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Análisis

El emperador Sánchez y su cancerbero Puente

Todos saben que es el final, pero nadie se atreve a decirlo. Y, por ello, el ministro se lanza a la yugular de Madina

El emperador Sánchez y su cancerbero Puente

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a Óscar Puente en el Congreso. | Kiko Huesca (EFE)

Este 2025 concluye con un hecho inédito en la carrera política de Pedro Sánchez. Es la primera vez que el presidente del Gobierno adelanta su balance del Gobierno al día 15 de diciembre -a la vez que su copa de Navidad- que habitualmente se celebraba entre el día 28 y 30 del mes. Una cuestión aparentemente irrelevante que entraña mucha más importancia de la que parece -al margen de la sanción por parte de la Junta Electoral Central por irrumpir en la campaña electoral extremeña-, en alguien que siempre estuvo obsesionado con ocupar los espacios y monopolizar la agenda informativa. Al hilo de esta insólita y voluntaria ausencia, una fuente de Moncloa me confesaba: «El presidente se va a coger dos semanas de vacaciones. Necesita descansar». Es la primera vez que Sánchez se coge dos semanas de vacaciones en Navidad en sus siete años y medio de mandato. Su mal aspecto tampoco es una anécdota, ha hecho saltar las alarmas de su equipo y motiva las recomendaciones de descanso. Según dicen, permanecerá en Madrid. No está previsto desplazamiento alguno. Cada vez más blindado, evita pisar la calle y mide al milímetro sus impostadas comparecencias con aplausos prefabricados made in Moncloa y unas pocas preguntas seleccionadas para disimular la censura que se vive en Moncloa desde la anterior legislatura.

Este estado de agotamiento choca frontalmente con el relato del Sánchez infalible e imbatible que resurge cada amanecer como el ave fénix; que, según dicen, aguantará aún dos años más hasta 2027 y se volverá a presentar a las elecciones con la intención de revalidar hasta 2031. Pero es el propio PSOE el que, en privado, pincha el globo. Todos en el partido saben que este es el final. Todos se rinden ante la evidencia de que estamos ante el final del ciclo. Hay debate en torno a si el mismo Pedro Sánchez lo sabe, o está todavía engañado o «bunkerizado» por su equipo (en palabras de su vicepresidenta, Yolanda Díaz). Algunos creen que no puede irse, necesitado de defensa judicial para su familia. Otros, que no sabe cómo irse, que lo intentó cuando, en mayo de 2024, descubrió que, por primera vez, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado estaban investigando al presidente del Gobierno y la Justicia había imputado a su mujer, aunque lo ocultó durante semanas. Decidido el camino de la huida hacia adelante, ya nadie sabe como frenarle «para no hundir al partido».

Todos saben que es el final, pero nadie se atreve a decirlo. Y, por ello, el cancerbero de Sánchez, Óscar Puente, se lanza a la yugular de Eduardo Madina cuando se atreve a reconocer la evidencia de su mortandad. El PSOE ya solo aguarda al entierro político de Sánchez, perdidas las esperanzas de que repita la gesta del 23-J de 2023, -una carambola del destino y la venta de una legislatura por 7 votos-, y resignado a que alguien más que el propio Sánchez dé un paso para acabar con la ficción de esta legislatura y la agonía de la corrupción. «Quienes tendrían que hablarle claro a Pedro no lo harán, porque quieren heredar», explican en el PSOE. Y, pese a todo, muchos confían en la llegada de un valiente que se atreva a decirle a Pedro Sánchez que está desnudo, que pinche el globo colectivo de una legislatura ficticia que solo existe a ojos del presidente del Gobierno y su corte de ministros-animadores.

Óscar Puente, el cancerbero de Sánchez

Mientras el PNV ya le dice abiertamente que «es imposible» continuar hasta el 2027 y Yolanda Díaz se abre a una ruptura de la coalición de Gobierno, se intensifican las voces socialistas que claman para que «alguien se atreva a decirle a Pedro que esto se acabó, que es el final». A los dirigentes del PSOE les mueve el temor a un hundimiento electoral hasta niveles irrecuperables como un partido Gobierno. Y hasta los sanchistas de pura cepa se atreven incluso con la autocrítica: «Pedro ha sido un gran presidente, pero un mal secretario general. Es urgente que se vaya». El sustrato de la crítica es el entramado de sus dos últimos secretarios de Organización: uno en la cárcel y otro en camino.

Los escándalos se suceden, escalan desde Ferraz a la SEPI, desde las mascarillas a la obra pública, desde el petróleo a las empresas públicas participadas, mientras la cascada de casos de acoso sexual con claros tintes de fuego amigo aliñan la ensalada de la corrupción. El presidente sigue desfilando, con la cabeza alta; se declara «engañado» por sus dos ex secretarios de Organización (Ábalos y Cerdan), por su recolector de avales en las primarias (Koldo), por su enlace entre Moncloa y Ferraz (Salazar), por el expresidente de la SEPI (Fernández Guerrero), por la mano derecha de su amigo en Correos (Leire Díez y Juanma Serrano)… Y sigue contoneándose con su armiño invisible.

El presidente es partícipe de ese engaño; sabe que está desnudo. Él tampoco ve su ropaje inexistente, pero se parapeta en la amenaza de que quien reconozca que no percibe su delicado outfit será tildado de estúpido (o bulero fachosférico, inquilino del fango…). Y en contra de la evidencia, de la obviedad de que la legislatura ha llegado a su fin, continua con su absurdo empecinamiento por mantenerse en el cargo: asegura que tiene fuerza y ánimo, explica que ha «madurado» y que ahora ‘viste’ la presidencia de otra manera, se toma las cosas con más calma, ajeno a los escándalos de personajes «desconocidos para mí» o «anecdóticos», a quienes enmarca en una campaña de fango que deja sin sentido su petición de disculpas a la ciudadanía en junio, tras el informe de la UCO sobre Cerdán, y su anuncio de una auditoría interna de la que nada se supo.

Sánchez, «buen presidente, mal secretario general»

En Moncloa y Ferraz contemplan impávidos el desfile de su desnudez; con el rictus enjuto, presos del pánico electoral. Temen al valiente que alce la voz, pero no encuentran a quien la baje y, en tono de confidencia, le susurre al oído: «Presidente, estás desnudo»; y se acabe la pamema. Mientras siguen cayendo las bombas, algunos esperan la traca final, la mascletá, ese momento hiperbólico que le dé el toque de gracia, el definitivo. Porque en esta fábula colectiva también saben todos que ya no hay antídoto posible, que Sánchez ya no es el mismo, que ha perdido su punch, sus temidos golpes de efecto que eran capaces de cambiar el tablero de juego… Ya no seduce a la prensa con giros de guion, sus crisis de gobierno de dimensiones sísmicas se reducen a leves temblores de sustituciones quirúrgicas…

Hubo un tiempo en que su fuerza provenía de su capacidad de sembrar terror por los cambios: en el Gobierno, en el partido, en los grupos parlamentarios… Ahora el terror emana de quienes eran sus compañeros de viaje y hacen trompos amenazando con descarrilar el Peugeot. «Más vale solo que mal acompañado», advirtió Cerdán esta semana en el Senado. Paradójicamente, Sánchez está solo pese a estar acompañado. Porque ya entre los más acérrimos defensores del presidente hay quien empieza a despuntar diciendo: «Ya no es posible que no supiera nada. No me creo que le hayan engañado en todo». Y el presidente sigue desfilando, cabeza alta, gesto altivo… temeroso de cuándo alguien alzará la voz y descubra lo que todos saben y nadie se atreve a decir. Estira su ficción, muestra su flaqueza, su desgana, su cansancio… Pero se ve obligado a seguir sin saber donde está el final.

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