Los topónimos sepultados por el volcán en La Palma y los que nacerán
El volcán de La Palma es uno de los eventos del año, pero también es importante recordar todos los topónimos que no están (y los que nacerán)
Un topónimo es el nombre que le damos a un lugar, ya sea una fuente, monte, un valle. Son nombres propios que responden a la necesidad de situarnos sobre un territorio.
Son creaciones culturales y, por tanto, mutables. En ellos se pueden encontrar retazos de la historia, información sobre la naturaleza y la gente del lugar, sus tradiciones, creencias. Son como un libro abierto en el que aprender la natura y cultura de un territorio.
Pero en ocasiones este libro cambia de página e incluso de capítulo. En Ecología, una erupción volcánica es un punto y aparte. El ecosistema se reinicia, y hay que empezar de cero, creando nuevo suelo, recolonizando el lugar. Es lo que se denomina una sucesión primaria.
Este hecho es bastante conocido en el mundo científico, pero pocas veces tenemos la oportunidad de ser testigos de este proceso en el mundo de los topónimos. Tras las últimas erupciones del volcán de Cumbre Vieja en La Palma que han cubierto 1 241,08 hectáreas, se inicia una etapa de reconstrucción: pero los topónimos no se podrán reconstruir, hay que crear unos nombres nuevos, ya que las cosas que nombraban han desaparecido.
Toponimia desaparecida
Cuando desaparece un topónimo se pierde una significativa información que nos indica la historia, geografía, etnografía, psicología, del territorio y de su gente. Una información preciosa e irreemplazable.
Pero afortunadamente los topónimos palmeros que han quedado debajo de la lava no desaparecerán. Vivimos en la era de la información y existen recopilaciones toponímicas, mapas, Sistemas de Información Geográfica (SIG), que permitirán que no olvidemos estos nombres.
Sin embargo, no se van a volver a utilizar para lo que fueron creados. Serán como una exposición de animales disecados. Siguen ahí, pero no cumplen su función dentro del ecosistema, no evolucionan. Los topónimos de la zona cubierta por las coladas pueden verse todavía a través de la red, mediante visores como el de GRAFCAN, en la página web del Instituto Geológico y Minero de España, o en la del Instituto Geográfico Nacional.
Cien topónimos perdidos
En una rápida recopilación hemos localizado unos 131 topónimos en el área afectada. Unos pocos, 13, han sido sepultados solo en parte (caminos, carreteras, lugares compartidos con zonas vecinas), por lo que es de esperar que sobrevivan (Camino de Los Pelaos, Malpéis de las Cordobesas, San Isidro).
Otros se mantendrán en la memoria gracias a que se empleaban para denominar a alguna zona que ha pervivido. Así, el nombre aborigen Todoque, que designaba a la mayor población afectada, dejará de usarse como tal, pero se mantendrá al utilizarse para llamar a la Montaña de Todoque, que ha quedado rodeada por los ríos de lava. El nombre de la montaña quedará como recuerdo perpetuo de la población.
La mayoría de los topónimos del área sepultada dejarán de utilizarse. Aniceto, Callejón de la Gata, Camino cumplido, El Corujo, El Foleque, El Pastelero, Las Plantas, Los Campitos, Pampillo, Pino del Chino, y así hasta más de 100 nombres de lugares que ya no tienen sentido, al designar lugares que ya no existen. Cuando se rehaga la carretera ya no tendrá la Recta de Facundo, o la Curva de la Muda, ni habrá un cruce que llamar Cruz de Lorenza, ni una entrada que pueda denominarse La Cancela de los Méndez. Hay que pensar en ir nombrando el nuevo paisaje.
Nuevos topónimos para una nueva realidad
La necesidad de denominar los nuevos lugares que aparecen para poder hablar de ellos es algo inherente al proceso comunicativo. Este hecho se percibió claramente cuando el 19 de septiembre de 2021 empezó la erupción. Ya durante esos primeros días se habló de esta urgencia, y surgieron varias propuestas para denominar al nuevo volcán: Tajogaite, Jedey, Cumbre Vieja o Cabeza de Vaca.
Los dos primeros se propusieron como forma de mantener la escasa tradición de los últimos volcanes aparecidos en las Islas, Chinyero, Tagoror y Teneguía, de usar términos en lengua aborigen canaria para denominar a estos nuevos volcanes. Todos los términos propuestos eran ya utilizados para denominar a lugares cercanos.
Curiosamente no se siguió otra forma empleada para designar volcanes en La Palma, que es la de darle el nombre del santo del día en que apareció: Volcán de San Antonio y Volcán de San Juan. En este caso bien pudiese haberse llamado Volcán de San Jenaro, en honor al famoso santo cuya sangre se licua cada 19 de septiembre.
Por cierto, extraña relación la que existe entre este santo y los volcanes, ya que esta reliquia ha sido utilizada para detener las erupciones del Vesubio, volcán vecino a la ciudad de Nápoles. Durante los meses de septiembre y octubre, el término que parecía cobrar vitalidad era el de Tajogaite.
Pero finalmente se ha impuesto el nombre de Volcán Cumbre Vieja, que hace referencia a la cordillera donde se asienta este y el resto de volcanes históricos de la isla de La Palma. Al principio y todavía hoy se usaba como Volcán de Cumbre Vieja, pero cada vez más es posible oír o leer simplemente Volcán Cumbre Vieja.
La rapidez con que suceden en la actualidad estos procesos es tal, que todo el mundo ya puede ver en la aplicación Google Earth, o en Google Maps, en su capa de sitios, la localización exacta del volcán que se nombra como Cumbre Vieja.
Un proceso acelerado
Este no es un proceso totalmente nuevo. Siempre que ha habido una erupción se ha producido. La novedad está ahora en la inmediatez y en que sucede con luz y taquígrafos, a la vista de todos; y en que lo local se ha difuminado.
Hay que tener en cuenta que los usuarios de los nuevos topónimos, al menos en este caso, no son exclusivamente los habitantes de la zona afectada. La noticia se ha extendido por todo el mundo, y los medios de comunicación, redes sociales, etc., han participado, con la difusión de la noticia, en que se escogiera ese término frente a los más locales o religiosos.
Cuando se tengan que formar los topónimos menores y únicamente intervengan en su elección los hablantes locales, las reglas pueden ser otras. Aunque no hay normas fijas, sí hay tendencias que ya se conocen de procesos similares anteriores. En especial será imprescindible el marco de conocimiento y el vocabulario local.
Los topónimos que faltan
Por ejemplo, para el hablante isleño, el volcán no es solo el cono volcánico, sino también las coladas endurecidas. Por eso, el punto más extremo de estas coladas que penetra en el mar es la punta del volcán, como ocurrió en el vecino Volcán de San Juan. También pueden nombrarse las coladas como malpaíses, si su superficie es pedregosa o insufrible de caminar, o como lajiales o lajas, si son, por el contrario, planas y transitables, con el término lava, presente en el volcán de San Juan.
Otros vocablos que seguramente aparecerán entre los topónimos nuevos serán el de cueva, para denominar a los tubos volcánicos, o el de arenas para designar a los piroclastos de pequeño tamaño. En otras islas, como Lanzarote, con una larga historia de erupciones, se denominan islotes a las montañas que quedan rodeadas por las nuevas coladas. En este caso están Montaña Cogote, Montaña Rajada, o las montañas de Capaburro, de Vicente Bruno o el Morro del Vendaval.
A pesar de que este término, islote, no estaba presente en la toponimia palmera, ya se ha empezado a utilizar en algunas noticias locales.
Otro término lanzaroteño es el de jameo, que designa al agujero que se forma en el suelo cuando se derrumba el techo de un tubo volcánico. En La Palma, igual que en el ejemplo anterior, se ha empezado a emplear este término, a falta de otro mejor, para designar a estas mismas estructuras volcánicas. Veremos si estos términos logran arraigo suficiente entre los hablantes palmeros para mantenerse y conformar algún topónimo nuevo.
No hay nombres mal puestos
Sea como fuese, el hablante palmero dispone de este gran vocabulario para crear su nuevo registro toponímico, igual que dispone de su tenacidad, sus conocimientos y su voluntad para asimilar la nueva realidad y superarla.
Como novedad, en esta ocasión tendrán mucho que decir en todo este proceso los medios de comunicación y las redes sociales, y quizá mucho menos los expertos y científicos.
No hay un nombre mal o bien puesto, un topónimo es útil si cumple con su cometido de indicar un lugar con la suficiente claridad como para que los oyentes puedan saber a qué lugar se refieren. Hay que preservar los topónimos desaparecidos, estudiarlos para conocer la sociedad que los creó, y observar el proceso que empieza ahora de creación de un nuevo marco toponímico.
La densidad toponímica de una zona es directamente proporcional a la relación del ser humano con su territorio: a mayor número de interacciones entre el terreno y las personas, más cosas es necesario nombrar. Cuando se enfríe totalmente la lava y se necesite tener referencias para recorrer el lugar, marcar límites, gestionar el territorio, aparecerán los topónimos.