¿Podemos evitar que el profesorado se 'queme'?
Un informe de la OCDE hace una radiografía de la situación de partida en la que destaca la inestabilidad laboral
El sistema educativo español ha vuelto a recibir un tirón de orejas a través del reciente informe de la OCDE. Entre las propuestas para la reducción del abandono escolar temprano se incluye la necesidad de apoyar a los docentes para que puedan gestionar las nuevas exigencias de la educación y la práctica de su profesión no lleve a la frustración y el conocido síndrome de estar quemado, ya que tiene una influencia directa en la calidad de la educación.
El informe hace una radiografía de la situación de partida en la que destacan la inestabilidad laboral y la necesidad de un mayor desarrollo profesional docente.
Datos de informes anteriores, como el Estudio Internacional sobre la Enseñanza y el Aprendizaje (TALIS), aluden al escaso porcentaje de docentes que declaran haber recibido formación pedagógica y didáctica durante su formación inicial para impartir las materias de las que hoy son responsables. Además, se constata cómo el profesorado novel se siente menos preparado para impartir docencia, en comparación con el promedio de la OCDE.
Esto último, unido a la mencionada inestabilidad laboral de los primeros años, genera un caldo de cultivo nada halagüeño para dedicarse a la profesión.
Algunos avances
A pesar de este panorama, no todo es oscuridad: también se reconocen los avances conseguidos en la formación inicial del profesorado. Así, se alaban medidas como la apertura de un debate nacional sobre las 24 propuestas de reforma para la mejora de la profesión docente planteadas por el gobierno de España como base para un debate en el marco de la reciente reforma de la ley de Educación.
Las líneas del mismo discurren en torno al acceso a la profesión y a las actuaciones concretas e innovadoras al respecto del desarrollo profesional docente, tanto desde la formación inicial como desde la permanente.
Un buen planteamiento, parte de la solución
Resulta muy interesante el toque de atención sobre la importancia de las competencias socioemocionales en los procesos de selección para la capacitación del profesorado.
El informe hace recaer la mayor parte de la responsabilidad en el Estado y las Comunidades autónomas, como impulsores de estas políticas. Pero una parte importante del encargo recae sobre las universidades, responsables de formar a los futuros profesores y profesoras.
Tanto los aspectos relacionados con la gestión emocional como las denominadas habilidades blandas, la capacidad de resolver problemas y la resistencia al estrés son áreas fundamentales para la formación y el desarrollo docente que actualmente se tienen muy poco en cuenta.
Evitar quemarse
Al hilo de la gestión del estrés, resulta demasiado conocido el síndrome de estar quemado (conocido por el término inglés burnout) al que se enfrenta el profesorado en todos los niveles educativos. Definido como un agotamiento físico y mental prolongado en el tiempo, se asocia a una excesiva y creciente carga de trabajo. Influyen además los complejos contextos de la educación actual o la falta de comunidad docente. Todo esto, en última instancia, origina una devaluación de la calidad de la enseñanza.
Aunque experimentado por todo el gremio, este síndrome se hace especialmente dañino en el profesorado de ciencias y repercute en la educación de matemáticas, física y química, tecnología o ingeniería. Este profesorado accede a la profesión desde carreras científico-tecnológicas, conociendo de primera mano los procesos de la ciencia.
Así, se ve sometido a las tensiones que provoca un cambio en su identidad profesional hacia docente de ciencias. Esto resulta en expectativas incumplidas y contribuye negativamente a la ya difícil tarea de despertar en el alumnado el interés por la ciencia y la tecnología y equilibrar la brecha de género en la educación STEM.
La identidad, clave
Desde la investigación educativa se está poniendo el foco en torno al desarrollo de una identidad docente. Un concepto que se promueve desde la formación inicial y se vincula a aspectos socioemocionales, personales y profesionales.
Se trata de una medida para reflexionar sobre el propio devenir docente y la concepción de modelos de enseñanza y aprendizaje de tipo constructivistas. En ellos, es el alumnado el responsable de construir su propio aprendizaje, convirtiéndose en el centro del mismo, siempre con la guía y apoyo docente.
Estos enfoques están asociados a metodologías activas como la indagación o la argumentación científicas, que rompen con la repetición de los métodos aprendidos en la etapa estudiantil (con demasiada frecuencia, ligados a modelos tradicionales que no encajan en las demandas actuales.
De dónde y hacia dónde
Nuestra investigación con profesorado de ciencias en formación inicial y novel (aquel con menos de cinco años de experiencia) ha indagado en la reflexión sobre la práctica educativa y la toma de conciencia sobre el desarrollo de la identidad docente.
El proceso resulta complejo dado su carácter multifactorial. Hay además pocas herramientas para analizar la evolución de la identidad propia en la práctica educativa.
Pero incluso con las herramientas adecuadas, en la práctica hay una falta de tiempo para dedicarnos a ver de dónde venimos y hacia dónde queremos ir como docentes. Sin embargo, siempre resulta satisfactorio comprobar cómo este futuro profesorado indaga sobre su propia identidad docente y cómo ésta se ha conformado a lo largo de su vida.
Llegados a este punto, podemos concluir que un profesorado que vivencia una metodología activa durante su etapa estudiantil, y al que se acompaña y proporciona espacios para la reflexión sobre su desarrollo profesional, se convierte en el mejor promotor del aprendizaje de la ciencia.
Conciencia, identidad, calidad
Debemos favorecer que el futuro profesorado, aquel que contribuirá a la formación científica de una ciudadanía activa y responsable, construya su identidad docente.
La identidad puede ser una filosofía a la que ceñirse, que sirva de marco de referencia, en aquellos momentos en los que sus cimientos científicos y pedagógicos se tambalean, cuando se vea desbordado por las exigencias de su labor, que se aleja del ideal que alberga en su mente como alumnado que fue y amante de la ciencia que es.
Esta identidad docente debería permitir desarrollar la vertiente didáctica de su formación científica, y equiparse con una buena dosis de resiliencia para llevar a su alumnado por el buen camino de la ciencia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.