La deriva geopolítica de Europa
El enfoque diplomático de Trump será puesto a prueba a la vez que los aliados europeos se preparan para una reducción del apoyo militar de EEUU
El año 2024 se ha caracterizado por la escalada de conflictos de larga duración, a lo que hay que unir la crisis europea. Estos hechos incitan a asumir la fragilidad del orden mundial basado en reglas, reavivan los temores de conflicto nuclear y ponen a prueba la resiliencia de las alianzas internacionales.
La escalada en las guerras de Ucrania y Gaza, así como la inesperada caída del régimen sirio de al-Assad, sitúan al sistema geopolítico mundial en un grado de complejidad muy alto, a lo que hay que añadir la segunda elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, un acontecimiento que ha inyectado una nueva sinergia en las Relaciones Internacionales.
A punto de cumplir el tercer aniversario del ataque ruso, la guerra de Ucrania ha alcanzado su coyuntura crítica en 2024. Tanto Ucrania como Rusia se enfrentan mediante escaladas convencionales que, a su vez, abren la posibilidad de un enfrentamiento nuclear. Ucrania atacó regiones rusas, a lo que Rusia respondió con el lanzamiento de misiles hipersónicos, fijando un precedente de empleo en combate de misiles balísticos de alcance intermedio.
El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, prometió priorizar el fin del conflicto a través de negociaciones. Su retórica de campaña sugirió concesiones a Rusia, lo que ha generado honda preocupación sobre el destino de la soberanía ucraniana. El enfoque diplomático de Trump está a punto de ser puesto a prueba, especialmente a la vez que los aliados europeos se preparan para una hipotética reducción del apoyo militar de Estados Unidos bajo la nueva administración.
El conflicto entre Israel y las organizaciones terroristas palestinas, que estalló en octubre de 2023, con una matanza de israelíes, se ha cobrado, hasta diciembre de 2024, decenas de miles de vidas. El fracaso de los contactos para el cese el fuego junto al desplazamiento forzado de más del 85% de la población de Gaza ha puesto de relieve la incapacidad de la comunidad internacional para mediar y para poner fin al conflicto.
Las tensiones entre Israel e Irán a lo largo de 2024, desembocaron, por primera vez, en la confrontación militar. El 14 de abril, Irán lanzó cientos de misiles contra Israel, lo que sólo provocó una represalia israelí limitada. El 1 de octubre, un segundo ataque con misiles iraníes, con alguna baja entre la población, desencadenó un decisivo contraataque israelí el 26 de octubre. La amenaza de un conflicto abierto, con temores de una guerra más amplia, se extiende por Asia occidental.
El 8 de diciembre, el presidente sirio Bashar al-Assad huyó del país después de que los rebeldes, dirigidos por Hayat Tahrir al-Sham, capturaran Damasco, poniendo fin a casi cinco décadas de gobierno autoritario de la familia al-Assad. El colapso del régimen debilitó a Rusia e Irán, aliados clave que habían apuntalado a su gobierno desde 2015. Turquía ha emergido como uno de los principales beneficiarios por el cambio de líder en Damasco, extiende el neotomanismo, a la vez que favorece la campaña de freno de los movimientos separatistas kurdos. Ankara, nominalmente, sustituye a Teherán como nueva “capital” de Siria. Mientras tanto, Hezbolá, que depende de las rutas de suministro iraníes a través de Siria, se enfrenta a reveses operativos en su conflicto con Israel.
Con más de 19.535 sanciones impuestas a Rusia hasta agosto de 2024, China se ha convertido en un salvavidas económico para Rusia y ambos países mantienen sólidas relaciones comerciales. Según ambas partes, la piedra angular de la asociación entre Beijing y Moscú, reside en la confianza política mutua entre sus líderes.
La alianza entre China y Rusia ha sido una fuente de estabilidad inesperada en 2024, en un contexto de creciente división en Occidente y las incertidumbres relacionadas con la inminente presidencia de Trump. En el contexto de la rivalidad geopolítica global, con la intensificación de la competición con Occidente, esta alineación no sólo refleja una solidaridad histórica sino también una colaboración pragmática, para abordar los desafíos contemporáneos
A medida que 2024 languideció y tomó el testigo 2024, la situación geopolítica mundial sigue aumentando su volatilidad. La persistencia de los conflictos en Europa del Este, Norte de África y Oriente Medio, junto con la esperada irrupción de la nueva estrategia de Washington, darán forma al contexto geopolítico internacional el futuro próximo. Los esfuerzos por defender los principios del orden basado en reglas siguen enfrentándose a importantes desafíos.
En círculos académicos se pone en evidencia que la era presente se caracteriza por la disminución de la cooperación internacional y la incapacidad de las organizaciones multilaterales para ofrecer soluciones a los problemas mundiales más acuciantes. Se constata que las hasta ahora reglas del juego en las Relaciones Internacionales ya no reflejan el equilibrio de poder entre los actores principales, poniendo en evidencia la disfunción de los marcos multilaterales existentes.
Se predican tres posibles respuestas a esta crisis: reformar las instituciones existentes, como las Naciones Unidas; crear nuevas instituciones, citando el resurgir de organizaciones alternativas como los BRICS; y recurrir a guerras limitadas, que se considera una tendencia desafortunada pero cada vez más común.
Europa, en horas bajas
A medida que 2024 se acerca a su fin, el dúo fundador de la Unión Europea (UE), Alemania y Francia, se encuentra políticamente a la deriva. Las elecciones europeas del pasado verano se caracterizaron por los buenos resultados de la extrema derecha, tanto a nivel de la UE, como a nivel nacional. A los tres meses de asumir el cargo, el gobierno francés, que se había formado con esfuerzo tras las elecciones, se vino abajo; el gobierno alemán no tardó en seguir el ejemplo.
En los Países Bajos, el Partido por la Libertad de Geert Wilders forjó una coalición de gobierno; aumentó la popularidad de Giorgia Meloni, la primera ministra posfascista de Italia, a la vez que el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfV) se convirtió en el segundo más popular en su país. La extrema derecha europea ha dejado atrás el punto de normalización, ahora es una fuerza regular de gobierno. Para Europa, su consolidación pone fin a un año tumultuoso. A juzgar por la lamentable situación económica del continente y el desorden social general, los pronósticos tienden a empeorar.
En Bruselas se bromea con el hecho que el país más estable de la UE sea Italia, antaño tristemente célebre por su alternancia de gobiernos de corta duración. El francés Emmanuel Macron y el alemán Olaf Scholz han sido humillados por duras derrotas electorales. El primer ministro español, Pedro Sánchez, preside un gobierno minoritario apoyado en partidos independentistas que le fuerzan a ceder en aspectos constitucionales. En Polonia, Donald Tusk goza de una posición mucho más fuerte, pero lidia con una coalición difícil de manejar y un presidente de la República aliado de la oposición. Para quienes están dentro de la UE, un conjunto de gobiernos débiles, o simplemente distraídos, por los problemas internos, no es un asunto que genere bromas. Es opinión extendida que, ante la guerra en Ucrania, la reelección de Donald Trump y una intensa competición económica, los actuales líderes europeos no están a la altura de la tarea.
La decadencia de UE no es el resultado de un fenómeno de la naturaleza. Más bien, los orígenes de la situación política actual de Europa habria que remontarse al liderazgo de Angela Merkel durante sus 16 años como canciller de Alemania, con una cohorte de políticos y funcionarios, que tuvieron influencia en la década de 2010 y fueron quienes establecieron los términos de la política europea en términos burocráticos.
En los últimos quince años, los indicadores del crecimiento europeo han evolucionado de “estancados” a “preocupantes”. En un conocido informe de la economía europea, Mario Draghi, ex director del Banco Central Europeo y ex primer ministro de Italia, dio la alarma sobre la magnitud de la decadencia: déficit innovativo, deficiente productividad y una estructura económica inadecuada. El futuro económico del continente se presenta muy preocupante.
En el plano económico, el consenso de Merkel sembró las semillas del estancamiento, en el político, acabó destruyendo la disidencia a su izquierda y permitiendo que prosperara el descontento en la derecha. A medida que la inflación sube el coste de la vida y los salarios reales se estancan, los electores europeos se han quedado con la sensación de que las palancas de la política se les están escapando de las manos. Las críticas contra la inmigración, que desde hace tiempo han sido motivo de ira para muchos en el mundo occidental, y la participación en guerras culturales, permiten augurar una catarsis.
La opinión minoritaria, es que esta situación transmite una imagen de fortaleza. Sin embargo, en materia de política exterior, asuntos militares o independencia energética, propias de un estado, Europa parece cada vez más desorientada en un mundo en crisis. Para un continente, que alguna vez se consideró un punto intermedio entre el capitalismo de mercado desenfrenado de los Estados Unidos y los diversos autoritarismos estacionados más al Este, es una amarga ironía que ahora parezca contentarse con imitaciones de ambos.
La UE se encamina, aparentemente y sin conciencia plena de ello, hacia una mayor decadencia, pues una buena parte de sus líderes políticos están desconectados de lo que se viene gestando de forma evidente entre amplios sectores de la población occidental de ambos lados del Atlántico. Además, no logran interpretar ni responder correctamente a los cambios trascendentales que, durante años, se han venido produciendo en el contexto internacional, mucho antes de la segunda irrupción de Trump en la Casa Blanca.
Mirando hacia el futuro. El terremoto geopolítico.
La rapidez con la que ha cambiado la situación geopolítica mundial, desde las elecciones estadounidenses del 5 de noviembre, es fácilmente perceptible. En 2024, China y Rusia celebraron el 75.º aniversario de sus vínculos diplomáticos, lo que significa que la denominada Asociación Estratégica Integral de Coordinación para la Nueva Era entre estas dos grandes potencias, ha alcanzado niveles sin precedentes. Este año se ha caracterizado por una serie de visitas de alto nivel, acuerdos estratégicos y una mayor cooperación en los ámbitos económico, tecnológico y militar
De cara a 2025, mientras los observadores esperan ansiosamente el regreso de Trump a la Casa Blanca —y sus políticas distintivas de «Estados Unidos Primero» de proteccionismo, aislacionismo y diplomacia transaccional— las fuerzas estructurales impulsadas por China y Rusia probablemente servirán como mitigadores estabilizadores. Se informa que ya se han preparado cientos de órdenes ejecutivas que se firmarán en el momento en que el nuevo presidente regrese a la Oficina Oval después de su investidura el 20 de enero de 2025. Esta vez, Trump parece estar bien centrado en ejecutar con presteza un plan integral.
La reelección de Donald Trump puede dejar al descubierto las vulnerabilidades de lo que se concibe como Defensa Europea. Trump ha sido explícito en su postura respecto a la OTAN y sus aliados europeos. Durante su primer mandato, cuestionó abiertamente el compromiso de defensa mutua de la organización atlántica y presionó a los estados miembros para que asumieran una mayor responsabilidad financiera y operativa en materia de seguridad. En su día fue tildado de “loco”. Más tarde, Biden propuso lo mismo y fue aceptado.
Para Trump existe la perspectiva de una nueva época dorada del poder estadounidense, en la que unos Estados Unidos con sus propios intereses, colaborando con aliados y socios, motivado por el instinto de “US first”, profundamente arraigado en la cultura estratégica estadounidense, tiene la oportunidad de lograr una transformación del orden mundial. Con una administración Trump 2.0, la geografía europea, podría enfrentarse a una reducción amplia de la presencia militar estadounidense y, con ello, se forzaría a una mayor capacidad militar aportada por los países europeos. con la consiguiente vulnerabilidad. Esta capacidad podría desarrollarse en la OTAN, mediante el establecimiento del Mando Europeo que podía dividirse según lo impuesto por la geografía. Esta alternativa paliaría las divisiones internas dentro de la Unión, ya que los países de Europa del Este, más expuestos a una potencial amenaza rusa, se muestran reacios a reducir su dependencia de Estados Unidos en este sentido.
El intento de que la defensa de Europa la proporcione la UE, se enfrentaría a un dilema crucial en su intento de crear una Política de Defensa independiente. A medida que el entorno geopolítico se vuelve más inestable, la UE buscaría desarrollar una estructura de seguridad capaz de proteger sus intereses, reducir su dependencia de los EE. UU. y dar una respuesta sólida a las amenazas que cruzan sus fronteras.
La implementación de esta iniciativa plantea serias dificultades, pues en lugar de unificar, la estrategia podría fomentar su fragmentación si los Estados miembros con mayor capacidad industrial, Francia, Alemania y tal vez Italia, asumen un papel dominante, creando tensiones con otros países menos dotados que dependen de la asistencia de la OTAN.
El hecho de que Europa no esté preparada para otra presidencia de Trump se debe, en gran medida, a una postura ideológica de superioridad moral y, por lo tanto, incontrovertible, para la mayoría de los medios de comunicación y líderes políticos europeos, incluso para grandes sectores de su propio electorado, que no se adhieran a la ortodoxia política del momento. Muchos se niegan a aceptar la opción de que pudiesen estar equivocados en cuestiones importantes y que las ideas, opiniones y preocupaciones de quienes están fuera de su propia burbuja mereciesen atención, consideración y diálogo. Postura que, en sí misma, constituye, consciente o inconscientemente, un riesgo, considerando la debilidad en que se encuentra la UE, en una competición mundial donde son riesgos reales la agitación económica y la escalada hacia un estado de guerra generalizado.
Si Europa quiere revertir el actual declive económico, militar y político ante el previsible realineamiento geopolítico que ahora se intensifica, tendrá que priorizar urgentemente sus esfuerzos para poner orden en su propio espacio de interés. Se trata de un realineamiento nunca visto desde el final de la Guerra Fría. Estados Unidos, bajo un segundo gobierno de Trump, hará lo que sea necesario para mantener su posición como la única superpotencia mundial, mientras que China, con la ayuda de un grupo de estados, actuará para desafiar a Washington y debilitar y dividir la alianza occidental, especialmente actuando sobre Europa.
Si se carece de una estrategia combinada y clara, la UE corre el riesgo de quedar atrapada en la nada, pero aquí vuelve la paradoja. El poder blando de la UE no es un factor determinante en la situación actual, por lo que no es un actor estratégico, cualidad que poseen solamente los países miembros. Si Europa quiere tener un futuro próspero, tendrá que estar a la altura de su enorme potencial y de su poder sin explotar superando los múltiples obstáculos, ideológicos, que se ha impuesto a sí misma, entre ellos los sectores energético, económico y militar, y estableciendo al mismo tiempo una comunicación sólida con la nueva administración estadounidense. Pero hay que tener presente que la UE no es un estado, carece de soberanía.
Por otra parte, la alianza entre China y Rusia en 2024 es una característica definitoria de la geopolítica contemporánea. Basada en beneficios mutuos, intereses estratégicos compartidos y confianza política de alto nivel, se ha convertido en una piedra angular del orden multipolar emergente, una dinámica que es poco probable que se revierta dadas las circunstancias internacionales actuales. Sin embargo, mantener esta alianza requerirá sortear con cuidado las asimetrías y las presiones externas.
El posicionamiento de China y Rusia, sirve tanto para legitimar sus políticas internas como para justificar sus posturas sobre cuestiones internacionales, proyectando una imagen de estabilidad y continuidad en medio de un panorama global en crisis.
De cara a 2025, mientras los observadores esperan ansiosamente el regreso de Trump a la Casa Blanca, con sus políticas distintivas de proteccionismo, aislacionismo y diplomacia transaccional, el poder estructural impulsado por China y Rusia se configuran como protagonistas geopolíticos.