Luna NG, el portaaviones volador que carga hasta ocho drones kamikazes
El nuevo modelo de la comañía alemana Rheinmetall en una aeronave capaz de llevar ocho pequeños multicópteros hasta donde por sí solos no pueden llegar
El mundo está condenado a girar, pero cuando hay conflictos armados, parece que lo hace un poco más rápido. Nos guste o no, la tecnología suele dar pasos más largos en el campo de batalla, y es algo que a la larga suele favorecer al resto de la sociedad. En el conflicto en Ucrania brilla con luz propia un arma cuyo uso ha crecido de manera exponencial: el dron artillado. La tecnología no es nueva y se utiliza desde el cambio de siglo, aunque en el conflicto iniciado por Vladímir Putin ha crecido de manera exponencial con la utilización de drones comerciales cargados de explosivos.
Si hasta ahora era la industria bélica la encargada de desarrollar este tipo de ingenio, son ahora unos manitas, con soluciones caseras, los que han sublimado su utilización. Es por ello lógico que la industria bélica tome nota y acabe desarrollando diseños que vayan un poco más allá, como es el caso del dron Luna NG, de Rheinmetall.
Un portaaviones flotante
Los drones domésticos adaptados en Ucrania suelen ser modelos de muy fácil acceso, disponibles en tiendas online, y con posibilidades limitadas. Durante un vuelo corto son capaces de transportar un peso extra, pequeñas cargas como una cámara de video —con frecuencia granadas de mortero—, que sueltan a voluntad. Técnicamente son muy sencillos, y por caída libre y no muy controlada, dejan caer el explosivo sobre un vehículo o una trinchera.
Lo que han creado los alemanes no es otra cosa que una aeronave robotizada portadrones, una suerte de carguero. Su utilidad es la de transportar armas merodeadoras, con capacidad de desplazarse por sí mismas, y de ser controladas a distancia a través de unas gafas de visión remota en manos de un piloto a distancia. Para ello, Rheinmetall ha reconvertido su modelo de reconocimiento Luna NG en una aeronave capaz de llevar ocho pequeños multicópteros hasta donde por sí solos no pueden llegar. El dron más grande ejercería de medio de transporte, y una vez en las inmediaciones del destino, los hasta ocho pequeños pasajeros kamikaze que lleva en su bodega, podrían volar en busca de su blanco.
El problema de los drones
A pesar de que los drones albergan múltiples ventajas, son sistemas imperfectos, y uno de sus lastres es la autonomía. Un mayor tamaño conduce a más capacidades, pero también más consumo de energía. A partir de ciertas dimensiones, los propulsados por electricidad dejan de ser interesantes y es necesario recurrir a otro tipo de energía. Con ello motores más complejos, pesados, con depósitos de combustible, otro tipo de atenciones en tierra, etc. Como consecuencia, se concentra todo el esfuerzo en un blanco único.
Por esa razón, la idea de distribuir las funciones de transporte y ataque en dos elementos separados, otorga una flexibilidad inusual hasta hoy. En el diseño germano, el Luna NG haría de mula voladora con retorno a la base al completar la misión, que sería la de transportar esos ocho pequeños drones, hasta sus ocho posibles blancos, y volver a su base. Los pasajeros elegidos son los Hero-R, de la israelí UVision, muy pequeños, que podrán trabajar de forma independiente o en enjambre. Estos multicópteros de cuatro hélices están siendo desarrollados para que sean usados indistintamente por helicópteros o el nuevo blindado KF51 Panther, llamado a sustituir al Leopard 2.
El Luna NG, de tres metros de largo y cinco de envergadura, puede volar hasta 100 kilómetros de su base a los que habría que añadir la distancia extra que pudieran recorrer sus satélites. Una vez en las inmediaciones de su destino, las granadas de ala giratoria se lanzarían a una velocidad de 70 kilómetros por hora, y su tiempo de permanencia máxima sobre territorio enemigo sería de unos diez minutos. Las ojivas volantes son las más pequeñas dentro del catálogo de UVisión, y se utilizarían para atacar soldados de infantería atrincherados, posiciones de artillería, camiones, cañones antiaéreos o vehículos blindados.
La munición merodeadora se está convirtiendo cada vez más en una amenaza letal para los soldados en tierra. Los drones dan vueltas en el cielo en busca de un blanco, incluso una vez que han sido lanzados. En el momento en que su piloto entiende que el objetivo merece la pena, el dron —o varios de ellos en enjambre— se abalanzan sobre él, y lo destruyen.
La idea no es nueva
El conflicto contemporáneo más largo fue el menos incruento a ojos vista: la Guerra Fría, y dentro de sus delirios y excesos, existió un proyecto nunca llevado a cabo del que bebe de esta idea. A principios de los años 70 a alguien se le ocurrió diseñar un avión portaaviones. El plan pasaba por rediseñar un Boeing 747, la aeronave con mayor capacidad de carga de la época, para que pudiera albergar una decena de microjets de combate. El aparato necesitaría una tripulación de 44 aviadores, y podría lanzar, reabastecer y recuperar a estos minúsculos aparatos en vuelo. El 747 sería capaz de llevarles a las cercanías del destino, una distancia impensable para aviones de estas exiguas capacidades.
En su interior dispondría de una serie de mecanismos deslizantes para ir soltándolos en el aire, piezas de recambio para reparaciones básicas, combustible y munición. La idea fue desechada ante la complejidad mecánica y el peso del conjunto. En la propuesta de Rheinmetall se liquidan la mayoría de los elementos que complicaban aquel concepto. Sin tripulación, sin repostaje, sin necesidad de rearmarse, y sin tener que retornar a su base aérea más que la plataforma de lanzamiento sin su carga adicional. La eficacia de los drones está fuera de toda duda, y que lleguen más ideas parecidas es solo cuestión de tiempo… van a llegar volando.