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Lo del camión rojo de Chernobyl es un misterio dentro de otro misterio (aún por resolver)

La noche del sábado 26 de abril de 1986 se abrieron las puertas del infierno y desde entonces existe esta incógnita

Lo del camión rojo de Chernobyl es un misterio dentro de otro misterio (aún por resolver)

Camión rojo Mercedes-Benz de Chernobyl. | Archivo

En Chernobyl hay fantasmas. Dicen que hay visiones de algunos de sus trabajadores fallecidos, que asoman de tarde en tarde vagando por las calles de Pripyat, o por el reactor número 4. Pero también hay cosas que poseen sus propios espectros. Cosas que aparecen, desaparecen, y dejan un rastro de misterio a su paso.

La noche del sábado 26 de abril de 1986 se abrieron las puertas del infierno. Durante una prueba rutinaria, los procedimientos fallaron, y el reactor número 4 de la central nuclear de Chernobyl saltó en pedazos. Poco antes de la una y media de la madrugada había nacido el accidente nuclear más grave de la historia, y el peor desastre medioambiental de origen humano jamás conocido.

Uno de los peores días de la historia

Sus consecuencias están muy explicadas, se han hecho películas, teleseries, y escrito libros. A pesar de ello, aún quedan cuestiones por resolver, y una es el de un extraño camión rojo. Se trata de un misterio dentro de otro misterio, y muy probablemente los que conozcan el destino de aquel Mercedes encarnado, se hayan llevado ya el secreto a la tumba.

Una central nuclear es una maquinaria compleja. Explicado de forma simple, es una gigantesca olla express que crea vapor, ese vapor mueve unas turbinas, y esas turbinas generan electricidad. En el plano práctico todo esto es mucho más intrincado.

La central de Chernobyl, situada al norte de Ucrania, y muy cerca de la frontera con Bielorrusia, empezó a construirse en 1970 y se inauguró en 1977. Las turbinas procedían de una empresa ucraniana llamada Harke. Cada reactor atendía a dos turbinas, así que al final de la construcción había ocho de estos mecanismos.

Las cuatro primeras se instalaron para poner en funcionamiento la central, pero se dieron cuenta de que eran muy costosas de operar. Para abaratar el proceso, Harke empezó a reducir la calidad y cantidad de materiales asignados. Esto generó problemas de orden tecnico: las turbinas vibraban en exceso, lo que conducía a pérdidas de rendimiento.

El problema se extendió a otras turbinas de Harke, así que la compañía decidió tomar cartas en el asunto, pero carecía de sistemas de precisión dedicados. En Rusia no existía por aquel entonces esa tecnología, y tuvieron que echar mano de sistemas occidentales. La Guerra Fría seguía enfriándolo todo, y aquello era atípico, irregular y casi una humillación para los rusos.

Ante el calibre del problema, Harke se las apañó para eludir las restricciones y envió a un pequeño equipo a comprar un camión Mercedes de la Serie LK, especialmente diseñado para la tarea. Al parecer, ninguno de los camiones rusos podía albergar el equipamiento necesario; eran toscos y sus mecanismos eléctricos no eran capaces de mantener los niveles de tensión necesarios.

Pero esa era una parte del sistema. La clave residía en sensibles procesadores electrónicos computerizados que fabricaba una compañía suiza. El Mercedes, de color rojo brillante, pasó por el país helvético para que le fuera instalado un costosísimo y muy avanzado equipamiento que en Rusia solo existía en sueños.

El acceso a equipamiento occidental era muy raro, y aquel camión Mercedes era un vehículo infinitamente mejor que los espartanos vehículos soviéticos. Se adquirió a finales de 1985, y pasó los primeros meses de 1986 realizando mediciones en otras centrales con problemas afines. El 17 de abril de 1986 llegó a Chernobyl, sin saber la suerte que correría unos días más tarde.

La noche del fin del mundo

El destino quiso que la noche del accidente, los cuatro operarios estuvieran en el interior de la central, con el camión pegado a las turbinas. Las 7 y 8, aquellas que atendía el infausto reactor número 4, eran las que más vibraban a pesar de los rebalanceos y equilibrados a las que habían sido sometidas.

Los operarios de la compañía Harke Popov, Kabanov, Strelkov, y Savenkov estaban dentro del camión, unido por cables a varios sensores y sistemas de medida a las turbinas defectuosas. En silencio, medían cargas, presiones del vapor, régimen de giro, y velocidad del flujo de gases sin sospechar que iban a ser testigos del apocalipsis. Eran las personas que más cerca estuvieron del accidente, a escasos metros; no hubo nunca nadie más cerca de todo aquello.

Cuando el reactor número cuatro saltó por los aires y levantó su tapadera de hormigón de 1.200 toneladas, aquellos cuatro técnicos se vieron envueltos en fuego y escombros. El techo se hundió a escasos metros de donde estaban, todo quedó destruido a su alrededor, y en buena lógica, su primera idea debería haber sido huir de allí. Pero no. Su meta era otra:

Salvar el camión

Dos de ellos, Vladimir Savenkov y Georgie Popov, salieron caminando por el corredor por donde habían entrado con el vehículo. La idea era comprobar si era posible escapar subidos en el Mercedes, pero la cantidad de escombros era de tal calibre que resultaba inviable. Decidieron quedarse dentro; el camión tenía electricidad y aire acondicionado, y era el mejor lugar de toda la instalación en la que estar.

El paseo de los dos técnicos, a cuerpo descubierto y ante tamaña cantidad de radiación a su alrededor, trajo consecuencias. Savenkov y Popov, ya en el interior del camión, comenzaron a mostrar síntomas extraños: era la radioactividad dentro de sus organismos.

Uno de los trabajadores de la planta se dio cuenta de la situación con respecto a estos invitados, y avisó a los responsables. Uno de ellos bajó, y les conminó a salir del lugar. No sin resistirse y alguna discusión, abandonaron el refrigerado refugio del Mercedes desconocedores de la enorme gravedad de la situación.

En ese momento, con la lluvia de combustible nuclear, grafito y polvo radiactivo, se convirtieron en las personas más radiactivas del planeta, de hecho necesitaron de ayuda para abandonar las instalaciones. Los dos que habían salido a mirar, Savenkov y Popov, fallecieron el 21 de mayo y 23 de junio respectivamente. Al no ser personal de la central, las autoridades rusas mantuvieron sus nombres ocultos durante años.

Cuando los liquidadores llegaron a Chernobyl, retiraron todos los escombros en un procedimiento lento, penoso, y letal en muchos casos. El aspecto del lugar resultaba fantasmagórico. Los colores eran grises, ennegrecidos por el fuego, pardos, o rojo óxido. Y en todo aquel páramo de tristeza existía algo que brillaba con luz propia: un camión Mercedes de color rojo, probablemente el único de esa marca en toda la Unión Soviética.

Sale en fotografías, vídeos, documentales y reportajes. No hay duda, estaba allí, a unos 200 metros de la entrada a la zona de las turbinas. Uno de los liquidadores lo sacó por sus propios medios, porque el Mercedes que presenció en el infierno vivía. Con gasoil en su depósito y electricidad en sus baterías, se sabe que fue capaz de salir por sí mismo de aquella hecatombe. Estuvo varado durante años al lado de una montaña de escombros radiactivos, hasta que fue necesario moverlo para poder construir el sarcófago que lo cubre todo.

Pero es aquí donde llega el verdadero misterio. Todos los vehículos presentes en la central durante el accidente, y todos los utilizados en el proceso de desescombro, albergaban tales niveles de radioactividad que quedaron almacenados en los alrededores. El ejército ruso y los encargados de la operación decidieron abandonarlos allí en un entorno controlado, en una gigantesca chatarrería repleta de isótopos altamente nocivos para la salud de cualquiera.

Hay grúas, tanques, helicópteros, camiones, todoterrenos… pero no hay ningún camión rojo de la marca Mercedes. Tampoco hay prueba alguna de que haya quedado allí, descolorido, repintado, o cubierto por polvo, óxido o el deterioro propio de la intemperie o el paso del tiempo. Sencillamente no está. El camión Mercedes LK rojo ha desaparecido. Puede haber sido robado, alguien se hizo con él, lo desguazó para hacerse con las piezas. O lo que es peor: podría haber salido de la zona de seguridad, siendo el vehículo con mayores índices de radioactividad de todo el planeta.

Pero existe una teoría. En el libro ‘Ablaze’ (En llamas) el novelista e historiador Piers Paul Reed sostiene una idea de la que muy pocos hablan. Tras el accidente, fue el KGB el encargado de dirigir gran parte de la investigación. Aparecieron rápido y querían saber si todo aquello podía haber sido producto de un sabotaje. La cercanía de aquellos cuatro operarios y un vehículo de ese tamaño les hizo automáticamente sospechosos. Pero hay más.

Según el autor, el LK rojo era tan radiactivo como el propio núcleo de la central atómica, pero fue retirado de allí para desaparecer sin dejar rastro. En su relato, cuenta que para arrastrarlo no se usó una grúa cualquiera, sino dos vehículos militares del tipo IMR. Son como un tanque de uso militar, con orugas, y equipados con un brazo articulado.

Los operadores de semejantes ingenios tampoco eran unos cualquiera. Eran dos oficiales de alto rango, y nada menos que generales: Vladimir Pikalov y Fedor Sherbak. Es frecuente en el ámbito militar ruso que cuando se trata de ejecutar acciones de alto nivel, sean sus más altos oficiales los encargados de llevar a cabo las misiones más peliagudas.

Pikalov era un prestigioso militar de carrera, pero el segundo, era nada menos que el responsable del Sexto Directorio del KGB, el encargado de recopilar y procesar la inteligencia de señales, o SIGINT. Dentro de su ámbito también entraba la rama de seguridad de la información y criptoanálisis del Comité Central.

La conclusión parece ser sencilla: el KGB quería quedarse con aquel camión, o más concretamente el potente ordenador que llevaba alojado. La tecnología informática soviética estaba muy por detrás de las capacidades de aquel aparato, y lo tenían a la mano. Si lograron descontaminarlo de radioactividad, si aún funcionaba tras el bombardeo de electrones, o si realmente fue esto lo ocurrido es todo un misterio.

Lo que no es un misterio, sino una certeza, es que el reactor nuclear número 4 de Chernobyl pasó a mejor vida tras el accidente nuclear más grave de la historia, y sin embargo, un modesto camión rojo le sobrevivió. Mercedes nunca ha querido utilizar esto como reclamo publicitario. En realidad nadie lo haría a pesar del buen resultado que dio el LK. Queda claro que Mercedes construye unos camiones excelentes, aunque no se sepa dónde están.

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