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Los robotaxis de San Francisco también se enfadan, solo que lo hacen entre ellos

La mitad de taxis autónomos de San Francisco la lían madrugada y la otra mitad lleva a un chofer al volante

Los robotaxis de San Francisco también se enfadan, solo que lo hacen entre ellos

Imagen de un aparcamiento de robotaxis en San Francisco. | Perfil de @sophnewsnet (red social X)

La han vuelto a liar. Los robotaxis experimentales de la ciudad de San Francisco vuelven locos a sus vecinos, y su amabilidad está llegando a los límites de su capacidad. Los androides rodantes carecen de la sensatez y sentido común de los conductores humanos, y cometen tropelías absurdas que hacen incómoda la vida de sus vecinos.

La última tiene hasta cierta gracia, pero no hace ninguna a los vecinos de la calle 14, en el barrio de Mission. Allí es donde Waymo, una de las dos compañías que operan en la ciudad, y la única que puede hacerlo sin conductores al volante, tiene uno de sus aparcamientos.

Los vehículos robotizados también descansan y lo hacen en un aparcamiento alquilado para tal efecto. Cuando la densidad de uso baja, o las regulaciones horarias por congestión de tráfico impiden su funcionamiento, los Jaguar eléctricos de Waymo acuden a este punto a tomarse un respiro.

La madrugada del 29 de julio tuvo que ser uno de esos días en que el vecindario quiere arremeter contra los autómatas. Alrededor de las cuatro de la mañana ocurrió una de esas cosas que a las personas al volante no les suele pasar. La acumulación de vehículos que llegaron al mismo tiempo al punto de destino no fue desbordante, pero la casualidad quiso que coincidieran en el tiempo y el espacio más de los que les hubiera gustado a su software.

Los programas de conducción autónoma, basados en cámaras, sensores y radares Lidar son sumamente avanzados, pero carecen de sentido común; solo atienden a las pautas prescritas. Este sentido, del que tampoco todo el mundo alberga una buena cantidad, impide andar tocando el claxon según a qué horas.

Lo que ocurrió fue que los Jaguar de Waymo empezaron a maniobrar para aparcarse, y empezaron a tocar el claxon a modo de advertencia a aquellos otros robotaxis que hacían lo propio para cargarse en sus estacionamientos. En condiciones normales, esto puede ser hasta positivo; que los coches adviertan a su entorno de su presencia. El problema es que cuando todo el mundo duerme esto se torna en una sinfonía poco bienvenida; un festival nocturno de bocinazos no sienta bien a nadie.

Algunos vecinos se toman el asunto con filosofía, como la ingeniera de software Sophia Tung. Esta aficionada al patín y los vídeos tiene un canal en YouTube que desde el día 5 de agosto retransmite en directo las vivencias del aparcamiento que puede ver desde su ventana.

La joven utiliza una cámara de video barata que rodea con una caja de cereales para evitar reflejos. Le ha añadido una banda sonora de música chillout, que recomienda para estudiar o relajarse. Lo sorprendente es que desde que comenzó sus emisiones, es fácil encontrar a varios centenares de personas conectadas y observando qué hacen los coches. En la pantalla advierte que suele haber más movimiento al caer el sol, y tras la medianoche durante los fines de semana. El aparcamiento se suele llenar a partir de las 4 de la mañana.

Desde que a finales de julio Waymo se quedó con la totalidad del parking —y dejó fuera del mismo a muchos clientes habituales—, el enloquecido ballet de coches autónomos pitándose los unos a los otros es una constante diaria. El espectáculo tiende a durar alrededor de una hora una vez que arranca.

Las autoridades contactaron con la compañía, que aseguró trabajar en ello y darle una solución. Visto desde fuera, se trata de un problema de software. Los coches deberían dejar de hacer sonar su claxon a partir de ciertas horas y lugares que se pueden estipular a través del GPS. Es tan sencillo como suspender esa posibilidad, siempre y cuando se den las circunstancias.

Hay más problemas

No es la única cuita con la que tiene que lidiar la dirección de la compañía. Una serie de incidentes violentos contra estos vehículos ha empujado a sus rectores a demandar a todo aquel que les haya causado daños. Los Jaguars blancos han sido grafiteados, vandalizados e incluso una masa enfurecida pegó fuego a uno.

Alphabet, la compañía matriz de Google, y responsable última, ha iniciado al menos dos demandas. Una es contra un tipo llamado Konstantine Nikka-Sher Piterman. Al perecer, este ciudadano estampó su Tesla Model 3 contra uno de los coches de Waymo. La intrahistoria cuenta que el incidente ocurrió tras pedir trabajo en la compañía y haber sido denegada su solicitud.

Waymo alega que Piterman aceleró su coche de forma intencionada e incluso se saltó una señal de stop de forma probada. Cuando el Waymo trató de detenerse, volvieron a colisionar. La compañía pide 45.795 dólares por las reparaciones y el tiempo perdido.

Y apuñalamientos de ruedas…

La otra es contra Ronaile Burton, quien supuestamente pinchó las ruedas de al menos 19 vehículos de Waymo, alguno con sus pasajeros dentro. Waymo pide 21.898 dólares para compensar los gastos de reparación, además de no menos de 66.000 por perjuicios en su imagen y el tiempo que tuvieron parados sus coches. Las cámaras de los coches captaron los acuchillamientos. La defensa aduce que esta persona sufre desequilibrios mentales y lo que necesita es ayuda.

Con cargos similares trabaja la fiscalía de la ciudad contra un ciudadano de 36 años llamado Joshua Burton. Las cámaras de Waymo le han grabado vandalizando 17 de sus coches. La cosa se pone algo más tensa cuando el que daña la propiedad privada es un menor. Un chico de 14 años y, por lo tanto, fuera de la edad penal, prendió fuego uno de sus coches. Y aquí queda menos claro qué puede ocurrir con el chico, pero los costes de reparar el coche no van nunca a ser baratos.

Los encargados, tienen que lidiar a diario con otros problemas. En febrero, uno de estos coches arrolló a un ciclista, por fortuna sin consecuencias graves. El coche estaba estacionado, y justo cuando llegaba la bicicleta, arrancó sin percibir su presencia. En el servicio de Los Angeles, la policía detuvo a un tipo llamado Vincent Maurice, que en lugar de sentarse detrás, lo hizo en la posición del —ausente— conductor, e intentó robar el vehículo. Los empleados de Waymo le hablaron por el intercomunicador del vehículo, sin conseguir nada. Fue una patrulla policial la que apeó al ladrón del taxi robotizado, que fue a ver al juez, a explicarle.

Mucha fe

La ciudad de San Francisco recibió su nombre por San Francisco de Asís. Una de las misiones que Dios le dio al santo italiano fue convencer a los egipcios de que se convirtieran al cristianismo. Falló en su empresa, y le llevó gran parte de su esfuerzo evangelizador. A Waymo le toca un papel similar, y convencer a sus vecinos, y tras ellos al mundo, que su servicio y tecnología son excelentes.

A su competencia, Cruise, ya le quitaron la licencia por atropellar y arrastrar el cuerpo de la víctima durante metros, aunque se la han devuelto siempre y cuando lleve a un conductor al volante. Así que el 50% de los taxis autónomos de San Francisco despiertan de madrugada a sus vecinos, y la otra mitad llevan a un chofer al volante por si se desmadran. Esto acabará funcionando, pero va para largo.

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