Hay que ver lo poco que algunos sabemos sobre Islandia: las canciones de Björk, las celebraciones vikingas de su selección de fútbol, sus prisiones llenas de banqueros. Qué poco sabemos, más bien nada, sobre qué desayunan, cómo visten, ¿se enamoran como nosotros? Entrevistar a un autor islandés como Bergsveinn Birgisson, quien en realidad vive en Noruega pero ambienta esta novela suya –Para Helga (Lumen)– entre la Islandia rural y la urbana, es una oportunidad para resolver algunos de estos misterios. Sin embargo, obviamos la topografía por completo y nos zambullimos en cuestiones más porosas.
–¿Cómo puede uno desear a otra mujer que no es la suya, toda la vida, y no dar el mínimo paso para adaptar la vida a ese deseo?
–Vaya, vas directo al corazón de la existencia humana –sonríe–. Hay una larga tradición en Escandinavia sobre este asunto. Historias como que deseas a una mujer, matas a su marido y, cuando resulta que se abre a ti, entonces la rechazas. Huyes. Puedes encontrarlas ya en los trovadores del siglo XIII.
Tiene el novelista estadounidense Dave Eggers una escena en Qué es el qué muy poderosa que explica bien el libro de Bergsveinn. Dice que las cosas importantes no hay que dejarlas para luego, que entonces ya es tarde y se confunden con los óxidos y el tiempo y acaban convertidas en un poema malo o en un relato nostálgico. Lo volví a ver en el blog de Laura Ferrero y me recordó al granjero islandés Bjarni, que estuvo casado durante años con una mujer a la que no amaba porque solo tenía corazón para Helga. Y eso que Helga también le quiso y le pidió que escaparan juntos. Pero ya sabemos cómo son estas cosas: Bjarni le dijo que no y desde entonces todo ha sido martirios y sueños húmedos que sofocar con una carta larga y tardía.
–¿Que por qué no hace nada…? –plantea, regresando a la pregunta inicial–. Tal vez porque está tratando de torturarse con sus pensamientos y porque al mismo tiempo está paralizado. Es muy extraño. Este es uno de los asuntos más interesantes para mí como escritor. Creo que el ser humano, en esencia, no es un ser racional. Hay algunas fuerzas más profundas y más poderosas que lo manejan.
La historia de Bjarni y Helga, tan antigua como el fuego, le vino a Bergsveinn de una experiencia tormentosa. “Tuve un sentimiento así por una mujer a la que amaba, pero aquello era imposible…”, recuerda el autor, con inmensa ternura. “Esta novela es en parte personal, sí. Quería emplearla como pretexto para tratar otros asuntos existenciales”. Es cierto. Tanto que tras leer el libro surgen algunas preguntas que tienen que ver con el amor, pero que van más allá del mismo. Por ejemplo: ¿está Bjarni enamorado de Helga, o está enamorado del deseo de amar a Helga? Bergsveinn regatea la cuestión con elegancia: “Me gusta que te hayas hecho la pregunta, pero no tengo la respuesta”.
–Entonces –planteo– ¿qué escondemos tras el deseo de poseer a alguien?
–Sin duda, un componente de egoísmo –asume, tras diez segundos de pausa–. Nos sentimos bien cuando estamos enamorados.
El problema, pues, se produce cuando ese amor es despiadado y salvaje, cuando se produce una ruptura entre lo real y lo divino y el amor es capaz de desafiar a la ciencia. Hay momentos donde Bjarni pierde la cordura, donde el lector puede pensar que más vale encerrar a este hombre en un manicomio. Al decírselo, el rostro de Bergsveinn dibuja una mueca: “Marco Aurelio pensaba que la ataraxia era el estado perfecto para la mente. Ese momento en que dejas de estar enamorado de alguien. Desde luego, enamorarse es un asunto peligroso… y en Escandinavia tenemos una larga tradición de amores imposibles para los que no cabe esperanza”.
Y continúa: “Me sorprende descubrir que las generaciones más jóvenes encuentran en Bjarni un pedazo de basura, un perdedor, por no ir detrás de su amor. Eso es lo que se hace hoy, ¿verdad? Ir a por quien quieres y hacer lo que haga falta”.
Bergsveinn deja escapar una breve carcajada. Para Helga contiene una frase sentenciosa que justifica todo el libro: “El amor más ardoroso es el que no ha de alcanzarse”. Hay cierta resignación amarga en estas palabras. Mientras hablamos, suena Piensa en mí en la cafetería, en la voz de Natalia Lafourcade, y más que en una entrevista sobre el amor, la escena se convierte en una emboscada. Es en esta vorágine donde le pregunto si es acaso el dolor lo que garantiza que uno está enamorado, como si fueran el dolor y el amor políticas enfrentadas.
Hay un silencio. En cuanto acabe la entrevista, Bergsveinn quiere conocer el Retiro y pasear con su hijo, visitar el Prado y disfrutar de un tiempo –casi a bajo cero– que para él es buen tiempo. Antes de hacerlo, da un sorbo de agua y descansa los codos sobre sus rodillas. “Sí… absolutamente. Aunque me temo que de esto solo puedo hablar en mi nombre”.