¿Somos un pueblo extremista?
«Mal chiste y malo todo. Triunfe quien triunfe nadie tiene que irse, porque democracia es el respeto absoluto de la libertad y la pluralidad en todo»
Parece hoy (y lo ha parecido otras no pocas veces) que en España todo se polariza o se extrema. De ahí nuestra expresión «ser más papistas que el Papa». Nuestra Guerra Civil fue -y aún miramos mucho a ella- uno de los casos más terribles y crudelísimos. De hecho, referirse a cosas de entonces nos trae al presente, y casi nunca es bueno. En 2011 siendo presidente de las Cortes, el socialista José Bono -poco del estilo actual- inauguró en uno de los salones principales del Congreso, un busto de Niceto Alcalá-Zamora, primer presidente de la 2ª República. El busto, notable, está enfrente de una estatua de Isabel II, reina constitucional de España.
Como parece lógico, en la ceremonia de la inauguración, Bono aludió a la necesidad de convivencia y concordia. Me pregunto: ¿Algo similar pasaría hoy? Me es imposible imaginar a Pablo Iglesias, a Echenique, Montero u otros de su mundo hablando de fraternidad o de concordia. La sed de violencia les aflora ya en el gesto y así, todo el que no piense como ellos no es un disidente (obvio y lógico) es un enemigo. El PSOE viene de otra tradición, pero en la legislatura Sánchez -que a muchos parece eterna- resulta que cuesta trabajo el centrismo. Un centrismo hacia la izquierda, sí, pero centro. ¿Qué ha pasado? Nos hace falta la Tercera España (el gesto de Bono) pero son muchos los políticos que trabajan las banderías, el frentismo, la maldita nostalgia del choque.
«La República era moderada y tangencial, para el verdadero y voraz deseo de rabia y muerte de los dos bandos enfrentados sin piedad, uno que buscaba una España república proletaria, y otro que deseaba una España fascista y nacionalcatólica»
El propio Alcalá-Zamora, republicano moderado, es execrado por la izquierda dura. Dejó de ser presidente de la República en mayo de 1936, porque ya sonaba a tibio. Estaba fuera de España al estallar la contienda y no regresó. En 1937 (desde un diario suizo) apostó por la conciliación y habló, en el lado republicano, de una «ofensiva del desorden». La República aquella no lo perdonó, pero Franco tampoco. El caudillo le privó de la nacionalidad española y confiscó sus bienes en España. Murió en el exilio argentino en 1949. ¿Su culpa? Querer ser ecuánime, no extremo. Acaba de reeditar Renacimiento una novela muy poco conocida sobre la guerra civil, de un autor galante y muy popular antes de 1930, y a quien no se le suponía interés político, el longevo Eduardo Zamacois, la novela -de 1938- es El asedio de Madrid, notable literariamente y plenamente pro-republicana. Pero lo primero que el lector percibe, de fondo, en ese heroico Madrid asediado, es que no hay gobierno republicano, que la República presidida por Manuel Azaña y como jefe de gobierno (duró poco) con José Giral, resulta sólo una estructura externa con muy escaso poder real. Se opuso a que se armara al pueblo, pero la gente recibió armas. Pidieron que no se quemaran iglesias, pero ardieron muchas. La República era moderada y tangencial, para el verdadero y voraz deseo de rabia y muerte de los dos bandos enfrentados sin piedad, uno que buscaba una España república proletaria, y otro que deseaba una España fascista y nacionalcatólica.
Esos lenguajes los encontramos hoy: Irene Montero ve el feminismo como un bloque compacto (el suyo) y las muchas mujeres que lo critican son fachas o mal informadas. No cabe la diversidad. En una entrevista, su cónyuge Pablo Iglesias habla de «fascistas de mierda», el locutor le llama tibiamente al orden, si usted dice «fascistas de mierda», le responderán «rojo de mierda» y ya más que política (que debía ser entenderse) habrá lluvia de insultos. ¿Ahí se detendrá? Abascal y los suyos se empecinan en hacer del catolicismo no una creencia que se acepta o no, sino una parte de su ideología, lo que es viejo y reaccionario. Iglesias -infaltable donde haya contienda- dice que si triunfa el PP o Vox a ambos, él se irá de España. Y muchos (que quieren que se vaya) dicen que esa declaración favorece a Vox. Mal chiste y malo todo. Triunfe quien triunfe nadie tiene que irse, porque democracia es el respeto absoluto de la libertad y la pluralidad en todo. El propio Azaña tuvo miedo del fin de la guerra. Ni perdón ni piedad. ¿Tan poco hemos aprendido de tanto y tanto daño? Alabo una deseada Tercera España -no extremista- en la que caben Podemos y Vox. Pero no pediré el voto para ninguno de los dos.