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El cantante de country más peligroso del mundo abate talibanes a más de tres kilómetros

Se llama Dallas Alexander y tiene un récord que van a tardar mucho tiempo en quitarle

El cantante de country más peligroso del mundo abate talibanes a más de tres kilómetros

Militantes talibanes en Kabul. | Zuma Press

Tiene poco más de 2.500 suscriptores en su canal de YouTube. En él tiene alojados una veintena de vídeos con sus actuaciones. En la mayoría se presenta tocado con un sombrero parecido al de Indiana Jones, pero algo más claro. Hay un par de ellos en los que deja una pista, un hilo del que tirar para escudriñar en su otra vida: una gorra decorada con camuflaje militar

Se llama Dallas Alexander y tiene un récord que van a tardar mucho tiempo en quitarle. Dicen que acertar a un blanco de medio metro de diámetro a más de 1.000 metros está al alcance de tipos muy entrenados. 2.000 metros se antoja algo verdaderamente complicado para los mejores. Pero acertar a un talibán a 3.540 metros de distancia es obra de contados con los dedos de la mano en todo el planeta. Este cantante de country, cuyas canciones no están entre las más oídas de Spotify, es uno de ellos. 

Cuando aún no cantaba

Existe un dicho que apunta a que el mejor ejército del planeta es el estadounidense, los mejores soldados los británicos, la mejor protección a personalidades y escolta se debe a los holandeses, y sin duda alguna, los mejores francotiradores son los canadienses. Y este parece ser el caso de Dallas Alexander, originario de un pueblo de 400 habitantes en Alberta, Canadá. 

En un entorno rodeado de naturaleza, con animales salvajes, el contacto de la gente con las armas y la caza arranca a edades muy tempranas. Esto es lo que hace que desde muy jóvenes sepan pescar, manejen arcos, ballestas o rifles; es bastante común. 

Alexander fue contratado por una empresa local en uno de sus primeros empleos, y conoció a otro trabajador que había sido exmilitar, que le contó cómo era la vida castrense. Se quedó fascinado con sus historias, y decidió enrolarse en 2005. Tras dos años en la fuerza regular, puso su diana en el llamado Joint Task Force 2 o JTF2, el prestigioso cuerpo de operaciones especiales del ejército canadiense. 

El acceso es relativamente sencillo, cualquier militar puede presentarse; lo complicado es pasar la criba inicial. Casi todas las pruebas apuntan hacia una finalidad casi única: saber cómo va a reaccionar el candidato. Las habilidades se aprenden, pero la actitud viaja con las personas. Por eso pasó decenas de test psicológicos, con idea de saber cómo rinde bajo presión, trabaja en equipo, como piensa y reacciona. El curso dura diez meses y los que aprueban el acceso, reciben cursos sobre todo tipo de armas, guerra urbana, rescate de rehenes, asalto, reconocimiento, nociones de medicina de emergencia, artes marciales, escape y evasión, navegación, resistencia… Al final, apenas el 10 % sobrevive a la dureza del curso.

Defensor olímpico

Su primera misión importante tuvo lugar durante los Juegos Olímpicos de Invierno de 2010, donde formó parte del equipo de respuesta rápida en Vancouver. En 2010 saltó a un destino diametralmente opuesto: Afganistán. Antes de llegar allí realizó un curso de francotirador, en el que estudió tecnologías, trabajo en binomio con su observador, analizar mediciones de distancias, condiciones de disparo, movimiento, camuflaje, etc. Afirma que una parte fundamental fue su paso por una academia de francotiradores de élite llamada Accuracy First. Situada en Texas, su especialidad es preparar a tiradores para distancias extremadamente grandes; sus entrenamientos normales empezaban a partir de darle a blancos a más de kilómetro y medio, y los más frecuentes, entre 2 y 3.

En 2015 fue destinado a Irak, en el entorno de Mosul, donde estuvo en más de una ocasión en varias rotaciones. Uno de los días más especiales de su vida llegó en 2017. Su equipo era uno de los encargados, desde la distancia, de sujetar el avance del Estado Islámico. Formado por un pequeño grupo de soldados canadienses, se instalaron en un hotel abandonado, el Nineveh International. Se trata —aún sigue en pie— de un edificio de corte occidental, moderno, desde el que se puede ver la zona oeste de la ciudad, con visión directa de la universidad, la facultad de medicina o la mezquita Al Andalus. Sin uso desde el momento en que empezó el conflicto, se atrincheraron en una habitación de la novena planta en una posición elevada, perfecta para ellos. La atmósfera era relajada. Usaban bermudas, chanclas, oían podcasts y se hacían de comer. 

Durante 52 días no hacían más que designar blancos para sus compañeros en el aire, en tierra, o mirar por dónde iban unos y otros. Apenas pegaron un tiro. Pero una mañana, vieron a unos insurgentes avanzando por las calles, y disparando a todo lo que se movía, incluida población civil. Eran un enemigo claro y evidente. Hicieron los cálculos necesarios, como el viento, la humedad, temperatura, y la caída del proyectil ante la distancia. Ajustó el visor Schmidt & Bender de 35 aumentos, y le aplicó un prisma de corrección. En esas distancias, el tirador ha de apuntar casi al cielo, y ese prisma mantiene la visión del blanco al corregir errores de paralaje. Cuando recibieron la orden de abrir fuego, una bala del calibre 50 salió del cañón de su rifle McMillan Tac-50 de cerrojo. El proyectil estuvo volando entre nueve y 10 segundos, e impactó en el pecho del terrorista. Según cuenta, el cadáver estuvo tirado días.

Salir por pies

Pero no pudieron ver aquel cuerpo durante muchos días más, no porque alguien lo retirara, sino porque se retiraron él y su equipo; o más bien, los retiraron. Cuando comprobaron la baja y midieron la distancia, se supo que el terrorista había sido abatido a unos impresionantes 3.540 metros de distancia. Un disparo así es como apuntar desde la Cibeles y pegarle a una trolley situada en el Santiago Bernabéu, a ocho paradas de metro. La bala recorrió 33 veces la longitud del césped de ese campo de fútbol. El récord anterior lo mantenía el británico Craig Harrison, que despachó a un talibán a la ya imponente distancia de 2.475 metros, en noviembre de 2009. 

«El disparo no fue producto de la casualidad, sino producto de mucho entrenamiento y planificación. Durante el periodo de formación habíamos hecho cifras similares», afirma el ahora cantante.

Pero el ego y la búsqueda de reconocimiento de los superiores de Dallas Alexander les conminó a hacer público un vídeo con su acción. Las redes sociales son un arma de doble filo, e igual que se puede reconocer el buen hacer de unos, también sirvió para indicar con suma precisión donde estaban los tiradores. De esto se dieron cuenta cuando empezaron a lloverles plomo y ataques de morteros, cuando llevaban allí meses sin que nadie se hubiera dado cuenta de ello. Todos los vídeos del alcance fueron retirados de la circulación, debido a que revelaban ciertos datos sensibles acerca de la operatividad de las tropas, pero el daño estaba ya hecho. 

En 2020 decidió retirarse del ejército tras recibir la orden de vacunarse contra la covid-19. En febrero de 2023, Dallas Alexander charló con el exsoldado y youtuber Shawn Ryan, en el que compartió algunos detalles de su misión. Ryan recibió una solicitud de Cease and Desist por parte del ejército canadiense para que retirase todo vídeo con la imagen de Alexander, cosa que hizo por temor a una agria batalla legal en los tribunales. Sin embargo, el analista Jorge Rojas, responsable del canal Armapedia, rescató algunas imágenes de aquel vídeo, actualmente no accesible en su plenitud. 

Aparte de ese, los únicos a los que se tienen acceso son a las actuaciones musicales de Dallas Alexander. En su modesto canal de YouTube tiene poco más de una veintena de canciones, entre las que resalta una, que aunque la cante en inglés, tiene título en español: «Adiós, amigo». En ella desgrana una letra agridulce, «Adiós, amigo, te estuve buscando desde que puse mis pies en esta ciudad. Me alegro de haberte visto, pero ya no lo podré hacer más». Como militar, siguió órdenes, pero parece que si tuviera que volver a disparar hoy… probablemente no lo haría.

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