El único torero vivo de la corrida que Franco autorizó en Yugoslavia: «Gritaban a los picadores»
Roberto Piles toreó dos tardes en Belgrado junto al diestro Luis Miguel Dominguín: «Una noche cenamos con el Mariscal Tito, aunque él no fue al festejo»
Era 1971, año en el que Baréin se independizaba del Reino Unido; en Bolivia, Hugo Banzer Suárez ascendía al poder mediante un golpe de estado; y en Vietnam, Australia y Nueva Zelanda decidían retirar sus tropas. En España, Estados Unidos cedía a nuestro país las propiedades del oleoducto Rota-Zaragoza, en Granada hallaban la escultura íbera del siglo IV a. C., la Dama de Baza, y en La Palma, el volcán Teneguía inició un violento proceso de expulsión de lava que duró diez días consecutivos. Eran los años del tardofranquismo y la mejora de la posición española ante los organismos internacionales comenzaba a florecer tras años de aislamiento.
Época de grandes toreros, Paco Camino, El Cordobés o Curro Vázquez, el matador de toros era ese héroe de capa y espada al que todo el mundo quería parecerse y también ver. Llamarte «torero» era un elogio en una época en la que la gente pedía anticipos de sueldo a las empresas e incluso vendía sus colchones para comprar una entrada. Y en este contexto, la familia taurina Dominguín se embarcó en la aventura de llevar los toros hasta los Balcanes. La primera y única corrida de toros que tuvo lugar en Belgrado, ahora capital serbia y entonces de la antigua Yugoslavia, con el militar comunista el Mariscal Tito como jefe de Estado.
Cartel de Rafael Alberti
Tuvieron lugar los días 2 y 3 de octubre de 1971, impulsando así el deshielo en las relaciones entre España y Yugoslavia. En el cartel –obra de Rafael Alberti– Luis Miguel Dominguín, que aquel año había reaparecido en ruedos españoles, el francés Roberto Piles, quien una semana antes había tomado la alternativa en Barcelona, y el rejoneador Alfredo Conde. En la primera corrida se lidiaron toros de Carlos Núñez y en la segunda, de Guardiola. Dos corridas que podían parecer crepusculares en una sociedad cuya cultura nada tenía que ver con la española pero que, sin embargo, se convirtieron en dos tardes de gloria en un intento de internacionalizar la tauromaquia.
Cena con el Mariscal Tito
Así lo recuerda el único torero vivo del cartel, Roberto Piles, en una charla con THE OBJECTIVE. Era la semana española en Belgrado, había fiestas flamencas por las noches y comida típica española. «Fue algo muy bonito. Enseguida nos dimos cuenta que el público yugoslavo lo vivía y lo sentía, aunque cuando salieron los picadores comenzaron a chillarles, la suerte de varas no les gustó», cuenta entre risas el maestro, que con solo 18 años se expuso a un público yugoslavo exigente ante el desconocimiento de una fiesta que expone la muerte con descaro convirtiendo el sacrificio de un animal en un rito estético.
Sin embargo, Piles, que asegura que la idea de esta corrida «fue algo montado por Domingo Dominguín y un ministro yugoslavo», señala que las dos tardes fueron un éxito con dos terceras partes de la ‘plaza’ llenas. La corrida se realizó en el estadio de Tas de Belgrado, entonces una pista de tenis ovalada con capacidad para 10.000 personas cuyo ‘albero’ era la misma tierra del campo de juego. «Cada día asistieron unas 8.000, el ambiente era muy bueno», apunta el francés, que confiesa que una noche cenó con el Mariscal Tito. «Éramos 40 ó 50 personas. Recuerdo que tenía a un lado a Luis Miguel y a otro a Dominguín y se me acercó Tito y me preguntó en español cómo estaba. Me sorprendió que hablase español y le pregunté que dónde lo había aprendido. Me dijo que en la guerra de España», relata aún sorprendido el maestro, que recuerda que en aquella cena también estaba el escritor Jorge Semprum y el actor francés Yves Montand. «Todo fue muy normal, nada protocolario. Fue una velada muy amena», rememora.
Dominguín, corneado en la mano izquierda
Las reseñas publicadas en la prensa española de los dos festejos resaltan las cogidas que sufrió Luis Miguel Dominguín, «que para el torero no tuvieron consecuencias graves, pues pudo cumplir los dos compromisos, pero que causaron estupor y miedo respetable».
En el primer toro de la primera tarde, con megafonía exponiendo el sentido de las suertes y de los lances, Dominguín sufrió una aparatosa voltereta al ser embestido por el animal. «El público, totalmente inexperto, lanzó un grito unánime de horror . Pero cuando la cuadrilla distrajo al toro se vio que la cogida no había tenido consecuencias apreciables», relataba el teletipo de agencia que se publicó en los diarios españoles.
Al día siguiente, nuevo percance. Al rematar una verónica, Dominguín fue corneado en la mano izquierda , una herida –relata el diario ABC– que fue atendida en un hospital y que precisó de seis puntos de sutura. Lo que no impidió que volviera al estadio para lidiar a su segundo enemigo.
–¿Cómo reaccionó el público ante esa cogida?–.
–De una forma muy natural. Como el público español ante algo así. Pero con mucho respeto.
–Las crónicas cuentas que muchos abandonaron despavoridos las gradas…–.
–Yo no presencié eso. Puede que alguien se fuese, pero yo no vi que la gente saliese de la plaza. Yo solo tengo un recuerdo positivo del ambiente y el público.
A la vuelta, junto con Domingo Dominguín y Jorge Semprum, Roberto Piles cenó en París con Santiago Carrillo, donde el secretario general del Partido Comunista de España se encontraba exiliado. «Fue una cena muy cordial con una persona muy agradable», recuerda ahora Piles, por entonces un jovencísimo espadas de solo 18 años que por entonces comenzaba a vivir sus primeras tardes de gloria.