Restaurante Terracota: el sabor del tiempo en la mesa de Plaza de España
Tras la clausura del célebre Club Allard, el local no ha perdido su alma, pero sí ha cambiado de piel

Sala del restaurante Terracota Plaza de España.
Hay lugares donde uno no entra solo a comer, sino a demorarse. Espacios que invitan al sosiego, a dejarse llevar por los sentidos y, por qué no, a celebrar que el tiempo —cuando se acompaña de buena cocina y buena conversación— puede ser el más preciado de los lujos. El restaurante Terracota Plaza de España, alojado en la primera planta de la majestuosa Casa Gallardo, a escasos pasos de Plaza de España, es uno de esos rincones donde la ciudad parece susurrar en voz baja y la mesa se convierte en refugio.
Tras la clausura del célebre Club Allard, el local no ha perdido su alma, pero sí ha cambiado de piel. Un nuevo equipo ha tomado las riendas con la determinación de ofrecer una propuesta que rehúye el oropel de la alta gastronomía al uso para abrazar una elegancia más cálida, más honesta, donde la cocina de autor dialoga con la tradición sin caer en la nostalgia. Aquí no se viene a hacer fotos del plato, sino a saborear lo que hay en él.
Una carta que respira memoria y mirada
La nueva carta de Terracota Plaza de España es como una conversación entre generaciones: recoge lo mejor de la cocina española y lo reinterpreta con sensibilidad contemporánea. Las croquetas de chipirón en su tinta son puro homenaje a las mesas de infancia, mientras que el säam de papada ibérica glaseada con piña se permite el lujo de lo inesperado. Hay arroces negros con calamar que huelen a litoral, puerros asados que se visten de gala con langostinos, y tartares que acarician la carne con mimo y maduración justa.

En los platos principales, la cocina se vuelve más pausada, más reflexiva. La carrillera glaseada parece haber sido cocinada con paciencia de otro tiempo, mientras que la merluza o la corvina, en manos del chef, se alejan de lo predecible sin perder su esencia. El final dulce —ese instante en el que el apetito cede paso al puro placer— no decepciona: la tarta de queso horneada y el lingote de chocolate negro son el tipo de postres que hacen que uno se quede un rato más, aunque solo sea para ver desaparecer lentamente la última cucharada.
El lujo de no tener que aparentar
Terracota Plaza de España ha entendido algo que muchos otros no: que el verdadero lujo ya no reside en lo inaccesible, sino en lo sincero. Por eso, su propuesta se mantiene en un rango de precios comedido (unos 45-55 euros por persona), demostrando que la alta cocina no tiene por qué vestirse siempre de gala ni llegar con fanfarria. Aquí, el mantel puede ser discreto, pero la experiencia, inolvidable.
Y si uno quiere brindar, la coctelería también tiene algo que decir. Desde reinterpretaciones audaces de clásicos —como un negroni con toques ahumados— hasta combinaciones botánicas que invocan la sierra madrileña, la barra de Terracota Plaza de España habla el lenguaje del sabor con fluidez y acento propio. La carta de vinos, en constante evolución, viaja entre lo conocido y lo que está por descubrir, con espacio para ecológicos, autorales y etiquetas que se escapan de las rutas trilladas.
Arquitectura que acoge, historia que envuelve
Pocas veces la arquitectura abraza tanto como en este restaurante. La Casa Gallardo, joya modernista que asoma con dignidad al bullicio de la ciudad, aporta no solo un marco majestuoso sino también una atmósfera única. El interior, renovado con gusto y sin estridencias, logra ese equilibrio difícil entre lo señorial y lo acogedor. Techos altos, luz natural, detalles que cuentan cosas. Terracota Plaza de España no necesita levantar la voz: su belleza es serena, su encanto, persistente.
Un lugar para quedarse (o volver)
Con salones privados que llevan nombre de artistas —Picasso, Goya, Dalí— y un equipo atento sin ser invasivo, Terracota Plaza de España se presta a lo íntimo y a lo celebrado, a los acuerdos discretos y a las cenas que empiezan a la hora del crepúsculo y terminan con las copas ya vacías. No es raro que uno salga de allí con la sensación de haber encontrado un secreto compartido, un rincón que será difícil no recomendar pero también difícil de olvidar.
Terracota Plaza de España no se impone. Se queda. Y eso, en una ciudad como Madrid, no es poco.