THE OBJECTIVE
Manual de buenas maneras

Saturados de una Navidad infinita

«La Navidad del sur, la española singularmente, ha muerto o restos suyos, no poco desfigurados, chapotean»

Saturados de una Navidad infinita

Imagen del Corte Inglés en Callao, Madrid. | Europa Press

¿Estamos todavía en Navidad? Entiéndanme, la Navidad se nos desvanece un poco -o mucho- con el paso del tiempo y de los años. Creemos poco o mal en sus misterios sacros, salvo los muy católicos evidentemente, y concluimos, sostenidos además por el propio recuerdo, que la Navidad en su conjunto es cosa de niños. Aún a mis 9 o 10 años, la tarde del 5 de enero, mi abuela debía llevarme al cine y mejor si de sesión continua, porque yo temblaba y zozobraba de nervios, en la duda, el temor y la esperanza de si los Reyes Magos, en la madrugada, me dejarían en casa todo lo que les había pedido, en mi carta redactada y escrita con la mejor letra… Pero el conjunto de la Navidad empezaba el 22 de diciembre (con los niños de san Ildefonso cantando la lotería) y concluía el 7 de enero, ya satisfechos -más o menos supongo, yo fui privilegiado hijo único- con los juguetes y regalos de Reyes, antes de la vuelta al colegio el 8 de enero. Si comparamos aquella Navidad con esta, parece aquella muy breve, pero era infinitamente más intensa. Hoy la Navidad -relacionada con las bombillas y las luces multicolores, no siempre de tan buen gusto- se abre el 28 de noviembre, aunque ya antes hemos visto los adornos colgados o colocados, aunque sin iluminar -pero ya tienes la Navidad delante- y por supuesto desde octubre los supermercados abundan en todos los dulces y productos navideños. Lo diré un poco duro para que se entienda mejor: a mí comer polvorones o roscos de anís el 20 de octubre -digamos- me parece de muy mal gusto y, sobre todo, le quita al hecho y al dulce toda su gracia. Cuando llega el 24 de diciembre ya no quieres polvorones o turrones ni en pintura. El paladar y el gusto se han estragado. 

Hoy todo es consumismo y sólo importa vender y así juro que, si yo fuese creyente de veras, cristiano de verdad, esta Navidad consumista, larga y vulgar, me irritaría todavía más. Hace bastantes años el pinchadiscos de una discoteca -era nochebuena- nos dijo: Pero qué Navidad ni navidad, pibitos, parecéis tontos, ya sólo hay Corte Inglés. Sí, prefiero la abolida Navidad más breve de los belenes y los villancicos, la humilde navidad del aguinaldo, que esta larga, larguísima Navidad anglosajona (colonizados más y más por los USA) con cancioncillas en inglés, abetos -la mayoría de plástico o de metal, hay muy pocos reales, no tenemos- renos y Papá Noel o Santa Klaus, que no termino de diferenciar. Además, esta foránea Navidad es relarga y su eje no es un portal con buey y mula, sino un centro comercial, con luces parpadeantes (¡compra, compra!) y altoparlantes que no cesan de machacar con el ya hortera -y es muy dulce- «jingle bells».  Antes la Navidad (aunque no la creyeras) eran días únicos y sabores y acciones de una vez al año. Pongamos el delicado sabor a azahar del roscón de Reyes, lo anhelabas -con o sin chocolate espeso- porque sólo lo tenías unos tres o cuatro días al año, en enero. Pero si hoy puedes comer roscón desde el 3 de noviembre y casi sin límite, ¿qué importa ya el roscón? Igual que la misma Navidad, cada vez tiene menos significado. Por si fuera poco -y soy muy italianófilo- llega el «panetone», con demasiada masa, pero al esnob siempre le atrae lo externo porque sí, aunque hoy (bien y mal de la globalización) todo, mejor o peor en calidad, esté al alcance de todos. Una vecina, de suyo poco habladora, me dijo ayer de pasada: ¡Qué ganas tengo de que termine la Navidad! Estuve por decirle que se armara de paciencia, pues el incesante consumismo decretará muy pronto que, terminadas las vacaciones de verano, empiece la Navidad, para que no se vea mucho su mercantil plumero, se dirá «el espíritu navideño.» Vi a unas mocitas, en un café, pidiendo el aguinaldo, pandereta en mano y gorro de Papá Noel. Comenzaban un villancico («Navidad, Navidad/ dulce Navidad…») que no terminaban. Apenas les hacían caso y los mayores podíamos pensar: No es esto, no es esto. La Navidad del sur, la española singularmente, ha muerto o restos suyos, no poco desfigurados, chapotean entre los imparables glaciares del norte… Si continúan los Reyes Magos, harto decaídos los pobres, es por una concesión entre patriótica e infantil, porque Papá Noel ya hizo antes su trabajo. Nuestra Navidad hoy es un quilombo de tradiciones varias, consumismo en masa, interminables luces, dulces y discotecas, y un no saber qué es eso y porqué dura tanto… La Navidad es un centro comercial y una musiquita en inglés. Como antes, supongo que sólo los niños se ilusionan de veras, pero menos que antes, pues sin redes sociales éramos mucho más crédulos. Excusen este artículo contra una casi insoportable y continuada Navidad y piensen conmigo: Si todo el año es Navidad, la Navidad no existe. ¡Feliz 2025!

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D