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Historias de la historia

La República frustrada

Amadeo de Saboya abdicó y las Cortes proclamaron la Primera República Española hace 150 años, el 11 de febrero de 1873

La República frustrada

Alegoría de La Niña Bonita sobre la I República española. | Wikipedia

Amadeo de Saboya, el rey «moderno», anticlerical y demócrata, que habían traído de Italia los revolucionarios de 1868 encabezados por Prim, aguantó dos años en España. Su principal valedor, el general Prim, fue asesinado coincidiendo con su llegada, y se encontró trágicamente solo, vapuleado por la Iglesia, la nobleza, la mayoría de la clase política y la opinión pública más castiza, a la que desagradaba lo extranjero. El hecho de que la reina consorte fuese la princesa María Victoria dal Pozzo della Cisterna dio pie a muchos chistes de mal gusto sobre «la princesa del retrete», que mortificaban especialmente a Amadeo.

El 11 de febrero de 1873, hace ahora 150 años, el Rey se dirigió al Congreso con un sentido mensaje en el que decía que si sus enemigos hubieran sido extranjeros, los habría combatido poniéndose al frente del ejército español, «pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria…». En consecuencia, terminaba el escrito, «estas son las razones, señores diputados, que me mueven a devolver a la Nación la Corona». 

Las Cortes debían autorizar la abdicación según la Constitución vigente, pero no estaban las cosas para andarse con formalidades. Hacía poco que Amadeo y la reina habían sufrido un atentado a trabucazos en la Calle Mayor, de forma que el matrimonio se refugió a mediodía en la embajada de Italia, como si fuesen perseguidos políticos. Al día siguiente se fueron hacia la frontera más cercana, la de Portugal. María Victoria della Cisterna estaba tan afectada por los acontecimientos que no podía andar, la llevaron en una silla de manos hasta el tren. Moriría tres años después, con sólo 29 años de edad, y todos atribuyeron su prematuro final a la constante angustia y padecimiento de los dos años como Reina de España.

Las Cortes habían designado a 14 senadores y diputados para que fuesen a despedir al exrey, pero tampoco los representantes de la soberanía nacional fueron capaces de guardar las formas. Diez de ellos no acudieron a cumplir con su deber de cortesía. Entre los que faltaron se hallaba Ruiz Zorrilla, que hasta ese momento había sido presidente del Gobierno de la monarquía y el mayor defensor de Amadeo.

Mientras el Rey, literalmente, huía, en el Palacio de las Cortes se decidía la forma del Estado. Una turba de republicanos radicales rodeó el edificio amenazando con asaltarlo si no se proclamara inmediatamente la República, y llegó un telegrama de los federalistas catalanes (que querían una República Federal con amplia soberanía para Cataluña) anunciando que se levantarían en armas si no se cumplían sus esperanzas. Un prestigioso líder republicano, Estanislao Figueras, que al día siguiente se iba a convertir en el primer presidente de la República Española, salió al balcón de la Carrera de San Jerónimo a pedir a la multitud que depusiera su actitud violenta, que no hacía falta… Pero sus sensatos ruegos fueron inútiles. Tuvo que disolverla la Milicia Nacional a punta de bayoneta.

«El sol que se levanta»

Este acontecimiento fue como una mancha de nacimiento para el nuevo régimen: la Primera República nació teñida de violencia. Y lo más triste es que, como les decía Figueras a los revoltosos, no hacía falta aquello, toda la clase política presente en las Cortes, incluidos los monárquicos, estaba convencida de que no había otra salida para España que el sistema republicano. Emilio Castelar, el mejor orador parlamentario de la Historia de España, que llevaba diez años reclamando una República, lo expresó en ese momento con uno de sus magníficos discursos:

«Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria».

Cuando a continuación se procedió a la votación, «la conjuración de sociedad, naturaleza e Historia» que advertía Castelar resultó ser realidad: 258 diputados votaron a favor de la República, solamente 32 en contra. Teniendo en cuenta que el número de diputados del Partido Republicano era de 78, está claro que fueron los monárquicos de distintas tendencias quienes trajeron la República. Y esta es una segunda mancha de nacimiento del nuevo régimen, que la mayoría de los que lo apoyaron eran «republicanos circunstanciales», es decir, no eran republicanos por ideología, sino por conveniencia, como mal menor.

Las Cortes designaron presidente del nuevo estado a Estanislao Figueras, un federalista catalán moderado, que formó un gobierno de coalición, como no podía ser de otra forma, con ministros del Partido Republicano y del Partido Radical, que era el partido monárquico liderado por Prim que había traído a Amadeo de Saboya. La unidad duró solamente diez días, la coalición se rompió y los republicanos se quedaron solos. Pero ni siquiera así habría un empeño común, porque los republicanos estaban divididos entre unionistas (partidarios de una República centralizada al estilo de la francesa) y federales (cuyo modelo sería Estados Unidos). Y los federales, a su vez, estaban fuertemente enfrentados entre sí, entre los moderados y los intransigentes o cantonalistas, que querían un socialismo radical y prácticamente la independencia de cada «cantón». Esa sería el tercer y más letal estigma de la Primera República.

Antes de que pasara un mes los catalanes proclamaron el Estat Català, y el presidente Figueras solamente consiguió que sus paisanos echasen marcha atrás disolviendo el Ejército de Cataluña. Era el principio de una serie de puñaladas a la República de los propios republicanos intransigentes, que llevaron al presidente a decir en un Consejo de Ministros: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!».

Un día antes de cumplir los cuatro meses en el cargo, el 11 de junio de 1873, Figueras dimitió como presidente de la República e inmediatamente salió huyendo a Francia. Es curioso que imitara a Amadeo en su ‘espantá’ y por idéntica razón: el miedo del jefe del Estado a ser asesinado. O sea, que no había mejorado nada la situación con la República, todo seguía igual o peor, porque estallaría una nueva guerra civil, la Rebelión Cantonalista. En los siguientes siete meses se sucedieron tres presidentes, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. Todos eran personas de enorme valía, inteligencias brillantes, hombres honestos, pero ninguno fue capaz de gobernar a la República Española.

La Primera República no llegó a cumplir un año de vida, diez meses y tres semanas después de su proclamación sería disuelta por la entrada en las Cortes de las tropas del general Pavía. Pero eso es ya otra historia.

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