THE OBJECTIVE
Lo indefendible

El Mario Bros facha bate récords de audiencia

«Rechazan la película porque no prosigue el camino de la revolución cultural en la que se había embarcado la industria de Hollywood»

El Mario Bros facha bate récords de audiencia

Anna Taylor-Joy, Chris Meledandri y Chris Pratt en la premiere de la película. | David Swanson (Reuters)

Se ha enfadado alguna gente de la nueva izquierda de Estados Unidos con la última película de Mario Bros. El actor colombiano John Leguizamo, que hizo de Luigi en la anterior versión, dice que no piensa verla porque «no es diversa» y porque en el reparto no hay latinos. 

Yo no sé qué puede haber más latino que un fontanero italiano, pero esa es otra guerra. Ahora que lo pienso, hace un tiempo, hubo mucho revuelo porque el creador de la consola NES Masayuki Uemura declaró que Mario y Luigi, en realidad eran japoneses pese a que se llamaban Mario y Luigi, iban vestidos con los colores de la bandera italiana y decían «Mamma mia». Esto equivale a decir que en realidad, el Fary y José Luis Ábalos son suecos. Todo este asunto responde muy bien al patrón del ‘enrrealidadismo’, que es la práctica de reinventarse las cosas esforzándose en lo absurdo, sustituyendo lo establecido por realidades cada vez más descabelladas y petardas. Esta práctica tiene mucha venta en periódicos dispuestos a compartir la última chorrada en favor de un nuevo mundo. Yo cada vez que escucho algo que comienza por «En realidad», me espero una tontería como cuando me dicen que me van a decir algo con todo el respeto, ya estoy dispuesto a que me falten. 

Vaya, que en realidad, Mario Bros tenía que ser algo distinto a lo que era y en realidad, Peach no era una princesa en apuros, sino una guerrera o acaso una youtuber desmadejada que odia a la humanidad, una versión de Soy una pringada que termina por salvar ella a dos fontaneros italianos en apuros. En realidad, ¿no sería el tema de las tuberías y las oquedades que unían los diferentes mundos del videojuego un trasunto de la conexión entre los dos géneros que convivían en cada uno de los personajes? ¿Acaso el Reino Champiñón constituía un lugar mágico y de colores, inventado en la mente de Mario sin duda para huir de la opresión normativa de la sociedad de los ochenta? 

«La película no desvela ninguna de las teorías que ponen en cuestión aquel mundo»

La verdad es que la película no desvela ninguna de las teorías que ponen en cuestión aquel mundo, ni Mario ahora llora ante su psicoanalista por no entender cómo era capaz de chutar tortugas y saltar sobre los champiñones, habiendo estudios que apuntan a que la cutícula del champiñón podría constituir una suerte de sistema nervioso que le dotara de algún grado de sintiencia por remoto que fuera. 

No hay nada de eso, así que rechazan la película porque no prosigue el camino de la revolución cultural en la que se había embarcado la industria de Hollywood y supone, según dice Leguizamo, un ejercicio de «nostalgia». Aquí en España uno escucha lo de nostálgico y ya se imagina a Mario con pollo en la bandera y brazo en alto el 20N en la explanada del Valle de los Caídos, pero a la película le basta con ser nostálgica del mundo de los 80 en el que los pibes jugábamos a la consola de videojuegos, salvábamos a la princesa y aplastábamos malvados champiñones. Echábamos las tardes colándonos por las tuberías y saltando para agarrar monedas, deformados quizás por la fiebre del oro y la avaricia del ser humanos, pero felices, confiados y sin ecoansiedad. Nuestra madre no nos medía la huella de carbono para elegir tenernos a nosotros o proteger el Planeta. Los niños jugábamos, nos limpiaban las heridas con alcohol y creíamos en la institución del perdón, cosa que volverá a suceder, si no está sucediendo ya, ahora que cada vez es mayor la brecha entre el pueblo y lo woke, entre lo que deberían ser las cosas según la santa moral de la nueva izquierda y sus prescriptores de lo correcto y lo que le gusta al pueblo, siempre tan bellamente bruto y soberano.

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