Rusia no está ganando a Ucrania y una de las razones es que su armamento es una castaña
Rusia ha basado su fuerza en la masividad de sus arsenales, recursos humanos infinitos, y la resistencia de su material
Nadie lo esperaba. A la segunda fuerza militar más poderosa del mundo se le están rompiendo las costuras ante un enemigo relativamente pequeño. El Ejército ruso era temido por todos, y si les quitas su armamento nuclear, algunos misiles y lo relacionado con la guerra electrónica, el que tienen está quedando como algo viejo, obsoleto, y muy lejos de lo que antes aterraba a tantos.
Todos los analistas apuntan a que una de las claves de su falta de éxito en Ucrania es lo malo de su armamento. Malo, sin paliativos, y en general, propio de tecnologías de los años 80, puede que los 90. A esto hay que añadir que su falta de mantenimiento y actualizaciones lo aleja de los requerimientos actuales. Está siendo una sorpresa que en el frente ucraniano, el Ejército de Vladímir Putin esté sufriendo fuertes pérdidas ante un armamento occidental que tampoco es de última generación.
La industria bélica exsoviética siempre ha creado armas robustas y bien hechas; muy sencillas pero eficientes. En sus arsenales ha habido, y hay, submarinos hechos de titanio, aviones de combate temibles que una vez dominaron el cielo, y el arma de guerra más popular del mundo: el AK47. Es el rifle de asalto más fiable, con más de cien millones de unidades fabricadas, y pieza estándar en más de cien países.
Por número de aparatos, la rusa es la segunda fuerza aérea del planeta, tienen más tanques y artillería que nadie, y poseen una ingente cantidad de corbetas y submarinos. Con semejante musculatura, deberían haber arrasado a Ucrania, y, sin embargo, el conflicto va para tres años y no pueden con ellos. Sobre el papel era un enemigo temible, y en la práctica no lo está siendo.
Rusia tiene un solo portaaviones, el Almirante Kuznetsov, y es una de las mayores vergüenzas de su armada. Usa un combustible que arroja toneladas de humo negro al aire, que lo hace detectable desde lejos. Está plagado de problemas, pasa más tiempo en dique seco que en operaciones, y ha protagonizado todo tipo de incidentes, con incendios, inundaciones, y víctimas mortales en sucesos inexplicables.
En servicio desde 1991, entró en combate por primera vez en 2016, en Siria. En su estreno bajo el fuego, perdió dos aparatos que no pudieron aterrizar durante sus operaciones en el Mediterráneo. Mientras estaba siendo reparado, le cayó una grúa encima y deterioró la cubierta de vuelo, lo que retrasó aún más su última parada técnica. Estaba previsto que sus 58.600 toneladas volvieran al servicio este 2024, pero no está, aunque se le espera; nadie dice cuándo.
La flota rusa tiene muchos barcos, que son viejos, grandes y pesados, que necesitan ser reemplazados. Para ello se diseñaron los destructores de la clase Lider, ideados para plantar cara a los Zumwalt de EE. UU. Con propulsión nuclear y 19.000 toneladas de desplazamiento, pueden disparar armamento de última generación, como los misiles Tsirkon y los torpedos Paket. Su botadura estaba programada para 2015, pero aún no han tocado el agua. De hecho, tampoco hay pistas de que ni siquiera se estén construyendo. Se habla de que el proyecto ha sido abandonado, aunque los rusos dicen que igual lo retoman.
La flota submarina también es vieja; pintan mucho pero hacen poco. El submarino Belgorod y el torpedo Poseidon han hecho mucho ruido mediático, y ha inquietado a muchos analistas, es por ello que se ha ganado el sobrenombre de El Submarino del Juicio Final. De acuerdo con la propaganda del Kremlin, su torpedo de 100 megatones podría generar un tsunami capaz de borrar del mapa a ciudades costeras como Nueva York o Los Ángeles, por poner un par de ejemplos. Por contra, hay expertos que quitan valor al aterrador binomio.
Belgorod solo hay uno, se le ha visto en más de una ocasión cuando ha emergido de las aguas, y no es tan indetectable como gustaría a Moscú. En cuanto al Poseidon, los análisis técnicos indican que el torpedo necesita albergar una central nuclear en miniatura para poder transformar su energía nuclear en la electricidad de sus propulsores; una batería no basta si quiere navegar un cierto tiempo.
Incoherencias técnicas
Esto conduce a un problema: es muy difícil aislar los procesadores de la radiactividad en un espacio tan pequeño y resulta casi imposible. Se sospecha que con las dimensiones declaradas sí que es posible generar una explosión nuclear de entre uno y dos megatones, poro no más. Esto no crearía un gran tsunami; tan solo llevaría aguas radiactivas a las costas de sus destinatarios, detonación aparte.
Por otro lado, la velocidad. Rusia afirma que su ingenio puede nadar a 100 nudos por hora. En teoría no es imposible, pero haría un ruido enorme, y lo haría muy fácilmente detectable. A esas velocidades se genera mucha temperatura, y sobre todo, mucha cavitación, otro fenómeno que lo haría muy difícil de esconder. Por otro lado, esa velocidad produciría ondas y vibraciones que afectarían a la maquinaria y mecanismos, lo que conduce de nuevo al tamaño.
En el aire
Llama la atención que el Sukhoi Su-57 Felon, lo último de lo último de la fuerza aérea rusa, brille por su ausencia sobre los cielos ucranianos. El enemigo de Tom Cruise en Top Gun: Maverick desarrolla unas prestaciones impresionantes. Empuje vectorial, trepa a razón de 64.000 pies por minuto, alcanza el Mach 2, tiene 31 kilómetros de altura como techo operativo, es capaz de volar durante 3.500 kilómetros sin repostar. En teoría supera a todo lo conocido. Pero…
No es tan invisible como quisieran. Los expertos afirman que si un F-22 es detectable a diez millas de distancia, un Su-57 lo es a treinta y cinco. Su firma electrónica es parecida a la de F-18, un aparato diseñado en los años 70, y mil veces mayor que la de un F-35. En teoría se le puede derribar desde muy lejos. El Kremlin encargó setenta y seis en 2019, y se cree que tienen en servicio dos decenas. No se le ha visto sobre el país que quieren invadir.
Y en el suelo
Durante décadas, los rusos fueron los reyes de los tanques. Tienen más que nadie, o tenían, porque en Ucrania han perdido miles de T-72, T-80 y T-90, la mayoría de ellos destruidos por sí mismos. Al contrario que los diseños occidentales más avanzados, estos modelos no tienen aislado su almacén de munición de la cabina, así que con una relativamente pequeña explosión externa, muchos han saltado por los aires por su propia pólvora. Algunas versiones de estos tres tanques, los fabricados de manera más reciente, sí aíslan las dos zonas, pero son muy pocos.
La respuesta es el T-14 Armata, que ya no tiene ese problema, pero tiene otros. Es mucho más tecnológico, aunque se encuentra en periodo de desarrollo, y se ha topado con las limitaciones a la hora de importar elementos electrónicos de los que Rusia carece. Sin ellos no puede lanzar los proyectiles guiados por láser para lo que se diseñó. Su cañón de 125 mm es temible, pero solo puede elevarse 14 grados o bajar 6; un Abrams norteamericano lo hace entre 20 y 9. Esta limitación del ruso impide lanzar proyectiles a mayor distancia, o defenderse en entornos urbanos, donde se vuelve muy vulnerable.
Industria obsoleta, facturación más pobre
Rusia ha basado la fuerza de su Ejército en la masividad de sus arsenales, unos recursos humanos infinitos, y la resistencia física de su material. El problema es que esto se utiliza en doctrinas y procedimientos muy superados. Hoy, elementos como la alta tecnología, la conectividad entre cuerpos y estamentos, o los equipos pequeños de operaciones especiales muy bien equipados, son los que llevan a la victoria, y Rusia no está en esas, o no al menos en la medida que gustaría a su Gobierno.
Ese declive se ha reflejado en sus exportaciones. En los años 80, Rusia exportaba material militar por valor de 40.000 millones de dólares, que declinaron a 30.000 en la siguiente década. En 2020, antes de sanciones internaciones debido a la invasión de Ucrania, la cifra se situó en 15.600 millones. Su armamento, ya no es tan deseable como antes, pero ni para invadir países… ni para defenderse.