Contra el despido de Pedro Vallín
«Discutamos, enfadémonos, expresemos nuestras ideas, pero no queramos imponer por la fuerza y castigar al que no piensa como nosotros»

Pedro Vallín. | RRSS
Ha pasado la primera fase de las fiestas navideñas y parece que todo sigue como hace dos días. Una realidad que engorda a nuestra imagen y semejanza. Somos el espejo de lo que vemos, pero también de lo que bebemos, y más en estos días. La solidez de nuestros pasos es cada vez más líquida, como la sociedad sobre la que pisamos. Pocas cosas cambian en la actualidad informativa de estos días y eso normalmente es para bien. Ya saben eso que dicen en las universidades americanas de periodismo: «No news, good news». Que no pase nada siempre es placentero y cuando pasa algo siempre es inquietante, aunque sea durante los primeros segundos que dura su desconocimiento.
Para un servidor, una de las noticias que le han parecido interesante, que no crucial, fue el despido laboral de Pedro Vallín por parte de La Vanguardia. Se produjo durante el día de Nochebuena, y me parece de muy mal gusto agriar así una cena tan especial como la de ese día, ni siquiera a alguien que demostró tener sus papilas gustativas desconectadas también del resto de los sentidos, sobre todo el común. Por si no lo recuerdan o desconocen la noticia, Pedro Vallín se hizo viral en X, antes Twitter, por un mensaje donde menospreciaba la opinión de otro tuitero por criticarle y acusarle básicamente de ser un mamporrero de este Gobierno que sufrimos todos. Vallín le contestó, buscando en la información de este, que como valenciano lo mejor que podía hacer era meter la cabeza en el váter y realizarse su particular dana doméstica y que seguro que lo iba a gozar. Mucha gente saltó ante lo incomprensible de escribir algo así. No respetar ni el dolor de la que ha sido sin duda la mayor tragedia que ha sufrido España este año, daba a entender de los pocos escrúpulos y la nula moral del personaje.
Un servidor escribió un artículo en contra de su comentario. Reconozco que fui bastante duro en mis argumentos y en mis opiniones sobre Pedro Vallín. Mi intención era explicar que no todo vale para intentar ser un provocador ni para ser el ‘lamesuelas’ de un Ejecutivo, no sólo muy mejorable, sino que algún día debería tomar una decisión acertada, y no sólo interesada. Me parecía bien que el periódico donde escribía hasta la llegada oficial de la Navidad le castigara, si es que se puede llamar así, con hacerle borrar el tuit y con un artículo donde La Vanguardia se desmarcaba de las declaraciones de Vallín. Al niño rebelde con ínfulas de provocador hay que hacerle ver lo que ha hecho mal, ese comportamiento en concreto, y no hacer de ello una causa general. El mal gusto debe ser atacado, pero no buscar hundir a su protagonista hasta dejarle sin respiración.
Vallín lleva tiempo diciendo cosas de un patetismo difícilmente superable, pero yo siempre defenderé que pueda seguir diciéndolas. La libertad de expresión está por encima de todo. Pedro Vallín puede decir estupideces, pero también cosas que demuestren que es una persona mínimamente cultivada. Hasta hace dos días era el responsable de Cultura en La Vanguardia, y no creo que ese periódico le regalara el puesto. Vallín es una persona leída, además de un experto en cine, y al que le gustan otras actividades artísticas. El que era su periódico le colocó en ese puesto porque le vería virtudes suficientes para ello. Su error fue cometido fuera de su lugar de trabajo. Un comentario o varios, eso es lo de menos, de un mal gusto palpable no puede acabar con el empleo de una persona por la presión de una multitud de personas en las redes sociales. No se le puede dar tanto poder a un grupo de gente que no esté de acuerdo con un comentario, aunque este sea repulsivo. Al día siguiente, una horda con pensamientos contrarios a los de estos pueden acabar contigo ‘socialmente’ por la misma razón.
El artículo que escribí sobre Pedro Vallín quería demostrar mi animadversión por lo que había dicho, pero no buscaba nada más. Me conformaba con hacerle ver su error, pero no me parece bien la cultura de la cancelación, venga del sector progresista o conservador. La presión social no puede hacer que una empresa decida echar a un trabajador por tenerle miedo a una horda sedienta de odio. Dicha debilidad es contraria a la razón y se deja amedrentar por una agresividad que no busca puntos de encuentro, sino imponer su pensamiento. Me parece bien que la gente se exprese en las redes sociales como desee, que utilice la vehemencia que crea necesaria, pero que no pase de allí. Decir lo que te gusta y lo que no, pero que no tenga consecuencias. El Estado de derecho que nos hemos dado intentará dar con una justicia que ningún ser humano de manera individual o en forma de masa enfurecida quiera encontrar. Hace pocos días a la actriz Macarena Gómez y a su marido Aldo Gómez se les quiso ajusticiar en X por parte de la horda contraria ideológica que quiso acabar con Pedro Vallín. En este caso, lo que decían ambos tenía criterio, era algo de Perogrullo. Pedían que las mujeres acosadas sexualmente denunciaran en una comisaria o en un juzgado y no en las redes sociales. Igualmente, fueron machacados por una caterva que pidió que Macarena fuera violada y a las productoras de cine que no la volvieran a contratar, además de pedir hacer boicot a cualquier estreno donde ella apareciera como actriz. Y todo por decir algo que a esta gente no le gustaba.
No se puede dar fuerza a una masa enfadada, tenga razón o no. Se volverá dictatorial, como una parte de nuestra clase política cuando ve que sus deseos se convierten en órdenes. Discutamos, enfadémonos, expresemos nuestras ideas, pero no queramos imponer por la fuerza y castigar al que no piensa como nosotros. Dejemos al otro en evidencia de una manera inteligente, talentosa, y no hay ninguna como dejándole que se exprese de manera libre.