historia enormemente compleja».

Payne también señala que, aunque España mantuvo la imagen de un país excepcional durante la dictadura de Franco, el éxito de la Transición y la llegada de millones de turistas han cambiado significativamente esta percepción. Hoy en día, la idea de la excepcionalidad española persiste solo en ciertos estereotipos y tópicos, y Payne carga contra la izquierda española, donde sigue muy viva la narrativa de la Leyenda Negra​.

Pero también la excepcionalidad se ha acomodado dentro de la derecha sociológica en forma de Leyenda Rosa y revival de las glorias imperiales. Sin embargo, nuestra historia, aunque jalonada de episodios singulares y con sus especificidades propias, no es especial; de hecho, en casi todos los aspectos es muy similar a la de nuestros vecinos. Cada generación tiende a creer que su época es única, pero la historia nos demuestra que esta percepción ha sido siempre compartida por todas las generaciones anteriores. A lo largo de los siglos, España ha compartido con otras naciones europeas una trayectoria marcada por luchas internas, conquistas, períodos de esplendor y decadencia, así como influencias culturales y políticas que se han entrelazado con las de sus países cercanos. Como Francia, Italia, Inglaterra o Alemania, hemos vivido guerras civiles, revoluciones y transformaciones sociales que han moldeado nuestra identidad nacional.

Por eso es necesario no caer en trampas simplificadoras. Hay que huir del excepcionalismo, del pensamiento conspiranoico y derrotista: de la fracasomanía. Existe una sensación tanto en España como en Hispanoamérica de que nos hemos estrellado, y que nuestra historia arrastra vicios incorregibles. Es cierto que España tiene una historia fascinante, pero eso no hace especiales a los españoles, ni para lo bueno ni para lo malo. El historiador David Jiménez Torres tiene razón al decir que «el excepcionalismo español se ha convertido en el recurso más común de la pereza intelectual». Por eso debemos huir de él como de la peste, porque huir del excepcionalismo es la mejor manera de avanzar.

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