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Jesús no es palestino: historia, anacronismo y uso político del pasado

Cuando la historia se utiliza para simplificar conflictos y reforzar relatos políticos actuales, se convierte en propaganda

Jesús no es palestino: historia, anacronismo y uso político del pasado

Una imagen de Jesús.

El artículo titulado Jesús es palestino parte de una afirmación que, aunque eficaz en términos retóricos, es profundamente problemática desde el punto de vista histórico. El autor sostiene que Jesús es palestino «mientras Gaza siga sin suficiente acceso a ayuda y bajo ataque», conectando así la figura de Jesús con el sufrimiento palestino contemporáneo. Esta formulación es reveladora: no se trata tanto de una tesis histórica como de una construcción simbólica que vincula lo palestino exclusivamente con la victimización, y que dibuja un relato simplificado donde hay víctimas de un lado y verdugos del otro. El conflicto, sin embargo, es mucho más complejo, tanto en el presente como en el pasado.

El problema no es la empatía con el sufrimiento de la población palestina —que es real y documentado, como el de la israelí—, sino el uso instrumental de la historia para sostener una narrativa política contemporánea. Cuando se invoca la historia, y más aún cuando se apela a la «crítica histórica», es imprescindible hacerlo con rigor.

Desde el punto de vista histórico-crítico, ni siquiera está claro que Jesús naciera en Belén. Como profesor que ha impartido Introducción al Cristianismo en un grado universitario en Ciencias de las Religiones, puedo afirmar que existe un amplio consenso académico en que el nacimiento en Belén responde más a una construcción teológica que histórica: conectar a Jesús con Belén sirve para presentarlo como mesías davídico, descendiente del rey David. Esto no contradice en absoluto la fe cristiana, pero sí obliga a ser honestos cuando se habla de historia. El propio artículo parece ignorar esta distinción básica.

Otro error fundamental es la afirmación implícita de que Palestina existía como entidad política en tiempos de Jesús. No es así. Una cosa es el reconocimiento contemporáneo del Estado palestino —que es una reivindicación política legítima— y otra muy distinta afirmar que dicho Estado haya existido históricamente. De hecho, las propias encuestas realizadas por palestinos, como las del Palestinian Center for Policy and Survey Research, muestran que una de las principales aspiraciones de la población palestina es precisamente la creación de un Estado, porque no lo tienen. Negar esto no es ser «proisraelí», es describir la realidad.

El artículo sostiene además que decir que Jesús era palestino «no es un anacronismo histórico». Esta afirmación es sencillamente falsa. Y más grave aún: se hace sin aportar una sola referencia bibliográfica. Existen manuales de historia del Próximo Oriente antiguo —como Más allá de la Biblia de Mario Liverani o La Biblia desenterrada de Israel Finkelstein— que no sostienen en absoluto esa tesis, y que difícilmente pueden ser acusados de sesgo ideológico favorable a Israel.

«El nombre tradicional de la región no fue Palestina, sino Canaán»

Conviene aclarar algunos puntos básicos. El nombre tradicional de la región no fue Palestina, sino Canaán. Durante el Bronce Final existieron ciudades-Estado cananeas; posteriormente, los reinos de Israel y Judá convivieron con los filisteos en la franja sur —de ahí procede el término «Palestina»—, mientras que al norte se encontraban las ciudades fenicias. El término «Palestina» fue usado de forma limitada: primero para designar políticamente la tierra de los filisteos del sur y más tarde como denominación geográfica parcial, no como nombre identitario ni político general de la región.

La identidad no la define un nombre geográfico, sino una realidad política y cultural concreta. Decir que Jesús era palestino por vivir en una región que algunos llamaban Palestina es tan absurdo como afirmar que alguien que vivía en Toledo en el siglo V era «ibérico» y no visigodo, o que alguien en la Valladolid del siglo XII era «ibérico» y no castellano. O, por poner otro ejemplo, que un habitante de Anatolia en el Bronce Final era «anatolio» y no hitita. La identidad histórica no funciona así.

Palestina solo se convirtió en una entidad política con ese nombre tras la reforma administrativa del emperador Adriano, cuando se creó la provincia de Siria Palestina, y eso ocurrió después de Jesús. No sabemos cómo se autodenominaban los filisteos, ni los habitantes de esa provincia romana desarrollaron una identidad «palestina» en sentido nacional. Jesús fue judío: por familia, por religión, por identidad cultural y también políticamente, pues vivía en la provincia de Judea, heredera de un Estado judío previo bajo los macabeos y asmoneos.

El artículo incurre además en errores básicos sobre las fuentes. Afirma, por ejemplo, que «la Biblia se escribió en griego», lo cual es incorrecto. Solo el Nuevo Testamento fue escrito en griego; la mayor parte del Antiguo Testamento está en hebreo, con algunos pasajes en arameo, y solo ciertos libros deuterocanónicos presentan transmisión griega. En cuanto a la lengua de Jesús, el consenso académico sostiene que hablaba arameo, aunque probablemente conocía el hebreo y, en cierta medida, el griego.

«La identidad nacional palestina surge a comienzos del siglo XX, en el contexto del conflicto con el sionismo»

Resulta paradójico que el autor critique la politización de la historia mientras incurre él mismo en ella. Se apoya en relatos del Nuevo Testamento —como la matanza de los inocentes por Herodes— para reforzar la imagen de Jesús como víctima, cuando la mayoría de los historiadores consideran ese episodio no histórico, como ha explicado ampliamente Antonio Piñero. ¿Es desconocimiento, o es una selección interesada de los datos?

Finalmente, el artículo aborda la identidad palestina como si fuera una realidad milenaria. Sin embargo, incluso proyectos políticos elaborados conjuntamente por israelíes y palestinos, como The Holy Land Confederation, reconocen que la identidad nacional palestina surge a comienzos del siglo XX, en el contexto del conflicto con el sionismo. Antes de eso, los habitantes árabes de la región se concebían mayoritariamente como parte de la Gran Siria.

Decir que Jesús era palestino no mata a nadie, ni es ofensivo en lo personal. Pero desde el punto de vista histórico es un error grave. Y cuando la historia se usa para simplificar conflictos complejos y reforzar relatos políticos actuales, deja de ser historia para convertirse en propaganda. Y eso, precisamente, es lo que debería evitar quien dice defender el rigor frente a la ideología.

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