Mi prima Lilibet
El gobierno de Sánchez y la Casa Real no quieren ni pensar en que don Juan Carlos asista al funeral de Isabel II a nivel privado, como «primo» de la reina muerta
En 1986 Juan Carlos I, entonces en todo su esplendor del rey que había parado el golpe de estado del 23 F –la Universidad de Oxford le nombró por esa razón doctor honoris causa– realizó el primer viaje de estado español al Reino Unido. Para corresponder a las innumerables atenciones recibidas, los reyes de España le ofrecieron a Isabel II una cena en la Embajada de España, en la aristocrática Belgravia Square. Tras la comida, el rey Juan Carlos paseó a la reina Isabel por el amplio jardín que acogía en recepción a todo Londres, pero cada vez que veía a un conocido español -y había muchos- don Juan Carlos decía:
-¡Fulano, ven que te presente a mi prima Lilibet!
Al final de la fiesta un miembro del cortejo de Isabel II me confesó desolado:
-La reina no había estrechado tantas manos en toda su vida.
No hay duda de que don Juan Carlos trataba a Isabel II de una forma desacostumbrada, jamás ningún mandatario extranjero, ni aunque fuera el amo del mundo (el presidente de Estados Unidos), se había permitido esa ruptura de las formalidades, y ello se debía a una doble razón. Por una parte la familiaridad en el trato se debía a que eran realmente familia y habían mantenido relaciones familiares. La abuela de don Juan Carlos fue la princesa Ena de Battenberg, nieta de la reina Victoria y prima hermana de Jorge VI, el padre de Isabel II. Técnicamente, Isabel era tía de Juan Carlos, pero la poca diferencia de edad hacía que se considerasen primos.
A la relación familiar se sobreponía una relación institucional sin paralelo en el ámbito internacional actual. Juan Carlos I e Isabel II eran reyes reinantes, titulares de antiguas monarquías que mantienen vínculos desde 1170, cuando Leonor Plantagenet, hija del rey Enrique II de Inglaterra, se casó con Alfonso VIII de Castilla.
Puede parecer que eso sea un recuerdo perdido en la noche de los tiempos, pero es la razón por la que la futura reina de España se llama Leonor. Por cierto, la princesa Leonor ha estudiado el bachillerato en un colegio de Gales, ha terminado su etapa de adolescencia en el Reino Unido. Ninguno de estos detalles es gratuito para la forma de ver las cosas de las personas reales, que son distintas a las del resto de mortales.
Hay otro vínculo histórico del que no se suele hablar, pero que se mantiene ahí, en el subconsciente de ambas monarquías. Unicamente estas dos dinastías pueden presumir de haber tenido un soberano común, una figura histórica que fue rey de España y rey de Inglaterra: Felipe II. En realidad nuestro rey más poderoso había sido antes rey de Inglaterra que de España, por su matrimonio con María Tudor, aunque fuera «rey consorte».
La visita de Felipe VI
Cuando Felipe VI sucedió a Juan Carlos I, la diferencia de edad y vivencias hizo que ese vínculo tan familiar se diluyese. El viaje de estado a Londres con el que Felipe VI repitió en 2017 el que había hecho su padre 30 años atrás, mostró diferencias sutiles. Felipe y Leticia fueron alojados en Buckingham Palace, residencia oficial de la reina, mientras que Juan Carlos y Sofía lo habían hecho en el Castillo de Windsor, lo que Isabel II consideraba «su casa».
En la visita de don Felipe hubo, sin embargo, detalles muy especiales. Isabel II pareció asumir el papel de vieja tía que recibe a un sobrino al que hay que enseñarle ciertas cosas sobre la familia, y montó en Buckingham una exposición sobre las relaciones familiares entre las dos casas reales, de carácter privado obviamente –a los periodistas sólo nos dejaron vislumbrarla desde la distancia, detrás de un cordón-. Allí había viejas fotografías del álbum familiar, cartas e incluso una bota de vino de jerez del que consumía la reina.
Al día siguiente el príncipe Harry, todavía soltero y considerado la estrella de la Familia Real británica, llevó a Felipe VI a la Abadía de Westminster, para visitar la tumba de la infanta Leonor de Castilla, bisnieta de la citada princesa inglesa Leonor que se casó con Alfonso VIII de Castilla, y reina de Inglaterra por su matrimonio con el monarca inglés Eduardo I.
Don Juan Carlos y Diana de Gales
Poco después de la visita de estado de Juan Carlos y Sofía a Inglaterra, a principios de agosto de 1986, los príncipes de Gales, con sus hijos Guillermo y Harry, fueron invitados por los reyes de España a Mallorca. El archicitado libro de Andrew Morton Susana, su verdadera historia, recoge una confidencia de la princesa en el que ella confiesa que, debido a sus ya malas relaciones con Carlos, «el primer viaje a Mallorca lo pasé entero con la cabeza en el wáter. Lo detesté». Esa imagen tan negativa contrasta con las fotos que existen, en las que se evidencia un «buen rollo» entre Diana y Juan Carlos I. Y ambos datos dieron lugar a que surgiese el rumor de una relación entre el rey de España y la princesa de Gales.
Hay que señalar que aunque el libro de Morton fuese «autorizado» por Diana, eso no quiere decir que contara la verdad. Diana era una maestra en manejar a la opinión para aparecer como la víctima de un marido perverso, cuando en realidad cometían los mismos pecados. La diferencia es que Carlos tenía una amante y Diana muchos. Luego una serie de libros de oportunistas sin escrúpulos –sirvientes, amigos, amantes, supuestos expertos- dieron pábulo a todo tipo de despropósitos, desde que Diana se sentía acosada por el rey de España, hasta que don Juan Carlos le dio 45.000 libras para que pagase a un chantajista.
El caso es que los príncipes de Gales volverían a Mallorca en 1987, 1988 y 1990, y que incluso Diana lo haría sola en 1996, poco después de su divorcio, lo que indica que algunos ratos buenos pasaría cuando sacara la cabeza del wáter. Según los analistas más serios hubo un flirteo entre Diana y Juan Carlos, lo que teniendo en cuenta el carácter de ambos puede decirse que era lo normal. No existe ninguna prueba de que pasara a mayores.