La prensa del corazón, sedas y naderías
«No me interesan nada los tiras y aflojas amorosos, glamurosos y siempre con euros por medio, de las estrellas, pero respeto a quienes encanta este famoseo de la nadería»

Periodistas abordan a un famoso. | Freepik
Dos cosas de inicio: desde bien joven, como muchos de mi generación, he sido muy cinéfilo y lo sigo siendo. Pero el cine, en aquellos casi mediados años 60, estaba lleno de «stars« (y «starlettes») no sólo producto de Hollywood. Yo recortaba fotos de aquellas divas como Marilyn Monroe -recuerdo la mañana en que se anunció su suicidio- y de otras de menos calado, incluso claramente horteras, como la desdichada Jane Mansfield. ¿Recordará alguien aún a aquella tetona despampanante? Claro que mi favorita era (ya no) la mucho más europea y perversa Brigitte Bardot. Esa loca afición por las «estrellas» -cine, pero no sólo- hizo que mamá llegara a creer que yo saldría, como mi padre, un tremendo mujeriego. Pero no. Yo adoraba el glamur, lo sexi pero no el sexo. Segunda cosa: por mi casa rodaba una revista llamada Hola, que leía a ratos mi madre y la chica que trabajaba allí, y que a mí sólo me interesaba, y en superficie, si aparecían las divas de rigor, incluida Sara Montiel, por quien siempre -la conocí ya mayor- sentí debilidad. Pero en Hola había otras cosas, no cinematográficas, que relataban noviazgos, bodas o bautizos de ricos o aristócratas, tema que no me interesaba nada. Pronto supe que ese mundo de amores, amoríos y divas se denominaba «prensa del corazón» o «prensa rosa», no sé cuál de esos rótulos fue primero. Sí retengo (nada que ver con la actualidad) que todo propendía a ser fino, algo chic y hasta bastante cursi. Uno de los pocos grandes reportajes del corazón que me gustó y hasta algo me impresionó -por las lujosas fotos- fue la coronación en el trono del pavo real del Sha de Persia y de su tercera mujer Farah Diba como emperadores, en Persépolis. El 26 de octubre de 1967. Una ceremonia tan fastuosa como vana y anacrónica, que me gustó mirar. Si no recuerdo mal, el buen reportaje era obra del amigo Jaime Peñafiel. ¿Cuántas manos regias no habrá estrechado o besado este hombre? Y en nada terminaba todo.
Mi revista habitual de cine era Fotogramas que, poco a poco, de mano del entrañable Jorge Fiestas, empezó a incluir notas de «corazón» pero muy discretas. Luis Suárez fue un actor canario, guapo y de no mucha obra, que vivía en Italia. Se decía que estaba liado (y protegido) por Flora Mastroianni, la mujer de Marcelo. Como gran picardía Fiestas pudo escribir algo así: a Luis Suárez le deseo de corazón menos flora y más fauna. ¿Esto no sería hoy el colmo de lo ingenuo y del recato casi sin gracia? Por cierto, que Jorge Fiestas fue uno de los padrinos e impulsores del recientemente fallecido Carlos Ferrando, quien en no mucho tiempo (y por supuesto en un orbe más libre y también más vulgar) dio la vuelta al tono y modo de la prensa del corazón -con televisiones ya- que bien podría llamarse «prensa del hígado o aun de los higadillos». Todo se dice, se compra y se vende con muchos «famosos» que son todo y no son nadie. A mí me gustaba más esa prensa del corazón de antes, siempre principesca (Carolina de Mónaco) aunque sin duda baladí. Me pregunto, ¿qué ha hecho Carolina de Mónaco, aparte de ser guapa, muy rica, hija de Grace Kelly e imagen de un principado de opereta? ¿Qué ha hecho la reina de corazones -título ya muy volátil- o sea Isabel Preysler? Pero acaso, como decía mi amigo Terenci Moix (que la quería) ella es un emblema social distinto, aunque sólo fuere por su más que singular colección de hombres o maridos, desde Julio Iglesias a Mario Vargas Llosa. Isabel sigue siendo una reina si hoy la ponemos, junto a otras damas que respeto enormemente, pero que nada me dicen y poco hacen, salvo trastear en los mundos del dinero, el poder y la -más o menos- elegancia, así la delicada Carmen Lomana, Belén Esteban, Terelu Campos, Tamara Falcó, Ana Obregón o, por decir algún hombre, Bertín Osborne o Bisbal. Los nombres de nuestras huidas de lo real cotidiano.
Me gusta el cine y, por tanto (deliciosa debilidad), acepto la chismografía del mundo del espectáculo, gente con una profesión clara. Pero los tiras y aflojas amorosos, glamurosos y siempre con euros por medio, de muchos de los nombrados, multiplicados por cien, a mí no me interesan nada, pero respeto a quienes encanta este famoseo de la nadería. Hablé mucho de este mundillo con Terenci, que lo adoraba y también lo detestaba, ahí están sus novelas Garras de astracán o Chulas y famosas. Él me contó que había personajes en mala racha o ricos que buscan pasta que no sólo venden la exclusiva de bodas y nuevos amores playeros, sino que venden (todo preparado) falsas reconciliaciones que atraen al personal de ese orbe donde el satén abre paso al vacío. Todo esto vale porque es (ramplón) nuestro mundo mismo, a veces el vacío, vacío. Pero es más que estupendo que la prensa del corazón y sus comadreos ayuden a tantos a huir de la infamia política. Y yo sueño en Alain Delon y en sus imitadores, es decir, huyo, hago lo mismo.