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Madrid

Las ovejas de Madrid y sus pastores, más allá de la anécdota

Cuatrocientas ovejas viven entre diciembre y mayo en la madrileña Casa de Campo. Los pastores reivindican una forma de hacer más ecológica y sostenible. Esta es la historia de las ovejas de ciudad y de los pastores que las cuidan

Las ovejas de Madrid y sus pastores, más allá de la anécdota

Foto: Winnie | The Objective

Cada otoño las calles más céntricas de Madrid se llenan de ovejas para celebrar la Fiesta de la Trashumancia en reivindicación de esta práctica y de la ganadería extensiva como herramienta para conservar la biodiversidad y luchar contra el cambio climático. Parece que este es el único día del año en que la naturaleza se abre paso en la gran urbe, pero no. Durante cinco meses cuatrocientas ovejas viven y pastan en la capital conviviendo con los humanos urbanitas.

A treinta minutos a pie (a paso ligero) del metro más cercano, en las profundidades de la Casa de Campo, pasa el invierno este rebaño de ovejas, donde también hay borregos y corderos. Antes de verlas escucho sus balidos, esperan tranquilas en el corral a que las saquen a pastar. En la típica mesa de merendero están sentados Álvaro y Alvarín, los pastores, que están terminando su almuerzo compuesto de café y naranjas. Estamos en la época de paridera, cuando las ovejas tienen a sus corderitos, y los pastores tienen mucho más trabajo del habitual. Las ovejas empezaron a parir el 20 de febrero y lo harán durante todo el mes de marzo. 

La caseta donde duermen los pastores, al fondo la pila para lavar y el baño. | Foto: Winnie | The Objective.

En época de paridera tiene que haber un pastor con las ovejas las veinticuatro horas del día. Así que, junto a la mesa de merendero, los pastores tienen una pequeña caseta con unos colchones, ropa de abrigo y una cocina de campin conectada al butano. Fuera hay una pila para lavar los cacharros y un baño portátil puesto por el ayuntamiento. «Aunque en invierno es duro, nos gusta dormir y despertarnos aquí», dice Alvarín. La familia la completan cuatro perros mastines y tres careas, aunque uno está ya a punto de jubilarse. 

Pastores en la Casa de Campo

«Los pastores están más en peligro de extinción que las ovejas», dice Álvaro medio en serio medio en broma. Él es el principal responsable de este rebaño y cuenta con el apoyo de Alvarín y otra pastora, que hoy se ha tomado el día libre. «Nadie quiere ser pastor aparte de nosotros, que somos unos románticos», cuenta Álvaro mientras Alvarín asiente. Los dos coinciden en que es un trabajo que implica muchas horas y que no está bien pagado. «Por eso nosotros no somos pastores asalariados, son nuestras ovejas e intentamos hacer todo lo posible para sobrevivir», explica Álvaro. 

Una oveja pastando en Casa de Campo. | Foto: Winnie | The Objective.

«Los pastores están más en peligro de extinción que las ovejas»

Alvarín tiene 23 años y es sociólogo, pero cuando se formó en la Escuela de Pastores de Madrid: Campo Adentro se dio cuenta de que lo suyo era esto. Álvaro lleva más de veinte años en este mundo. Estudió agrónomos y estaba implicado en movimientos de mundo rural activo. «Cada vez hay menos ovejas y esto que hacemos aquí es una parte de querer recuperar la trashumancia –pastoreo en movimiento para adaptarse a las zonas de productividad–. Nosotros intentamos darles de comer lo menos posible, por eso hacemos la trashumancia, queremos que nuestras ovejas coman del campo, que transformen la hierba en productos de calidad y los consumidores nos compren directamente a nosotros», explica Álvaro. 

La Casa de Campo ofrece comida a las ovejas y un sitio donde estar, pero los animales también aportan al lugar comiendo la hierba, dispersando las semillas y abonando. Si las ovejas no pastaran, tendrían que venir trabajadores del ayuntamiento con las máquinas para desbrozar porque, como recuerda Álvaro, el pasto seco supone un riesgo de incendio. Las ovejas están en la Casa de Campo entre diciembre y mayo, y además de aportar a nivel natural, participan junto a los pastores en talleres para colegios. A esto se una que en la Casa de Campo el contacto con la gente es muy directo y cercano, así que son habituales los jubilados que pasan por allí hasta que terminan haciéndose amigos de los pastores. 

Algunos corderos en “la guardería” mientras sus madres han salido a pastar. | Foto: Winnie | The Objective.

Avanza la mañana y es hora de salir con las ovejas. Cuando no es época de paridera los pastores tienen corrales portátiles y se van moviendo con las ovejas por distintas zonas de la Casa de Campo, pero esta rutina cambia con la llegada de los corderitos. Entonces se instalan en un corral fijo, que construyeron con varios amigos y colaboradores, y desde allí salen a pastar en unos dos kilómetros a la redonda. Alvarín es el encargado de salir hoy con las ovejas. Se lleva un bocadillo, no volverá hasta media tarde. Él y Álvaro separan a las ovejas de sus crías, es un espectáculo de balidos: no quieren separarse pero es necesario. Una vez que paren, las ovejas están unos tres días con sus crías para crear un vínculo, pero después las ovejas tienen que salir a pastar para, cuando regresen por la tarde, poder alimentar a sus corderitos. Así que, superado el drama de la separación y con Álvaro atento porque cada dos por tres un corderito se empeña en seguir a su madre, Alvarín comienza a dar las órdenes a ovejas y perros para empezar a caminar. 

Mientras caminamos Alvarín me dice que este rebaño es magnífico. «Están muy hechas al pastor, a las personas, y a pastar en el campo. Con otras ovejas no es así porque mucha gente trabaja de otra manera». Lo ideal es que el rebaño se despliegue como si fuera una mano con sus dedos extendidos y que las ovejas estém separadas, «así es como están a gusto», explica. Alvarín las mira continuamente, de repente una se escapa y tiene que salir corriendo detrás de ella con un perro. Su principal preocupación estos días es ver si una o varias ovejas parirán pronto. Esperan que este año nazcan cerca de doscientos corderitos. 

Alvarín con uno de los perros y el rebaño pastando. | Foto: Winnie | The Objective.

Ser pastor es un trabajo solitario, Alvarín es consciente pero me dice que busca estar solo, aunque sabe que puede tener consecuencias negativas que son habituales entre pastores. Pastorear en la Casa de Campo implica ver a gente con relativa frecuencia y él no es el encargado de pastorear a las ovejas todos los días, por lo que todavía no ha sentido el peso de la soledad. «Estar solo te da para descubrir cosas de ti. El otro día me traje una flauta y estuve componiendo una cancioncilla sobre la trashumancia; escribes un poco, yo qué sé, haces distintas cosas», cuenta sonriendo. 

Cooperativa: mucho más que sacar a las ovejas a comer

En época de paridera el trabajo del pastor que se queda a dormir en la Casa de Campo es de ocho de la mañana a doce de la noche. Uno solo no puede hacerlo todo, por eso cuando vuelvo del pastoreo me encuentro con Álvaro atareado con las ovejas que acaban de parir. A Alvarín también le espera tarea cuando vuelva de pastar: crotalar –poner a las ovejas un pendiente con un número en relación con la madre–, recopilar datos, etc. Pero hasta que ese momento llegue, el corral fijo tiene a las ovejas que acaban de parir, cada una con sus corderitos recién nacidos, mientras que los corderos que son un poco más mayores esperan, en lo que podría llamarse guardería, a que sus madres vuelvan por la tarde de pastar.

El rebaño pastando y al fondo Madrid. | Foto: Winnie | The Objective.

Álvaro coge por las patas delanteras a un corderito con pocas horas de vida, se lo pone a su madre delante para que lo siga y se los lleva a un corral que hay al lado para que la oveja recién parida paste mientras su cordero mama. Ellos están en los días de creación del vínculo entre madre e hijo. Álvaro está atento a que los corderitos cojan bien la ubre de la madre y si no es así, les ayuda a hacerlo. También aprovecha el momento para marcar el lomo de las madres: una raya roja es que ha parido un cordero, una verde es que ha parido dos y una azul es que hay que estar pendiente de sus ubres porque ha tenido mastitis o porque hay que ordeñarla. Álvaro forma parte de la Cooperativa Los Apisquillos con sede en Puebla de la Sierra, un pueblo madrileño de menos de cien habitantes que está al norte de la capital, casi en la frontera con Guadalajara. Allí es donde viven el resto del año estas ovejas. «Una de las ideas al crear la cooperativa fue no solo vivir en el pueblo, sino de la tierra. Queríamos habitar el pueblo, estudiar las formas de uso tradicionales de la tierra y reinventarlas un poco», explica. Además de las ovejas en el pueblo tienen cabras, cerdos, gallinas, caballos de trabajo, alguna colmena; también hacen trabajo forestal, esquilan ovejas y han abierto una quesería.

«Nosotros vendemos corderos lechales y también cabritos; ordeñamos –a mano– las cabras para yogur y algo de queso. Cuando dejamos la Casa de Campo ya tenemos seleccionadas las corderas que dejaremos para la vida y el resto van para el matadero. Después repartiremos a domicilio los corderos lechales a particulares y, sobre todo, a grupos de consumo; gracias a ellos podemos continuar», cuenta Álvaro. 

Álvaro y de fondo parte de “la guardería” y el lugar donde están las ovejas que acaban de parir con sus corderos recién nacidos. | Foto: Winnie | The Objective.

Choque cultural y reivindicación

La vida de Álvaro cambia radicalmente cuando está en la Casa de Campo, poco que ver con el pequeño pueblo donde viven el resto del año. En Madrid el contacto con la gente es constante, sobre todo los fines de semana. Las personas se paran cuando ven el rebaño pastando y se hace fotos con las ovejas. «Si nos dieran un euro por cada foto, nos podríamos retirar», dice Álvaro riéndose. Hoy un corredor sonríe sorprendido cuando descubre que el rebaño se ha cruzado en su camino y le impide continuar.

«Los fines de semana acabas desesperado porque hay mucho perro suelto que se pone a correr a las ovejas y ellas se asustan, nos ha pasado que alguna vez han matado a alguna», se queja el pastor. También hay un tema de choque cultural, que llama Álvaro. Hay personas que cuando pasan por allí y ven a los corderitos ya no quieren comprarlos para comérselos. Nada que ver con los amigos jubilados, que los miran con otros ojos y hacen comentarios del tipo: ¡mira qué rico se está poniendo ese! Cuando no es época de paridera los pastores no suelen dormir allí, así que por precaución dejan a las ovejas cerradas en el corral y a los perros atados, pero ha habido noches que los animalistas han ido para soltar a los perros. Aunque tenga una cara más amarga, Álvaro dice que por lo general la experiencia es muy buena y la gente está agradecida y contenta de que estén allí. 

Una oveja con su cordero de pocas horas de vida durante los días que pasan juntos para crear el vínculo. | Foto: Winnie | The Objective.

La cooperativa paga casi 2.900 euros al mes al ayuntamiento de Madrid para poder estar en la Casa de Campo. Es su cuarto y último año allí, el que viene el ayuntamiento volverá a sacar el espacio a concurso público. Para Álvaro y los suyos la trashumancia y estar en Casa de Campo es más que una anécdota de que haya ovejas en Madrid: es una reivindicación. «Nosotros hacemos la trashumancia andando pasando por distintos pueblos. Hacerlo así hace que dé gusto ver a las ovejas. Venimos, y en mayo nos iremos, utilizando vías pecuarias y cañadas. Venimos a Casa de Campo porque en el pueblo hace más frío y hay menos comida». Tardan en llegar entre diez y quince días. Es una manera de hacer que Álvaro define como cansada, pero también gustosa. Defiende que la gente que les compra lo hace por la calidad de sus productos pero también por todo lo que tienen detrás: la reivindicación de la trashumancia y de su compromiso social y medioambiental

«Se han abandonado los modelos de ganadería y agricultura antiguos. Las cosas vienen de otros sitios mucho más baratas y productivas, por lo que se ha perdido una genética que viene de miles de años»

Las ovejas de la Casa de Campo son las conocidas como rubia del Molar, una especie en peligro de extinción. La cooperativa compró un rebaño y la Comunidad de Madrid unos cuantos ejemplares para contribuir a que no se extingan. «A nivel general se han perdido muchas razas», explica Álvaro. «Se han abandonado los modelos de ganadería y agricultura antiguos. Las cosas vienen de otros sitios mucho más baratas y productivas, por lo que se ha perdido una genética que viene de miles de años. Es una pena, hay gente que está haciendo bancos de semillas para que no se pierdan y a nivel de ganado hemos perdido mucho. Todo esto ha empobrecido la biodiversidad selvática y doméstica junto con los conocimientos y la organización social que hace falta para que funcione. Cada vez está todo más concentrado en menos manos y hablamos de algo tan importante como es la alimentación. Es posible producir carne de otra manera, es verdad que no tanta y no a ese precio, pero hay otras formas de hacer que son posibles y necesarias», concluye. 

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