Nuestro cerebro tiene un extraordinario poder para transformarse y repararse
Gracias a la neuroplasticidad, podemos cambiar, evolucionar y progresar
Quizás nunca haya oído hablar de la neuroplasticidad y le resulte un concepto algo complejo a primera vista, pero siga leyendo: es la clave de nuestro desarrollo y de los cambios que experimentamos desde el nacimiento.
Llamamos neuroplasticidad a la capacidad extraordinaria de nuestro órgano pensante para transformarse y reconfigurar funcional y físicamente su estructura en respuesta a estímulos ambientales, experiencias conductuales o demandas cognitivas. En definitiva, a las situaciones que vivimos.
Esto es posible principalmente gracias a la creación y el control del número de neuronas, la migración de estas células nerviosas y la formación de nuevas conexiones.
Ante los estragos de un accidente cardiovascular
Para entenderlo mejor, pensemos en una persona que ha sufrido una lesión cerebral. Puede ser consecuencia de un tumor, un traumatismo craneoencefálico o, lo más habitual, un accidente cerebrovascular (ictus). Esto último ocurre cuando una arteria que irriga nuestro cerebro se rompe y la sangre ocupa espacio que no le corresponde (ictus hemorrágico). O cuando una arteria se tapona y el flujo sanguíneo no puede llegar a las zonas del cerebro a las que está destinado.
Los ictus provocan graves consecuencias en el cerebro y en la vida de quienes los sufren. Puede comprometer actividades como caminar, mover un brazo, hablar, recordar lo que hicimos ayer o ponernos en el lugar de otra persona. En definitiva, a todo lo que hacemos cada día gracias al correcto funcionamiento de este órgano apasionante.
En ese momento, el cerebro sufre un cambio repentino y las zonas afectadas dejan de funcionar como lo hacían previamente. ¿Cómo podemos intentar que el paciente vuelva a caminar, a hablar o a controlar su estado de ánimo? Gracias a que el cerebro, al igual que se ve afectado y modificado bruscamente, también es capaz de reajustarse y cambiar de forma guiada y con esfuerzo.
En busca del lenguaje perdido
Estudios recientes han evidenciado el efecto de la neuroplasticidad en pacientes que presentaban problemas de comunicación (afasia) tras sufrir una lesión cerebral. Para la gran mayoría de la gente, la facultad del lenguaje se ubica en el hemisferio izquierdo: regiones importantes de esa mitad cerebral deben funcionar correctamente para que podamos comprender y producir palabras.
Cuando este engranaje se ve interrumpido por un ictus, hay que apelar a la neuroplasticidad si pretendemos recuperar lo perdido. Así, se ha descubierto que una terapia intensiva sobre el lenguaje es capaz de recuperar el funcionamiento de las regiones del hemisferio izquierdo dañadas y sus conexiones. Incluso puede provocar cambios en estructuras del hemisferio derecho, ayudando aún más a la recuperación.
El poder de la música
Si lo anterior ya resulta interesante, otro estudio reciente ha podido observar los cambios que produce la terapia musical en pacientes que han sufrido un traumatismo craneoencefálico. En su caso, la lesión había alterado las funciones ejecutivas.
Estas habilidades cognitivas superiores nos permiten lograr objetivos, adaptarnos a situaciones novedosas o gestionar las interacciones sociales, entre otras tareas cotidianas. Incluyen procesos como la inhibición, la flexibilidad cognitiva, la planificación, el razonamiento o la toma de decisiones.
Los investigadores comprobaron que la musicoterapia mejoraba las funciones ejecutivas de los pacientes afectados después de tres meses, y que los cambios se mantenían en el tiempo. También vieron que había un sustrato cerebral: los pacientes presentaban modificaciones significativas en regiones importantes de su lóbulo frontal. Concretamente, en la corteza prefrontal, responsable del correcto desempeño de esas habilidades.
Proceso clave en el aprendizaje
Pero ¿interviene la neuroplasticidad en un cerebro sano? ¿Podría ser la clave, ya que hemos sacado a colación la música, para aprender a tocar un instrumento? Sí. De hecho, la formulación correcta sería decir que adquirir cualquier nueva habilidad requiere cambios en nuestro cerebro.
El entrenamiento musical se ha considerado un marco interesante para investigar la neuroplasticidad inducida en cerebros sanos. Aunque ciertas diferencias cerebrales predispongan a que determinadas personas aprendan más fácilmente a tocar un instrumento, estudios longitudinales muestran que escuchar y producir música generan cambios funcionales en la red motora cerebral y sus conexiones con el sistema auditivo.
También se producen transformaciones importantes cuando aprendemos un nuevo idioma. Esto ocurre tanto en jóvenes como en adultos y personas mayores, y tiene lugar a corto plazo. Por tanto, cuando comenzamos a familiarizarnos con el idioma, con su vocabulario y sus estructuras gramaticales, nuestro cerebro experimenta las modificaciones que lo posibilitan.
Taxistas con cerebros especializados
La experiencia es la causante de que esos cambios se produzcan. Un estudio clásico reveló que los taxistas de Londres, expertos en memorizar las rutas de la ciudad y conducir ágilmente por sus calles, presentaban un mayor volumen de lo normal en determinadas zonas del hipocampo. Esta región cerebral, perteneciente al sistema límbico y situada en nuestro lóbulo temporal, está fuertemente asociada a nuestra memoria; en especial, a nuestra memoria espacial y nuestra capacidad de orientación.
Más interesante aún, un estudio comparó a los conductores de taxi con los de autobús (que tienden a repetir la misma ruta) y solo los primeros presentaban estas diferencias en su hipocampo. Esto descarta que pudiera deberse a otras variables, como las distintas capacidades de conducción o el estrés que conlleva ese trabajo.
El cerebro es el órgano de nuestro cuerpo que posibilita todo lo que hacemos. Afortunadamente, gracias a la neuroplasticidad podemos cambiar, evolucionar y progresar. No debemos esperar que algo ocurra sin tiempo y esfuerzo, pero a la vista está que nuestro cerebro se encargará de ayudarnos a conseguir muchas de las cosas que nos propongamos.
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.