'Esto no existe': el libro que muestra la realidad de las denuncias falsas por violencia de género
Soto Ivars publica un ensayo en el que combate la «narrativa de género» y señala los efectos nocivos que ha tenido

Ilustración de Alejandra Svriz.
Últimamente se habla mucho de bulos, por insistencia y conveniencia del Gobierno de Pedro Sánchez, pero nunca en referencia a uno de los más extendidos: ese que dice que tan sólo el 0,01% de las denuncias de violencia de género son falsas. Un dato que representa en exclusiva a las denuncias en que la Fiscalía actuó de oficio y condenó a la parte denunciante. Con el objetivo de combatir la «narrativa de género», así como el marco cultural y legal consecuente, el escritor Juan Soto Ivars publica Esto no existe, un libro que aspira a convertirse en un punto de inflexión en la lucha por una igualdad en la que todas las víctimas tengan cabida.
El ensayo es todo un estudio contra el pensamiento dominante, pero sin estridencias, con rigor y empatía, y con una base documental a la que Soto Ivars ha dedicado años de investigación: entrevistas, revisión de expedientes, aportaciones de víctimas y más de 900 fuentes bibliográficas, entre las que se encuentran numerosos artículos de THE OBJECTIVE. El libro expone los efectos secundarios del sistema sin negar en ningún caso el sufrimiento de las mujeres para cuya protección se promulgó la ley de 2024. Esta, pese a que fue recibida con esperanza, no sólo no ha mejorado la triste realidad de la violencia contra las mujeres, sino que ha generado efectos nocivos sobre la vida de muchos hombres. No se niega el mal, sino el fármaco empleado para erradicarlo.
Tras un estudio concienzudo, el autor llega a la conclusión de que 750.000 ciudadanos habrían sido víctimas de denuncias falsas por violencia de género entre 2006 y 2023. Tres cuartos de millón de inocentes que, según la narrativa de género, no existen. ¿Cómo alcanza dicha conclusión? Partiendo de la premisa de que solo el 25% de las denuncias terminan en condena, y, de estas, un 33% son falsas, según la estimación conservadora del abogado Felipe Mateo Bueno, especialista en la materia.
El único dato oficial, sin embargo, es el célebre 0,01%, que se limita a los procedimientos en los que el fiscal, tras retirar acusación en juicio oral, dedujo denuncia falsa o falso testimonio y hubo condena firme. Al margen de eso, todo son estimaciones, cálculos, impresiones, porque, como bien recalca Soto Ivars, a las Administraciones no les interesa estudiar el fenómeno, del mismo modo que no se calcula cuántas mujeres están efectivamente acreditadas como víctimas o cuántas disfrutan de los recursos asociados.
Pero la riqueza del libro no está en las cifras, en el dato frío, sino en las historias particulares muchas veces ocultadas que sacudirán la conciencia del lector. Hay patrones comunes: uso estratégico y defensivo de la denuncia en plena ruptura de pareja; detenciones automáticas, órdenes de alejamiento dictadas por prudencia, que, a su vez, generan nuevos delitos de quebrantamiento y expedientes que terminan archivados sin que, en su inmensa mayoría, se deduzca testimonio para aclarar si hubo acusación falsa o instrumental. En el peor de los casos, vidas quebradas por condenas a inocentes revisadas ex post, prisión preventiva, despido o estigma procesal y social.
Violencia vicaria
Como no hay tabú que se le resista, Juan Soto Ivars dedica un capítulo a la llamada «violencia vicaria», un concepto inventado por la psicóloga argentina Sonia Vaccaro para sustituir a la alienación parental, y que parte de la premisa de que sólo puede ser cometida por los varones. El escritor murciano recuerda cómo el observatorio del CGPJ ha dejado de contabilizar los filicidios perpetrados por madres, que son los que más suceden, lo que obliga, a una lectura prudente de comparaciones por sexo.
La obra trae a colación dos casos en los que una mujer maltrató primero al padre de sus hijos a base de denuncias falsas y finalmente asesinó a sus propios hijos con el mismo pretexto «vicario» de asesinos varones como José Bretón o Tomás Gimeno. Del primero se han hecho hasta películas, y a las dos niñas del último se les colocó una hermosa estatua de bronce en Tenerife. Sobre los casos que relata Soto Ivars, espeluznantes por su crudeza, no ha habido atención institucional ni mediática. De nuevo, esto no existe.
La reacción
Ante la asimetría penal construida en torno a la «narrativa de género», la ley trans supuso una vía de escape para muchos hombres, tal y como advirtieron muchas personas que fueron acusadas de lanzar «bulos». De nuevo, «bulo» fue aquí sinónimo de «verdad anticipada», y la mayoría de personas que acudieron al registro civil tras la aprobación de la norma estrella de Irene Montero fueron varones: en su primer año de aplicación, en torno al 65%. El libro recoge los casos de Francisca Javier Avellaneda, Inocente Duke o David Peralta, entre otros integrantes de Trans No Normativos (TNN).
El autor lo considera una salida «imaginativa y posmoderna» a la narrativa de género, pero no la única. En los últimos tiempos, ha habido hombres que se han plegado al mandato feminista (los aliados), otros que han planteado una discusión ética, y un tercer grupo que ha exacerbado su masculinidad, coqueteando con la misoginia. En este sentido, el ensayo dedica una lectura muy fresca sobre las distintas corrientes antifeministas pujantes (el MGTOW, la red pill o la golden pill), subrayando sus similitudes y sus desavenencias. Todas ellas, una reacción al feminismo hegemónico.
La salida
La salida del laberinto no será fácil. El autor propone una revisión sin tabúes del sistema, en especial de la ley integral de 2004, de su desarrollo reglamentario y de su práctica jurídica. Propone, además, una «investigación exhaustiva y concluyente» de millones de sentencias para determinar el porcentaje de denuncias falsas en estos últimos veinte años con el objetivo de «dimensionar el problema, establecer los rasgos típicos de la estratagema, atendiendo al papel cómplice de abogados y equipos psicosociales, y desmontar el negocio». Todo bajo la premisa de que el intento de protección a unas víctimas (mujeres) no puede seguir causando otras (hombres).
Soto Ivars aboga por una sociedad abierta que se atreva a preguntar sin etiquetas y a registrar con rigor, para que el consenso en los fines no impida ajustar los medios ni permita el florecimiento de una industria de la injusticia dentro del sistema judicial. El camino es largo, pero se ha roto la espiral del silencio. Ese es el primer paso.
