THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

La soledad de Israel

«Todo parece repetir el guion del antisemitismo de los años treinta. Con una diferencia: hoy los judíos tienen, por suerte, un Estado fuerte que los defiende»

Opinión
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La soledad de Israel

Franja de Gaza. | Europa Press

Vivimos tiempos en que palabras han perdido su peso, su contorno y su valor. Se las ha llevado el viento del eufemismo políticamente correcto, que las atenúa hasta la caricatura, y la furia de la hipérbole histórica, que la trivializa peligrosamente. Ofende que se le llame «ciego» a alguien privado del sentido de la vista, pero llamamos «fascista» a cualquiera que discrepe de nuestras ideas. Solo desde estos tiempos, más que líquidos, afásicos, se puede entender la facilidad con que se ha impuesto en los medios de comunicación, los partidos de izquierda y muchas cancillerías la idea de que Israel esta cometiendo un genocidio en la Franja de Gaza. Y no me refiero sólo a los países árabes que han hecho de su antisemitismo el chivo expiatorio de su fracaso civilizatorio ni a los países y grupos con una agenda terrorista en la zona, como Irán y sus títeres, sino a países desarrollados y democracias emergentes. La culminación de este proceso es la demanda que Sudáfrica ha interpuesto contra Israel en la Corte Internacional de Justicia, a la que se han adherido muchos países, y no pocas organizaciones sindicales y políticas. Para apoyar el alegato acusador han desfilado por La Haya el francés Mélenchon, el británico Corbyn y la española Ada Colau.

Entiendo la indignación que la acusación provoca en Israel y la comparto. Primero, por razones morales. En Calle Este-Oeste, Philippe Sands narra la vida paralela de dos abogados judíos polacos que salvaron la vida porque sus familias lograron emigrar antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Hersch Lauterpacht lo hizo a Inglaterra. Graduado en Cambridge, formó parte de la delegación británica en los juicios de Núremberg y fue el creador del término «crímenes contra la humanidad» con el que se juzgó y condenó a los jerarcas nazis. Raphael Lemkin emigró a Estados Unidos y fue asesor del equipo americano. Su empeño era tipificar los delitos cometidos por los nazis contra el pueblo judío como «genocidio», un neologismo de su invención, formado a partir de la palabra griega genos (estirpe, pueblo, etnia) y el sufijo latino cidio (acción de matar). Y aunque su alegato no triunfó en Núremberg por las reservas soviéticas, muy pronto las recién creadas Naciones Unidas validaron el término para referirse a los crímenes de odio cometidos contra un grupo de población concreto y con el empeño manifiesto de destruirlo de manera irreversible.

En cualquier caso, tanto Lauterpacht como Lemkin coincidieron en que la barbarie nazi requería de nuevas palabras, ya que la existentes en el derecho internacional, como los crímenes de guerra, no bastaban para categorizar el horror experimentado por la humanidad en general y el pueblo judío en particular durante la última guerra. Esto no quiere decir que Israel no sea capaz de cometer genocidio, sino que para un país cuya razón de ser es proteger a su pueblo de la persecución y crimen padecidos históricamente la ofensa de una acusación de este tipo sin sustento es insoportable.

«Israel es un país cuya razón de ser es proteger a su pueblo de la persecución padecida históricamente, la ofensa de una acusación de genocidio es insoportable»

Segundo, comparto la postura de Israel por razones históricas. El alegato de Sudáfrica obvia que la Franja de Gaza era gobernada de manera absoluta por los palestinos desde 2005, sin un solo colono judío, que se retiraron unilateralmente de un territorio que no era palestino sino egipcio y que habían conquistado durante una guerra defensiva en 1967. Dejaron sus invernaderos, destruidos por Hamás, y se llevaron sus tumbas, para evitar profanaciones. La población de la Franja pasó de menos de cien mil habitantes en 1948 a casi dos millones y medio de habitantes en la actualidad. Aun creyendo que actualmente el Estado de Israel estuviese cometiendo un genocidio, debemos acordar que no lo había hecho con anterioridad. En el genocidio la población decrece, no aumenta, y menos a ese ritmo. Así que el problema se reduciría al presente, algo que no hace, de entrada, la acusación sudafricana, al inscribirla en un empeño israelí que llevaría teniendo lugar 76 años. 

Tercero, por razones ideológicas. Hamás tiene en sus estatutos y fundamentos la destrucción del Estado de Israel y el asesinato de todos los judíos. Lo dicen negro sobre blanco. Es decir, se trata de una organización que tiene entre sus fundamentos un alegato genocida. Si no lo llevan a cabo no es porque no quieran, como demuestran sus acciones del pasado 7 de octubre, sino porque no pueden. Por el contrario, Israel cuenta con los medios técnicos para destruir la Franja de Gaza, pero no tiene la voluntad de hacerlo. Hamas es una dictadura teocrática. Israel es una democracia plena en cuyo seno viven dos millones de árabes musulmanes, los únicos árabes plenamente libres del mundo, con los mismos derechos y obligaciones que sus conciudadanos judíos. 

Cuarto, por razones bélicas estrictas. La guerra la declaró Hamas invadiendo Israel el 7 de octubre y masacrando indiscriminadamente a su población civil en un ataque diseñado para despertar los fantasmas del Holocausto en su población –asesinatos, torturas, vejaciones, mutilaciones, violaciones, secuestros–, al tiempo que lanzaba, no lo olvidemos, miles de cohetes contra las ciudades de Israel en busca explícita de víctimas civiles. Un impulso genocida. Ante esa agresión, Israel tiene el derecho y la obligación de defenderse. El problema de la guerra es que Hamas no tiene ningún respeto por la vida y la suerte de su propia población, fichas de un tablero macabro. Hemos visto estas semanas su modus operandi, la forma en que utiliza la infraestructura civil y religiosa para sus acciones militares, y cómo se parapeta detrás de sus conciudadanos para resguardarse. Y sí, ciertamente, pese a los corredores humanitarios de evacuación, y de los avisos que da el ejército de Israel en los edificios que van a ser derruidos por la aviación y demás medidas para reducir los daños, es inevitable que haya miles de víctimas palestinas. A todos conmueven menos a los miembros de Hamas, responsable primero y último de la tragedia que vive la Franja.

No deja de llamarme la atención la obsesión del mundo con Israel, la dureza la con que es juzgado, incluso por sus amigos y aliados, frente a la impunidad con que actúan los tiranos y dictadores en el mundo, las masacres que se cometen todos los días en el mundo musulmán (por musulmanes) y que a nadie importan. Las manifestaciones y protestas antisemitas de medio mundo, incluidos Londres, París y Barcelona, el consenso de los medios y líderes de opinión, el clima universitario de linchamiento contra los estudiantes judíos en Estados Unidos, el alegato de Sudáfrica en La Haya… Todo parece repetir el guion del antisemitismo de los años treinta. Con una diferencia: hoy los judíos tienen, por suerte, un Estado fuerte que los defiende. 

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