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¿Una mujer inventó el psicoanálisis? Diez pioneras que mejoraron a Freud

Su papel en esta rama de la psicología no es testimonial, sino que supone un cambio radical en su enfoque

¿Una mujer inventó el psicoanálisis? Diez pioneras que mejoraron a Freud

El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud. | Wikimedia Commons

Desde la antigüedad, la histeria se ha definido como un trastorno femenino. En el XIX surge el psicoanálisis, un tratamiento basado en la conversación y más comprensivo que otros métodos —como las duchas frías—.

En principio, la mujer solo aparece como objeto de investigación. Sin embargo, pronto estas pacientes adoptan un papel activo. Ellas piden expresarse, un factor esencial en una cura por la palabra. Además, señalan a sus médicos el camino a seguir.

Bertha Pappenheim, la paciente «cero» que inventó el psicoanálisis

Tras cuidar a su padre enfermo en Viena, Bertha Pappenheim sufrió síntomas diversos: pesadillas, mutismo, alucinaciones… No podía explicar su profunda angustia. Sugirió a su médico que la hipnotizara y la interrogara por las causas de sus padecimientos, así podría recordar el origen de sus miedos. Bajo hipnosis, Pappenheim se relajaba y podía viajar hacia el pasado. Cuando visualizaba el momento del episodio traumático, lo relataba, aliviándose. Por ejemplo, recordó que su fobia a beber todo tipo de líquidos había empezado porque un día vio un perro bebiendo de su vaso. Este método catárquico era una forma de liberación.

El médico de Pappenheim, Josef Breuer, compartió esta técnica con un joven neurólogo, Sigmund Freud, entonces desconocido. Ambos publicaron un libro, Estudios sobre la Histeria, donde contaron su caso (la llamaron Anna O.). Sobre esta base, Freud fue desarrollando el método psicoanalítico, y siempre reconoció su deuda con Pappenheim. A pesar de su relevante papel en la historia y de su gran labor como trabajadora social, luchando por los derechos de las mujeres y la infancia, la figura de Bertha Pappenheim sigue siendo poco conocida.

La familia Spielrein en 1909. De izquierda a derecha: Eva (madre), Sabina, Nikolai (padre), Emilia (hermana), Isaac y Jan (hermanos). Foto: Wikimedia Commons

De pacientes a psicoanalistas

  • Sabina Spielrein, la niña que experimentó la destrucción: de niña sufrió terribles palizas a manos del padre, que iban seguidas de una incontenible necesidad de masturbarse. En consecuencia, en su juventud vivió comportamientos sadomasoquistas, cambios de humor y desórdenes afectivos. Tras un calvario de clínicas y electroshocks, fue psicoanalizada por Carl Jung, quien creyó ver en ella síntomas histéricos, como «miradas seductoras». Spielrein estudió medicina e investigó el impulso humano hacia la destrucción. Esto influyó en Freud para describir los instintos de muerte, energías internas que nos llevan a conductas autodestructivas o agresivas.
  • Lou Andreas-Salomé, el amor al propio yo: mujer fuerte e independiente, se relacionaba con intelectuales como Nietzsche. En Weimar conoció a Freud, sorprendido por su «encanto femenino y agudeza intelectual masculina» –así, como suena–. Andreas-Salomé viajó a Viena para formarse en psicoanálisis. Desarrolló una visión amplia de la sexualidad y el erotismo, como culminación de la existencia humana. Para ella, el narcisismo no era una patología, sino una manifestación de amor a una misma, una identificación positiva.
  • Marie Bonaparte, la princesa que investigó el orgasmo: era descendiente de Napoleón y de pequeña la sorprendieron masturbándose. Una criada la amenazó diciéndole que si seguía haciéndolo, moriría. Se casó con el príncipe de Grecia, pero su sexualidad no le resultaba satisfactoria. Padecía frigidez a pesar de sus numerosos amantes. Al principio, pensaba que la anorgasmia se debía a que el clítoris estaba muy lejos de la vagina y no era estimulado durante la penetración. Algo obsesionada, llegó a operarse varias veces, pero la cosa empeoró. Conoció a Freud y se convirtió en paciente, amiga y psicoanalista. Comprendió que las causas psicológicas eran más importantes que las físicas. Tras el psicoanálisis, descubrió que algunas experiencias infantiles podían haberla condicionado, junto a las rígidas convenciones sociales. Más liberada, continuó buscando las fuentes del orgasmo, anticipándose a Masters y Johnson. Cuando los nazis tomaron Viena, ayudó a Freud a huir a Londres, vía París, salvándole de los campos de concentración.
  • Christiana Morgan, dibujante de sueños: muy cercana a Carl Jung, viajó hasta Suiza para ser psicoanalizada, ya que sufría fuertes depresiones y graves problemas de identidad. Allí desarrolló la capacidad de plasmar sus sueños pintándolos en un cuaderno. En sus acuarelas emergía el inconsciente. En la universidad de Harvard, junto al famoso psicólogo estadounidense Henry Murray, Morgan creó el Test de Apercepción Temática (T.A.T.), un test proyectivo basado en imágenes. Al interpretar estas imágenes ambiguas, el paciente sacaba a relucir elementos subconscientes. Posteriormente, la contribución de Christiana fue silenciada, mientras Murray fue consagrado como autor único del test. El mexicano Jorge Volpi la recupera en su novela La Tejedora de Sombras.

De psicoanalistas a teóricas

A la vez que nace el psicoanálisis, el rol femenino va cambiando. Las primeras psicoanalistas con estudios médicos participan activamente en las organizaciones psicoanalíticas. Sienten la necesidad de ocupar un lugar central.

Desde ahí, darán una nueva visión de la femineidad y la sexualidad, enmendando la plana a Freud, limitado por su visión androcéntrica.

  • Melanie Klein y el psicoanálisis de niños: dio un impulso más feminista al psicoanálisis, excesivamente patriarcal. Investigó las primeras etapas en el desarrollo de los bebés: tan importante es el apego del niño a la madre como de la madre al niño. Estudiando a niños, desarrolló la técnica del juego. Un día, con una niña que se mostraba retraída en la consulta, dificultando la exploración psicológica, Klein llevó una caja con juguetes. La niña empezó a abrirse y Klein encontró una vía de comunicación: a través del juego, la niña mostraba su mundo interior. El juguete es una herramienta básica, conecta realidad y fantasía. Desde entonces, resulta esencial observar cómo juegan los infantes.
  • Anna Freud, de rebelde a guardaespaldas del padre: la hija pequeña y díscola de Freud fue una adolescente rebelde: no quería casarse sino hacer carrera profesional. Tenía fantasías sadomasoquistas, en las que experimentaba placeres culpables: un caballero muy parecido a su padre la azotaba. La solución llegó cuando el mismísimo papá Freud la psicoanalizó. Ella se incorporó a la sociedad psicoanalítica, convirtiéndose en guardiana de la ortodoxia y pionera del análisis infantil. En su obra, organizó de forma sistemática los mecanismos de defensa que posee el yo.
Retrato de Melanie Klein y Anna Freud. Wellcome Images. Foto: Wikimedia Commons.

Exportando psicoanálisis y una nueva visión de la femineidad

  • Joan Riviere, ¿la femineidad es una máscara?: en su libro La femineidad como máscara, Riviere denuncia las dificultades para conquistar un rol activo. Dentro del sistema profesional masculino, la mujer debe progresar con sus conocimientos, pero necesita reprimir la rivalidad para no desafiar en exceso al sistema.
  • Karen Horney, desvelando la «envidia del útero»: emigró desde Berlín a Estados Unidos y dinamizó el psicoanálisis en Chicago y Nueva York. Cuestionó los dogmas de Freud sobre la mujer. Por ejemplo, Freud suponía que el momento clave en el desarrollo psicológico de las niñas sucede cuando se comparan con los niños y perciben que carecen de pene. Para Karen Horney, la envidia de pene es un mito, fruto del narcisismo masculino. La insatisfacción de la mujer se debe, sobre todo, a la subordinación que experimentan en la sociedad patriarcal. Y la monogamia no se relaciona con el amor, sino con la necesidad de posesión y prestigio del hombre.
  • Arminda Aberastury y la fase genital temprana: en Argentina, Aberastury desarrolló un juego en el que se construían casas, útil para explorar emociones, siguiendo a su maestra Melanie Klein. Además, destaca por una propuesta original. Freud había propuesto cinco etapas en el desarrollo psicosexual: oral, anal, fálica, latencia y genital. Esta última fase genital florecía en la preadolescencia. Aberastury describió una fase genital previa, dentro del desarrollo infantil, coincidiendo con la dentición y el abandono de la lactancia. Es decir, la conciencia de la genitalidad puede resultar en muchos casos más temprana, apareciendo mucho antes de lo que Freud pensaba.

Con psicoanalistas como Arminda y Betty Garma, la ola del psicoanálisis completa la vuelta al mundo, regresando a Europa con una propuesta más global que amplía la sexualidad y cuestiona la dicotomía masculino-femenino.

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