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Opinión

¿Y si la moda de abandonar las redes no fuera un suicidio social?

«Frank Cuesta no es el único suicida digital, tan solo es el más reciente. Habrá otros, sin duda»

¿Y si la moda de abandonar las redes no fuera un suicidio social?

El extenista e 'influencer' Frank Cuesta. | Europa Press Reportajes

«Que no acusen a nadie», dejaba por escrito Emma Bovary en su despedida de un mundo marcado por la represión y los convencionalismos burgueses que la asfixiaban en su aburrida y mediocre existencia. Con sus sueños de lujos y emociones mundanas, Madame Bovary habría sido influencer si le hubiera tocado vivir estos tiempos y, seguramente, su mensaje habría sido otro: «Hoy, con pesar, dejo las redes sociales para siempre». Algo así como ha hecho Frank Cuesta, que tras darnos la tabarra día y noche durante años con su santuario y su exesposa traficante, ha decidido cerrar el quiosco y liberarnos de sus dramas costumbristas y su retahíla de desgracias, alguna de las cuales remató con la pertinente recaudación de fondos (ya, saben, las penas con pan son menos) que le permitieron seguir su lucha: «No soy mala persona, pero probablemente acabe en la cárcel o deportado», ha explicado el aventurero en una despedida que ha grabado para su canal de YouTube. ¡Chico, qué agonía, supurando paranoia hasta el último suspiro!

El soporte ha cambiado –ya no hay papel, ahora es un vídeo–, pero el mensaje es el mismo: «Adiós, mundo cruel». Porque cerrar las cuentas y abandonar el mundo digital en el que uno desarrolla esa vida paralela que hoy es la verdaderamente importante, la que los demás ven, siguen y creen, parece la forma moderna de suicidio social con la que uno se rinde y abandona el barco. Ya no escucharemos más diatribas, ni habrá más conspiraciones. Con el fundido a negro desaparece un relato. O, mejor dicho, todos los relatos: porque frente al suyo, en el que se vendía la burra de un personaje quijotesco con reminiscencias bíblicas (ese santuario no era otra cosa que un arca de Noé en tierra firme), también se esfuma el que nos hablaba de un refugio ilegal con especies en peligro de extinción que habían sido llevadas de manera ilegal. Y todas las ramificaciones que conllevaba el asunto.

Pero aquí lo que nos importa no es tanto el trasfondo como el gesto que ilustra estos tiempos. Frank Cuesta no es el único suicida digital, tan solo es el más reciente. Habrá otros, sin duda, mientras los algoritmos sigan jugando a alimentar los conflictos más que a tender puentes que nos comuniquen con los otros. El anuncio de la muerte voluntaria en redes suele venir acompañada de un mensaje victimista o de una fanfarria de amenazas sobre los peligros de tanta exposición: Tom Holland tenía 62 millones de seguidores cuando publicó el posteo en el que explicaba que seguir en las redes era perjudicial para su salud porque, cuando leía los innumerables mensajes que le llegaban, entraba en una suerte de espiral obsesiva nada recomendable. Por su parte, el cantante Justin Bieber mantiene con sus cuentas una relación que parece ser la que seguiría un adicto a las drogas: se entrega a ellas y, al cabo de un tiempo, las cierra en una maniobra que le sirve como terapia de desintoxicación. Harry Styles hace más o menos lo mismo, aunque su excusa es muy contundente: «Es un sitio de mierda donde las personas intentan ser horribles con el prójimo».

Selena Gómez decidió irse cuando le hackearon la cuenta y fue consciente de que era más feliz desde que no tenía que enfrentarse a los insultos, Ed Sheeran se despidió «para ver mundo», Millie Bobby Brown tenía más haters que fans…

Mientras unos abandonan, otros se ven obligados a alimentar sus cuentas porque, aunque no se lo crean, en muchas series y películas actuales, sobre todo las producidas por las grandes plataformas, los directores de casting se preocupan más por el número de seguidores de los candidatos que por sus dotes interpretativas: en España tenemos el caso de Manu Ríos, pero el fenómeno es mundial, con fenómenos como los de las tiktokers Charlie d’ Amelio o Addison Rae.

Quienes se consagraron antes de esta moda se salvaron: Brad Pitt, Leonardo DiCaprio, Emma Stone, Jennifer Lawrence, George Clooney, Benedict Cumberbatch, Daniel Radcliffe o Robert Pattinson, entre otras figuras de Hollywood, se han negado a tener un perfil y a compartir su vida o sus pensamientos a través de las redes. Y no les ha ido mal.

A lo mejor va a resultar que dejar las redes no es un suicidio, sino una forma de abrazar la vida de verdad.

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