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Cultura

Rubén Amón: «Los toros son el escándalo perfecto para esta sociedad amanerada y cursi»

El periodista reflexiona en ‘El Fin de la Fiesta’ sobre la tauromaquia y su futuro: «Los toros representan el arte al que aspiran todas las demás artes»

Llamarte «torero» era un elogio a finales del siglo XX. Una virtud. El torero era ese héroe de capa y espada al que todo el mundo quería parecerse y también ver. La gente pedía anticipos de sueldo a las empresas e incluso vendía sus colchones para comprar una entrada y ver al Manolete de turno o al Belmonte de la tarde. Esto me lo contó mi abuelo, con quien me sentaba a ver las corridas de toros cuando Antena 3 o Telecinco emitían unas 50 corridas en temporada. Pero el torero ya no es el héroe sino el villano, ya no se le vitorea sino que se le ridiculiza. Y en este contexto llega el periodista Rubén Amón y publica El Fin de la Fiesta, un ensayo que puede parecer crepuscular, pero cuyo desenlace augura aún muchas tardes de gloria.

¿Se acabó la Fiesta?

No, de ninguna manera. El título es provocador y tramposo porque la idea de ‘El fin de la Fiesta’ habla del sentido de la Fiesta, por eso en el subtítulo está acotado que los toros son un escándalo pero hay que salvarlos. Soy más optimista de lo que el título parece sobre la tauromaquia y su porvenir.

¿Por qué hay que salvar la tauromaquia?

La tauromaquia retrata la capacidad civilizadora del ser humano. Lejos de ser lo que estereotípicamente se consideran, anacrónicos, arcaicos, antiguos o rancios, los toros son exactamente lo contrario: vanguardistas, transgresores, subversivos; y el mero hecho de convertir el sacrificio de un animal en un rito estético, que termina plasmando casi una coreografía perfecta entre la muerte y el erotismo, contribuye a su razón de ser más que ningún otro motivo. Y por eso creo que son necesarios.

En el sur de Francia presumen de las corridas, de la cultura taurina. En el libro describes el silencio y el respeto del público taurino francés, del perfil analítico e instruido de ese aficionado; y en algunos países de Latinoamérica, como Colombia, Perú o Venezuela, el torero es todavía un héroe. En España, como cuentas, muchas veces se ridiculiza esa figura. 

Creo que tenemos una relación complicada con nuestros rasgos de identidad. En el libro me ocupo de quitar la etiqueta de los toros como Fiesta Nacional, porque son mucho más que la Fiesta Nacional, pero eso no quiere decir que no sea una fiesta genuinamente española. Creo que hay un complejo con la identidad propia y un grado de confusión que incluso nos lleva a plantearnos si debemos quitar de las carreteras o no el Toro de Osborne, como si fuera un símbolo inquietante para nuestra cultura. La propia extensión de la piel de toro que tiene el Toro de Osborne, horizontal y vertical, creo que representa rasgos inequívocos de la cultura española que tienen que ver con un cierto tremendismo, una profundidad, una seriedad. España no es un país de filósofos ni de músicos, pero sí es un país de héroes individuales y de caballeros de capa y espada, y creo que los toreros son un ejemplo de caballero de capa y espada, a la antigua usanza y también a la moderna.
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¿Por qué los toros, siendo un acontecimiento transgresor y subversivo, como justificas en el libro, se perciben como algo arcaico, anacrónico, conservador y facha?

Porque en esta batalla cultural en la que nos encontramos, los toros son víctima de un perfecto malentendido al estar completamente adulterado el debate político. Los toros eran muy de izquierdas en los 90 y 80 y han dejado de serlo porque la bandera del animalismo ha sido convertida por la izquierda en una seña de identidad; además, la defensa que se hace desde la derecha de los toros también suena a arcaica. A mí no me gusta que los toros se conviertan en contienda política, pero lo están haciendo, otra vez exteriorizando casi dos visiones de España que utilizan a los toros como pretexto. Los toros eran progres hasta hace muy poco, lo son en su razón de ser en el sentido en el que el torero es una figura revolucionaria que descabalga al señorito del caballo y se convierte en protagonista y centro de la expresión popular. Pero la intoxicación de la politización, que no opera donde tiene que operar y lo hace donde no tiene que hacerlo, forma parte de este malentendido.

Esta apropiación que Abascal se ha hecho de los toros no hace ningún bien a la Fiesta…

Ninguno. La tauromaquia es casi como Felipe VI cuando no sabes quién es peor para tu porvenir, si tu partidario o tu detractor. El detractor es inequívoco y el partidario es traicionero. A mí no me gusta verme representado en una fiesta que apela al macho español, a la bandera, a lo nuestro. De hecho me gusta mucho que la primera figura del escalafón sea un peruano, como es Roca Rey, que tengamos esta proyección en Francia y que el toro sea más una referencia del Mediterráneo y de América que una expresión genuinamente española desde la que hacer otra vez la guerra cultural y la bandera identitaria.

Si los toros no son de derechas, ¿por qué vemos toreros que van en las listas del PP o figuras públicamente relacionadas con Vox, como Morante, y no vemos toreros en las listas de izquierdas?

Los toreros, fuera de su misión y vocación, son la sociedad civil, y desde luego no todos los toreros están llamados a representar un partido ni a alistarse como diputados. Es completamente circunstancial que haya toreros de derechas en las listas de los partidos de derechas, y forma parte otra vez de esa tergiversación. Yo no me he preguntado si hay ingenieros de derechas o izquierdas en las listas, ¿cómo es posible dividir gremialmente una condición ideológica? José Tomás es un torero republicano, ¿y qué importa que sea republicano? Pero forma parte de querer ver en los toros rasgos y características que le son completamente extraños.

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Entonces, ¿se puede argumentar la defensa de la tauromaquia desde una visión progresista?

Es que los toros son progresistas. Lo son desde su origen porque están relacionados con la Ilustración, lo son porque el torero descabalga al señorito del caballo y se convierte en el centro del espectáculo y lo son porque representan el arte al que quieren aspirar todas las demás artes, sobre todo las escénicas.

¿Crees que se llevará a cabo el referéndum que propone Pablo Iglesias sobre toros sí o toros no?

Esto de toros sí o toros no me parece una simplificación de un problema muy complejo. La tauromaquia está llena de matices y grises, y estamos en tiempos de algo que los politólogos franceses definen como demolatría, un híbrido entre democracia e idolatría, que viene a idolatrar la democracia para terminar pervirtiéndola y recurre al pueblo cada vez que un gobernante quiere encubrirse en una decisión simplificando las cosas. No es que sea contrario al referéndum toros sí o no, soy contrario a casi todos los referéndum y, sobre todo, a aquellos que simplifican las cuestiones. Y cuidado con que un estado, un gobierno o una administración nos diga qué está bien o no, o qué está prohibido o no. Que sea la sociedad la que honesta, espontáneamente o elaboradamente decida qué quiere hacer con los toros.

España ha dado por descontado que el toreo iba a ser eterno y que no había que defenderlo. Pero se ha comprobado que no basta con blindar los toros, hay que saber exponer sus cualidades. ¿De quién es esta responsabilidad? ¿De las figuras, de los empresarios, del público?

Francia ha sido un modelo en este sentido porque ha cuajado su planificación desde la resistencia, estaba en territorio hostil, ya que las leyes nacionales prohíben la tauromaquia menos donde la tradición justifica la excepción, y con paciencia y eficacia de algunos empresarios, como Simón Casas, han creado un modelo autosuficiente. Es curioso que Francia nos haya indicado el camino, como por ejemplo, en el ámbito legislativo, defendiendo los toros como entidad cultural yendo a la UNESCO para protegerlos y encontrando caminos de todos los órdenes para preservarlos. España es víctima de su propio complejo de superioridad y de no haber pensando que había que corregir ciertos problemas de distancia con la sociedad misma. Y esto tiene que ver mucho con el ‘mundillo de los toros’, que es un diminutivo peyorativo muy específico, que alude a las miserias con las que se gestiona la tauromaquia misma, y es que no se han podido explicar cosas tan elementales en una sociedad tan sensible al medioambiente como la riqueza ecológica de la tauromaquia.

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Se ha producido una pérdida de reputación en muy poco tiempo. En los 90 se televisaban 40/50 corridas de toros. Hoy, sin embargo, hay personalidades que se tienen que esconder o que evitan mostrarse en los toros para que sus marcas no se vean perjudicadas. ¿Los toros asustan a la sociedad porque se han convertido en un arte molesto e incómodo frente a una cultura mansa y dogmática?

Los toros son el escándalo perfecto para la sociedad contemporánea. Cayetana Álvarez de Toledo, en la presentación del libro, hablaba de una sociedad al baño María, a mí me parece que es una bonita metáfora de lo que es la sociedad. Y los toros son enormemente incómodos y escandalosos porque replantean las certezas de una sociedad amanerada y cursi: exponen lo que es el sufrimiento de un animal, que no es el motivo que nos concita, lo aclaro para los que piensan que los aficionados somos unos psicópatas; exponen la muerte con descaro, plantean el espectáculo litúrgico y ritual en una sociedad cada vez más secularizada y confundida con la idea de la igualdad y la homogeneidad. Los toros describen claramente una jerarquía en una sociedad que no acepta las jerarquías y retratan al verdadero héroe, porque yo creo que estamos rodeados de héroes impostores. Los ciudadanos hemos sido llamados héroes por el mero hecho de quedarnos en casa durante la pandemia, es decir, el camino de la heroicidad está al alcance de cualquiera y no hace falta ni si quiera consumar una gran proeza. La sociedad ha bajado de cualificación a los propios héroes para que tú y yo podamos serlo.

¿Qué ha pasado en la sociedad para que hace 40 años llorase la muerte del Yiyo y ahora insulte y se alegre de la muerte de un torero en el ruedo, como pasó con Víctor Barrio o Fandiño, o incluso le desee la muerte a un niño, como fue en el caso de Adrián?

Asistimos a un proceso de deshumanización. El proceso de reivindicación del animal como un congénere perfecto ha venido no solo a despojar al hombre de su noción humana, sino también a humanizar al animal, y en ese juego perverso resulta que nos colocamos del lado del animal. Hemos deshumanizado al hombre para humanizar al animal. En el libro menciono la encuesta que hizo el catedrático de psicología de la Universidad de Oviedo, José Rasti, a sus alumnos. Les preguntó: «Ante la muerte de un torero y un toro, ¿quién preferís que muera?». Con el paso de los años los partidarios de la muerte del torero ha crecido hasta un 90%.

Das un dato muy interesante en el libro, en 2018 se mataron en España en los mataderos 52 millones de cerdos y 2,5 millones de bovinos, frente a los 2.214 toros que se sacrificaron en las plazas. Nos comemos los animales, pero renegamos del espectáculo que se hace civilizador. Lo que importa, entonces, no es que el animal muera, sino que el público lo vea…

Esos datos son de una contundencia definitiva. Si los aficionados a los toros tuviéramos esa mentalidad psicótica que se nos atribuye o el gozo con el sufrimiento de los animales, nos disputaríamos las plazas de los mataderos que es donde realmente se dirime cuál es la relación del hombre con el animal en nuestra sociedad de hoy. La cuestión no es que los animales mueran industrialmente, sino que no lo veamos. Y no mencionemos que Olot, en Gerona, la ciudad amiga de los animales, como dijo su alcalde, tiene un matadero que liquida cada día a 11.000 cerdos.

Antes el taurino tenía unos únicos detractores, que eran los antitaurinos, ahora a los antitaurinos se suman los animalistas. ¿El indulto dignificaría la tauromaquia?

De ninguna manera. Yo soy contrario al indulto tal y como se está exponiendo. Una cuestión es que a la excepcionalidad de un toro bravo se le premie con un reconocimiento como ese, cuyo final es proveer al ganadero de un recurso genético para que su ganadería mejore, y otra es convertir el indulto en un  motivo de hacernos perdonar. Eso viene a demostrar que tenemos un problema de compresión de lo que vivimos. La muerte es el centro de gravedad de este acontecimiento y el indulto tiene que ser una medida extremadamente excepcional y de ninguna manera un ámbito de negociación con la sociedad para hacerte tolerar, porque de esa forma estás entrando en el juego de la corrida incruenta. A mí me parece tristísimo que el desenlace de un toro en una corrida portuguesa o en simulacros parecidos como los que se escenificaron en Las Vegas, terminen siendo la liquidación de un animal en la sordidez de un matadero, en la plaza ese animal muere a espada partiendo del máximo riesgo del torero. La diferencia entre los hombres y los animales es que los animales no son conscientes del bien y del mal, no son una comunidad ética, los humanos sí, por eso sabemos que matar al toro con la espada, exponiendo la vida, al toro puede darle igual, pero refleja hasta que punto hay una noción ética de la suerte suprema. Todo va orientado a ese momento.

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Uno de los capítulos de este libro habla de la homosexualidad. Las puertas del armario se han abierto en muchos ámbitos de la sociedad, sin embargo, no ha sido así en la tauromaquia. ¿Por qué no hay toreros gais?

Obviamente hay toreros homosexuales, los ha habido siempre y los habrá siempre porque no es una característica peyorativa ni negativa. Por eso hay que diferenciar entre tauromaquia como expresión de vanguardia y ‘mundillo de los toros’ como expresión arcaica. Tendría que ser irrelevante que un torero fuera homosexual o no, pero el hecho de que sea relevante implica con qué recelos el mundillo reaccionaría a noticias como esta, y eso es muy lamentable, porque eso sí coloca a los toros en una zona muy oscura. Yo creo que hay un mundillo de los toros casposo, rancio y anticuado, como ocurre con el fútbol, que convierte a la homosexualidad en una especie de tabú que es estrictamente ridículo.

Por otro lado, también hablas en el libro sobre el machismo. Apenas ha habido ni hay mujeres toreras, no existen banderilleras, ni picadoras ni apoderadas. ¿Son los toros un acontecimiento machista?

Cristina Sánchez fue discriminada de carteles por ser mujer. Aunque ella me contaba a mí que su problema fue la espada y que si hubiera sido más eficaz con la espada hubiera ido mucho más lejos, pero aun así se produjo mucha tensión en el mundo de los toros. ¿Qué es esto de una mujer toreando? Se preguntaban muchos. Y es que venimos de que los toros estaban prohibidos para las mujeres por Franco y hubo que esperar hasta el 74, que se revirtió la norma, para que estas pudiesen de nuevo asistir a una corrida.

¿A quién llevarías a una corrida de toros para convencerle de todo lo que estás contando?

Para mí fue muy atractivo llevar a un director de escena italiano, Romeo Castellucci, muy familiarizado con la cultura grecolatina y sin los prejuicios que puede tener un espectador que ve el tauricidio. Me impresionó mucho la naturalidad y elocuencia y clarividencia con que entendió todo lo que estaba pasando. En este sentido, a los toros llevaría a cualquiera que se quite las veladuras mentales antes de verlos. También llevaría a Tarantino o Scorsese o a quien es muy consciente de que la violencia expuesta no es la manera de fomentarla sino de evitarla, y que la sangre es una catarsis y que por eso celebramos la eucaristía, no para relamernos con la sangre, sino para hacer de la violencia una vía escapatoria de la violencia. Eso es el teatro en su tradición grecolatina y eso son los toros, con la diferencia de que en los toros, como decía Belmonte, se muere de verdad y la muerte no deja de estar presente.

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