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Cultura

No es Halloween, son Todos los Santos

Este asunto viene de más lejos. Mucho más. Desde los tiempos de las brumas celtas. Desde los tiempos en los que se fundía lo real y lo irreal

No es Halloween, son Todos los Santos

Divulgando que es historia

Leí en una ocasión que los moradores de una aldea serbia vivían atemorizados porque un muerto, el antiguo molinero del pueblo, ha vuelto en forma de vampiro. Y hay muertos de manera violenta. Y todo es colocar crucifijos por doquier y adornar de ajos ventanas, dormitorios, o llevarlos en los bolsillos. Como no pudo ser de otra manera, recordé mi estancia en Serbia, y cómo en algunos lugares el miedo al vampiro es, hoy en día, una realidad que ni siquiera la cruel guerra pudo desbaratar.

Esto viene al hecho de que, sin darnos cuenta por este calor tardío, este veroño que hemos disfrutado, estamos sin embargo entrando en tiempos oscuros. Porque eso es Halloween. Al menos en sus inicios celtas. Ni siquiera ese término es demasiado antiguo para los espacios temporales de la Historia, pues se empieza a utilizar por vez primera en el siglo XVI como variación de una expresión inglesa que significa «Víspera de Todos los Santos».

Pero este asunto viene de más lejos. Mucho más. Desde los tiempos de las brumas celtas. Desde los tiempos en los que se fundía lo real y lo irreal. En aquel entonces la fiesta se llamaba Samhain, que significa «final de verano». Hay quien dice, sin embargo, que los crueles druidas, sacerdotes celtas, servían entre otros a Samhain, dios de la muerte, y que celebraban su festividad en la noche del 31 de octubre.

Sea como fuere, lo cierto es que esta noche de Samhain suponía para los celtas un evento importante, pues se celebraba el fin de las cosechas y el inicio del Año Nuevo, que comenzaba con la estación oscura. Como esta noche del domingo, en que la hora se cambia y la noche se hace más presente. ¿Ven Vds. cómo tenía razón cuando les decía al principio que se aproximan tiempos oscuros?

Los celtas, de la mano de sus druidas, creían que con la llegada del Samhain se estrechaba la línea que separa a este mundo… del otro, y que los espíritus (los buenos, pero también los malos) podían atravesarla. Para ahuyentarlos se tocaban con cabezas y se vestían con las pieles de animales (de ahí parece ser la costumbrita de disfrazarse en nuestros días), mientras que los druidas celebraban sacrificios, algunos dicen que, incluso, humanos.

La parafernalia festiva de las calabazas decoradas y el «truco o trato» que hoy vemos hasta el aburrimiento en las películas yanquis viene precisamente de esta lucha con los espíritus. ¡Con los malos, claro!

Dicen que uno de los peores espíritus deambulaba por las aldeas pidiendo eso, «truco o trato», y que había que pactar con él costase lo que costase, pues, de lo contrario, usaría sus poderes para realizar un truco que no era otro que maldecir a la casa y a la familia moradora con toda suerte de calamidades.

Este espíritu era Jack o´lantern (Juanito, el de la linterna), que en vida había conseguido engañar por dos veces al mismísimo Diablo que había acudido a la Tierra para llevárselo al inframundo. Una, convenciéndole de que se convirtiera en moneda para pagar unas copas, y metiéndosela luego en el bolsillo donde tenía un crucifijo de plata: el diablo no pudo salir hasta que pactó que, a cambio de su libertad, no le molestase durante un año. Y la segunda, al término del año cuando volvió en su busca, pidiéndole como último deseo que le alcanzase una manzana que estaba en lo más alto de un árbol. Cuando el diablo se encaramó, Jack talló una cruz en el tronco, convirtiéndole nuevamente en prisionero. El pacto esta vez fue de diez años sin molestarle y que nunca reclamase su alma para el infierno.

Pero Jack murió antes de ese plazo, y cuando subió al Cielo no le dejaron entrar por sus muchos pecados. Pero en el Infierno tampoco, pues había engañado al diablo, que le condenó a vagar por los helados espacios entre el Cielo y el Infierno, con un nabo hueco en el que ardía un trozo de carbón para que le diera luz en su eterno vagar

Lo de la calabaza viene de cuando los irlandeses llegaron a Norteamérica y se dieron cuenta de que había más calabazas que nabos, cambiando el fruto de manera práctica. Por eso hoy son estas cucurbitáceas las que se decoran y ahuecan colocando en su interior velas encendidas. 

Hay otra versión más piadosa del «truco o trato», que la coloca en una costumbre de la Europa del siglo IX: el día 2 de noviembre, los cristianos iban mendigando «pasteles de difuntos» (trozos de pan con pasas). Cuantos más recibiesen, mayor número de oraciones rezaban a favor de las almas de los parientes difuntos de sus benefactores para lograr su rápido ingreso en el Cielo. Pues se creía que las almas tenían que pasar una temporadita en el limbo antes de entrar en el Cielo, y que con oraciones se lograba impulsar su ingreso en el club celestial.

Pero Halloween no iba a escapar de la manía católica de convertir las fiestas paganas en fiestas católicas (Navidad por Saturnales; San Valentín por Lupercales; San Juan Bautista por el día del dios sol, etc.). Así, Bonifacio IV, allá por mediados del cuarto siglo de nuestra era, consagró el Panteón de Agripa al culto de «la Virgen y los mártires», estableciendo el día 13 de mayo para tal culto. Pero Gregorio III (731-741) la cambia al 1 de noviembre ante la conversión de pueblos paganos que no están por la labor de renunciar fácilmente a sus costumbres, creencias y tradiciones. Se pensaba que, al hacerlas coincidir, dicha tarea les sería más fácil.

Ya ven, ni paganos ni cristianos han conseguido mantener el sentido de la celebración. Hoy el marketing americano lo ha convertido en una fiesta sin sentido, carnavalesca, casi diría grotesca. En otros tiempos, a mi entender mejores, al menos en lo cultural, por estas fechas se representaba en España Don Juan Tenorio. O leíamos las Leyendas siempre terroríficas de Bécquer. Yo, por si acaso, procuraré trancar la puerta esta noche, y si tengo que salir llevaré un crucifijo de plata en un bolsillo, un ajo en el otro, y miraré, de reojo, por si veo al Comendador, o a un conde transilvano. O atisbo una débil y titilante luz en lontananza, no fuera a ser de la linterna de Jack. Qué quieren que les diga. Hasta en esto hay que ser románticos. ¡Y mal rayo le parta!

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