Trump: atacar, atacar, atacar
«Actúa siempre como si el mundo fuera una transacción. E improvisa. Es un gran improvisador. Es su única filosofía»

Ilustración de Alejandra Svriz.
¿Cuánto resistiría Donald Trump en el diván de un psicoanalista? Tal vez cuando viera el peligro se levantaría y le diría al terapeuta: «You are fired (Estás despedido)». Es una pena que el cineasta iraní Ali Abbasi, exiliado en Dinamarca y autor del filme The Apprentice, que se puede ver desde hace unas semanas en Movistar, se haya centrado sólo en el ascenso del hoy presidente de Estados Unidos en el negocio inmobiliario neoyorquino de los setenta y ochenta hasta convertirse en un magnate y sucesor del emporio que creó su padre, Fred Trump y no en su carrera política. Fred, de origen alemán, despreció casi hasta el final de su vida a su segundo hijo y éste se lo pagó caro cuando el progenitor enfermó de Alzheimer.
A Donald, a Donny como lo llamaban en casa, le ayudó que el padre desconfiara del primogénito, Fred Junior, piloto aéreo, dipsómano e inestable en una familia ya de por sí desequilibrada formada por dos varones y dos féminas. El cariño se lo garantizaba la madre, Mary Anne, y una fotografía de ella luce entre otras en el Despacho Oval. El magnate parece disfrutar con el miedo, aplicando la diplomacia del shock: yo te amenazo con sanciones, en primer término desmesuradas, y luego te las rebajo a cambio de concesiones, evidentemente. Son plazos que hay que cumplir o al menos acercarse a ellos. Actúa siempre como si el mundo fuera una transacción. E improvisa. Es un gran improvisador. Es su única filosofía.
The Wall Street Journal ha escrito que aunque es un tipo listo, está haciendo algo muy tonto al imponer aranceles a otros países que a la larga actuarán de bumerán contra la economía estadounidense. Ya lo hizo durante su primer mandato. Es el hombre de los adjetivos superlativos: maravilloso, genial, épico. Defiende lo indefendible. Rebaja la gravedad de la metedura de pata de invitar por error a un dirigente periodista a una reunión de altos mandos para discutir una operación militar en Yemen (él no asistió) y aprovecha, además, para desacreditar al periodista. Cuando se trata de conflictos internacionales se descubren sus lagunas intelectuales y que no todo se puede hacer como si se tratara de derribar un rascacielos para levantar otro en su lugar o crear resorts en Palestina.
No faltan libros sobre su llegada al poder. La primera vez, sorprendentemente, en 2016 venció a Hillary Clinton y sucedió a Barack Obama. En 2020 fue derrotado por Joe Biden, y a punto estuvo de dar un golpe de Estado en la primera democracia mundial azuzando el asalto al Capitolio. Nunca reconoció la victoria del candidato demócrata. Cuatro años después le ha ganado la lucha con un récord histórico de apoyo de ciudadanos (casi 77 millones), muchos de los cuales nunca habían votado antes. ¿Es inteligente Trump? ¿Hay algo más detrás de sus frases coloquiales?
Bob Woodward, uno de los dos periodistas del Washington Post que precipitaron la dimisión de Richard Nixon en 1974, publicó al año y pico de llegar Trump a la Casa Blanca un ensayo titulado Miedo en el que adelantaba lo que iba a hacer en la presidencia. Al final, muchas de sus amenazas quedaron en papel mojado. Meses antes, otro periodista, Michael Wolff, escribía otro volumen de gran éxito, Fire and Fury, donde valiéndose de fuentes cercanas al político republicano, varios colaboradores confesaban que la Casa Blanca la dirigía un desequilibrado.
En la interesante película del iraní Abbasi, éste muestra los primeros pasos de Trump como hombre de negocios, administrador de la empresa del padre. Un joven apuesto, elegante, con un tupé rubio, pero inseguro y acomplejado, aunque dispuesto a comerse el mundo cueste lo que cueste y a tragarse el orgullo cuando se presenta como casero y le cierran la puerta sus inquilinos con insultos. Ese padre que no tiene en casa pese al afecto de la madre lo encuentra lejos de Queens en la figura de un abogado poderoso y sin escrúpulos, Roy Cohn. Será su mentor, su tutor, su creador. Cohn es interpretado en la película por Jeremy Strong, nominado este año al Oscar como mejor actor de reparto y conocido por su papel en la serie Succession.
Cohn, un atormentado homosexual multimillonario, es quien enseña a Donald cómo nadar en el mundo de los negocios. Lo machaca y desprecia inculcándole sus mandamientos: atacar sin descanso; negar todo y aún más si se ha cometido una ilegalidad, y por último, declararse vencedor, aunque luego no sea así. El futuro tiburón asimila bien la lección hasta el punto que cuando ya sabe nadar, orilla a su padre putativo, lo menosprecia y se desprende de los servicios del mafioso abogado. Antes de ello, lo necesita, sin embargo, para obtener la licencia del ayuntamiento de Nueva York de manera irregular para la construcción de la famosa Trump Tower, el gran rascacielos en la Quinta Avenida junto a Tiffany’s, su gran hazaña, emblema de su emporio inmobiliario, en contra de la oposición del primer edil municipal de Manhattan, el demócrata Ed Koch.
No tiene un acercamiento fácil con las féminas. El origen está en el núcleo familiar, en la rígida educación autoritaria del padre. Evidentemente, todo se soluciona con éxito social y dinero, como así ha ocurrido a lo largo de su carrera. Trump es el primer presidente de la historia de EEUU condenado por sobornar a una actriz porno con fondos de su primera campaña electoral. En The Apprentice, el director detalla los serios problemas que tuvo con su primera esposa, Ivana, una modelo checa fallecida en 2022, a la que violó y conoció en una fiesta y con la que tuvo tres hijos. Con la actual, Melania, eslovena y también antigua modelo, tiene un hijo veinteañero (él tiene 78 años) y la relación está siempre rodeada de rumores de divorcio.
En la película, el joven Trump confiesa no aspirar a ser político, pero sí a servirse de la política. Su nuevo amigo tiene nombre y apellido, Elon Musk, la persona más rica del mundo, creador de Space X, la empresa de transporte espacial, y Tesla, la compañía de automóviles eléctricos. En 2022 compró Twitter, la red social de mensajes gratuitos, a la que rebautizó X. La letra tiene una notable significación para este ingeniero espacial de origen surafricano, que liga todo a la conquista del espacio y a la llegada del ser humano a Marte. Su último hijo (tiene 13) de apenas tres años, que se pasea por el Despacho Oval como si fuera su cuarto de juegos, se llama X.
«Es un genio y a los genios hay que protegerlos», dijo de él Trump en su toma de posesión, el pasado 20 de enero. El magnate ha encargado al ingeniero reducir el tamaño de la Administración con las consecuencias obvias que eso supone. Musk, muy inteligente, pero con serios problemas de desarreglo emocional -sufre síndrome de Asperger-, tenía muy mala opinión de Trump cuando lo conoció durante su primer mandato. También él tiene tormentosas relaciones sexuales. A su biógrafo Walter Isaacson le ha confesado: «Es posible que Trump sea uno de los más grandes fantasmas que han existido jamás. (…) Si piensas en Trump como una suerte de timador, su comportamiento empieza a tener sentido». Ambos tienen una cosa en común: odian al padre.
En el supuesto que al actual inquilino de la Casa Blanca le entre un bajón anímico porque descubra que Vladímir Putin no es hombre de paz, que los europeos no se fían de él (ni siquiera Santiago Abascal), que Musk lo deje tirado un buen día, harto de que la industria del coche eléctrico no prospere tanto como él desea o que Melania le solicite el divorcio, sería recomendable que alguien de su entorno le aconsejara ponerse en contacto con un loquero o una loquera para calmar la soledad y tanta incomprensión. Quien lo conoce muy bien es su sobrina Mary L. Trump, psicóloga clínica, autora de un ensayo centrado en la familia Trump, publicado en 2020, a la que define como una familia tóxica: Siempre demasiado y nunca suficiente. Su tío calificó el libro de basura y plagado de mentiras.
Y en el caso de que el Congreso decidiera retirarle de la presidencia por problemas mentales, los estadounidenses que votaron por él podrían respirar tranquilos porque su sucesor sería el joven y fogoso vicepresidente J.D. Vance, de 40 años, que promete maneras extremistas mayores que las de su jefe. Exsenador por Ohio, de extracción humilde, Vance definió a Trump cuando en 2017 llegó por primera vez a la Casa Blanca como «el Hitler de Estados Unidos». Luego, obviamente, cambió de opinión y abrazó el trumpismo como el que más. De todos modos, casi resulta más prudente que Donny aguante hasta el final de su mandato, dando por bueno el dicho de más vale malo conocido que bueno por conocer. Los psicofármacos hoy en día hacen milagros.
The Apprentice se puede ver desde el pasado 25 de febrero en Movistar+.