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Maksim, el desertor ruso exiliado en Valencia: «Pido perdón a mis hermanos de Ucrania»

El joven, de 23 años, decidió abandonar su país junto a su familia días antes de agotar el plazo para incorporarse al servicio militar obligatorio

Maksim, el desertor ruso exiliado en Valencia: «Pido perdón a mis hermanos de Ucrania»

Maksim Kurmaev y su famila en el hotel valenciano en el que viven. | Cedida

Las guerras también se miden en kilómetros. Concretamente, en la distancia que se abre entre algunos seres queridos. Lo sabe bien Maksim Kurmaev, de 23 años. Para Rusia es un desertor que abandonó su país para no enrolarse en el ejército. Días antes de agotar el plazo para incorporarse al servicio militar obligatorio tomó una decisión que puede marcar su vida. Abandonó Moscú para exiliarse en España. Ahora vive en un pequeño municipio de Valencia, desde donde lanza un mensaje mucho más atronador que las bombas: «Pido perdón a mis hermanos de Ucrania».

En primavera, las autoridades del país reanudaron los reclutamientos con la intención de captar 134.500 jóvenes. Como telón de fondo, la invasión de Ucrania, lo que generó suspicacias de muchos rusos. Entendían que iban a ser enviados al frente. Un extremo que rechazó el ministro de Defensa, Serguei Shoigu, que aseguró que no lo harían, al menos, hasta que no acabaran el año de servicio militar, cuando se convierten en reservistas.

La invasión a Ucrania

El precio que paga Kurmaev por no creerle es muy elevado: vivir a 4.000 kilómetros de su hogar. La Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) calcula que cinco millones de ucranianos han abandonado su país de origen en busca de un futuro mejor, lejos de las bombas y del horror de la muerte y la destrucción. A España han llegado unos 134.000, según estimaciones del Gobierno. Cruz Roja ha atendido a 79.502. Sin embargo, no hay datos de ciudadanos rusos, a los que la guerra también ha dejado en tierra de nadie. Muchos han abandonado su país buscando un futuro mejor.

Es el caso de Maksim Kurmaev, que ahora está alojado en un hotel valenciano junto a su esposa Anastasia, de 19 años, y su hija Patricia, de 11 meses. Lo hace gracias al programa de acogida de protección internacional que gestiona Cruz Roja. La joven familia se encuentra en la primera de las tres fases del sistema, la de evaluación. El programa depende del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, que dedica recursos a través de entidades sociales. Los beneficiarios gozan de alojamiento, comida, acceso sanitario y asesoría jurídica y psicológica gratuita. Aún así, no resulta fácil vivir lejos de casa.

«Para mí es duro. Echo de menos a mi madre, mi trabajo y mi piso en Moscú. Lo hemos abandonado todo», se lamenta Kurmaev. No sabe cuándo podrá regresar. Puede tardar meses, años… o no hacerlo jamás. «Mientras Vladimir Putin sea presidente es imposible», reconoce. El ex espía de la KGB rige el país con mano de hierro: «Es una dictadura. La gente tiene problemas en su trabajo o con su seguridad si no hacen lo que les dicen. No podemos hablar contra Putin ni contra la guerra. Te enfrentas a 15 años de prisión».

Vivir en esas condiciones ya era una cárcel para Kurmaev. El joven regentaba dos gimnasios en la capital rusa y daba clases de gimnasia artística. Hace unos meses acabó la carrera de Educación Física y se quedó sin excusa para posponer el servicio militar obligatorio. Recibió varias notificaciones para personarse en la oficina de reclutamiento antes del 16 de marzo, pero cuatro días antes decidió tomar un vuelo hasta Grecia, una país al que sabía que ya se habían dirigido otros compatriotas contrarios a la invasión de Ucrania y al régimen de Putin.

Origen sefardí

«No quiero luchar ni matar gente. Y si no voy al ejército, me sancionan con tres años de cárcel», explica en un castellano muy limitado. Afirma que tiene familia en Odessa y Kiev y que Rusia y Ucrania son «pueblos hermanos». En su opinión, la invasión es «un error horrible» que «nadie entiende». «Mi intención siempre fue venir a España, aunque como turista. Me gusta mucho su cultura y hace años que comencé a aprender el idioma», relata Kurmaev. Además, su abuela es de origen sefardí. Se apellidaba Giró y su familia vivió en nuestro país hace siglos.

En 2015, el Gobierno abrió un proceso para conceder la nacionalidad a los sefardíes originarios de España. Se la concedieron a más de 36.000 judíos, pero Kurmaev no puede acogerse a esa resolución porque el proceso finalizó el 1 de octubre de 2019. Sostiene que lleva meses solicitando una cita en la Policía Nacional para gestionar el permiso de trabajo, pero que no se la dan porque no hay huecos. Los ucranianos la obtienen de inmediato. «Les ayudan más, pero es justo porque a mi casa no la bombardean. No quiero vivir gratis, sino trabajar para ganar tener dinero para mí y mi familia».

Maksim Kurmaev y su familia durante una visita turística. | Foto: Cedida

Para llegar a España vivió una auténtica odisea, como la de Homero. Debió tomar varios autobuses y trenes en los que gastó todos sus ahorros. De Atenas a Niza y de esta ciudad francesa, a la Estación de Barcelona Sants. «No sabía que me alguien me podía ayudar», lamenta. Lo supo cuando llegó a la Ciudad Condal y se encontró con un equipo de Cruz Roja. «Nos ofrecen alojamiento y comida, pero estamos preocupados por nuestro futuro», reconoce a THE OBJECTIVE por teléfono. Dice que aquí se siente seguro y que no tiene miedo a represalias.

Sus días en el hotel son monótonos, pero está contento porque vive rodeado de «hermanos». Cruz Roja acoge en Valencia a 500 ucranianos y una decena de rusos, explica Iván García, responsable de Primera Acogida de la entidad en la región. Kurmaev practica castellano, hace acrobacias y se ríe con ellos. Si hubiese aceptado enrolarse en el ejército, hoy serían sus enemigos. «Creo que todo acabará pronto. Podrán volver a casa y vivir tranquilos. Yo no podré hacerlo», se lamenta. Su madre le manda cada pocos días las notificaciones que envían las autoridades rusas para que se persone en Moscú. Su única intención es ser feliz y vivir en paz en España. Más lejos queda abrazar a su madre.

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