Belén López Peiró, cuando la literatura redime antes que la justicia
La escritora argentina, que denunció en 2014 los abusos sexuales de su tío y lo narró en 2018 en ‘Por qué volvías cada verano’, regresa tras el éxito de aquella primera novela con ‘Donde no hago pie’, una crónica judicial de su propio proceso legal aún sin sentencia
«De chica le decía tío. Cuando escribo lo llamo por su primer nombre, le digo Claudio. Para la fuerza es el comisario. En la justicia: ACUSADO. Yo ahora no sé cómo nombrarlo». La voz de Belén López Peiró irrumpe firme y descarnada en su segunda novela, Donde no hago pie (Lumen). Atrás queda el murmullo, el ruido, las otras voces que contribuyeron a escribir Por qué volvías cada verano (Las Afueras), la novela con la que la argentina se dio a conocer en 2018 con un suceso tan íntimo y personal como los abusos que sufrió durante su adolescencia por parte de su tío y las consecuencias que aquello tuvo en su propio entorno familiar y social.
Aquel relato, que empezó más como un ejercicio en un taller literario, acabó explotándole en las manos. «De pronto me di cuenta de que lo que empezó siendo una forma de catarsis o de narrar algo que para mí había sido muy doloroso y que cuando volcaba en una hoja se volvía más liviano, podía transformarse en una obra literaria –recuerda recién aterrizada en Madrid-. Publicar la novela era como si gritara en voz alta lo que había vivido cuando, durante tantos años, lo había mantenido en silencio. Si bien había hecho la denuncia penal en 2014, era algo del orden de lo privado. Lo sabían mi padre, mi madre, mi hermano y mis tres amigas, pero yo todavía sentía vergüenza por lo que había vivido, sentía que eso me dañaba como mujer, dejaba huellas imborrables en mí. Por qué volvías… me cambió la vida en ese sentido, por un lado me abrió un carrera profesional y, por otro, transformó un evento privado en una lucha colectiva».
El abuso narrado en otras voces
En lo literario, López Peiró recurría entonces a la no ficción con una voz polifónica que raspaba las entrañas por la crudeza de lo que narra. Y escribía aquella primera vez: «No te calientes, que su hombría se derrumba cada vez que sentás el culo y escribís. Deshacelo con palabras, acabalo en un punto y garchátelo entre comas. Así sin más. Sin más pena, sin más dolor, sin más de vos».
«Yo creo que en mi caso trabajé con dos vías que se entrecruzan –analiza hoy, desde la distancia y la perspectiva-. Por un lado todo lo que tiene que ver con la tradición de la no ficción en Argentina, con Rodolfo Walsh a la cabeza, pensando en la no ficción como un género de denuncia que viene a poner voz a un silencio que se desplaza y deja hablar a otras personas, dar otros testimonios. Pero también asociada a esa narrativa íntima, la polifonía, que trabaja con la propiedad dialógica de la palabra, en la que lo que decimos es una respuesta o una antesala a un próximo discurso. Nunca es nuestra palabra aislada».
«No te calientes, que su hombría se derrumba cada vez que sentás el culo y escribís. Deshacelo con palabras, acabalo en un punto y garchátelo entre comas. Así sin más. Sin más pena, sin más dolor, sin más de vos»
«Escribir así no solamente me permitía desligarme de mí misma sino también complejizar el abuso –continúa-. Porque si yo narraba aquello en una primera persona iba a tener un problema. El abuso no es solamente el hecho en sí y no sucede solamente entre la víctima y el victimario, mucho más cuando son situaciones intrafamiliares donde suele estar silenciado y oculto, sino que es algo muy denso y muy complejo de desarmar. Y creo que la distancia con los hechos se generó particularmente cuando entendí que lo que importaba no era mi historia, sino lo que yo podía hacer con la literatura».
La literatura, por ejemplo, le permitió poner el foco en el entorno como parte activa del problema. «El abuso tiene un contexto que lo hace posible –admite en ese sentido–. Por lo general siempre hay personas involucradas que miran hacia otro lado o no prestan demasiada atención a las relaciones de poder y a las situaciones de las menores de edad. En la familia, o en el caso de mi familia particular, cuando tienes una persona que tiene carisma, que es amoroso, eso a veces oculta todo lo demás. Ese contexto a veces permite, sin desearlo a propósito, este abuso y no solamente lo propicia sino que después favorece el silencio. Hay un montón de palabras, un montón de estereotipos y de maneras de juzgar que tiene que ver con un entorno que silencia a las personas que quieren hablar».
Apropiarse de nuevo de la palabra
Pero López Peiró habla, escribe, declara, vuelve a escribir. Con otra perspectiva, en Donde no hago pie la escritora recupera su primera voz, a veces ronca, a veces con el agotamiento crónico de quien lleva ocho años pendiente de una sentencia que aún no acaba de llegar, pero inclemente. «En Por qué volvías cada verano las voces ajenas me invadían mucho más que la propia. Empezaba a escribir y me atormentaban las voces de mi tía, de mi prima, de mi tío, de mi hermano, de mi madre, del abogado, de la ginecóloga… Tenía un murmullo tan fuerte que sentía que no tenía la suficiente fuerza o poder para seguir adelante y escribir. En cambio, en Donde no hago pie sentí que esa voz ya era lo suficientemente fuerte para poder empezar a contar la historia. Intenté seguir con la polifonía pero me di cuenta de que ya no era necesario. Lo cual era difícil porque tomar la propia voz tiene que ver con apropiarse mucho de la palabra».
«Creer que el abuso termina cuando termina la violencia es negar lo que viene después, y esta novela tiene que ver con todo esto que muchas veces queda fuera de la historia»
Esta única voz, su voz, recorre ahora los entresijos judiciales, tras el anuncio de la Fiscalía de elevar su denuncia por abuso a juicio, y desenmaraña entre sus páginas los diferentes pasos y procedimientos, las estrategias legales, los recuerdos, los callejones sin salida en un laberinto que parece no tener fin y que le atormenta una y otra vez con revivir y cuestionar cada palabra. Tiene que ver, señala, con cómo construir un camino judicial, «de qué manera tejer redes para no quedarme sola, qué sucede en el cuerpo de aquellas que denuncian y cómo después de tantos años mi versión de reparación puede ser diferente a la judicial. Para mí el abuso fue un momento de mi vida, el tema es lo que pasó después. Creer que el abuso termina cuando termina la violencia es negar lo que viene después, y esta novela tiene que ver con todo esto que muchas veces queda fuera de la historia», opina.
Una historia que eso sí, le supuso un gran desafío «porque en la mayoría de libros que había leído en relación a juicio por jurado la víctima estaba muerta», señala la escritora que cita, por ejemplo, El adversario de Emmanuel Carrère, la serie de O. J. Simpson, Matar un ruiseñor, de Harper Lee o Laetetia o el fin de los hombres, de Ivan Jablonka. «En todas esas historias, las víctimas que en teoría deberían haber presenciado esos juicios por jurado estaban muertas y me pareció que era urgente y necesario saber cuál era la mirada de una mujer que había denunciado, cómo sería atravesar ese procedimiento en estas condiciones. Quise que fuera un registro legal de todas las audiencias que hay que pasar, narradas desde mi voz».
La losa de ser la «víctima»
Empezando por cuestionar las palabras. Llamarlas víctimas escribía en su primera novela «es convencerlas de que les cagaron la vida, de que su historia empieza y termina ahí, con el tipo adentro». «Es importante intentar empezar a buscar un lenguaje que nos nombre de alguna manera –matiza ahora-. Las palabras víctimas y victimarios son palabras más asociadas a la justicia. Yo recuerdo que la primera vez que me llamaron así fue en un tribunal. Lo que había podido decir hasta el momento es que me había pasado algo con mi tío, no lo podía nombrar del todo porque no entendía bien qué era lo que había pasado», reflexiona.
«Después caí en la cuenta de que aquello que me decían en la justicia de que era víctima tenía un estereotipo muy pesado detrás. Se adueñaba de mí. Porque cuando eres víctima siempre eres víctima de otra persona. Y de alguna manera eso te hace dependiente de él. Además de todo lo que tiene que ver con los estereotipos alrededor de la víctima, esto de que no tienen deseo sexual, que están locas, que imaginan, que son exageradas… Hay un montón de nociones que recaen en ella que no sucede lo mismo con el victimario. Para empezar no hay casi audiencias o declaraciones de un acusado en comparación con la víctima, son muy reducidas».
«La mayoría de los procesos deben ser difíciles pero en los casos de la violencia sexual hay una mirada mucho más juzgadora, desafiante y agresiva hacia la víctima»
Cuestiones como cómo debe vestir una víctima -«que solo sepan que soy una buena víctima, que yo no deseo, no cojo, no salgo, no bailo, no pido, no debo, no marcho, no grito, no muerdo», escribe- que plantea en Donde no hago pie y que la escritora, recuerda, ya estaban ahí cuando en 2014 decidió denunciar por primera vez. «Después con los años se volvió aún peor porque si pensaba, por ejemplo, en la posibilidad de tener que declarar ante el juez y ante un jurado, me planteaba: ¿Y si no lloro? Porque ya pasó mucho tiempo, pasaron más de 8 o 9 años. Yo no soy la misma que cuando denuncié, y estoy parada desde otro lugar».
«Y me planteaba cómo debería comportarme –añade-, si llevar o no el pañuelo verde en la mochila –que en Argentina muestra el apoyo al aborto legal-, si hacer saber o no si soy feminista, si decido lucir escote, si decido lucir una falda corta… Qué cosas pondrían el ojo en mí, en la culpa, por qué tener que seguir o hacer de santa cuando no debería importar lo que seas o no seas, cómo te comportes o no, la agresión está ahí pero la mirada está siempre sobre nosotras. Y, sin embargo, para mí eso siempre fue un conflicto, cada vez que iba a una audiencia: de qué manera voy, de qué manera estoy, qué tengo que demostrar o no. La mayoría de los procesos deben ser difíciles pero en los casos de la violencia sexual hay una mirada mucho más juzgadora, desafiante y agresiva hacia la víctima».
Ocho años sin sentencia
Ocho años después, su causa sigue sin sentencia. «Y siendo de un pueblo pequeño –condena-. Es mucha la impunidad». En Donde no hago pie, como en la vida, tampoco alcanzamos a ver el final de este proceso judicial que sigue hoy pendiente. «Cuando empecé a escribir ese libro con mi editora pensábamos que el libro iba a terminar con una sentencia –confiesa-. Pero pasaron los años y me di cuenta que la pregunta no era la misma, yo ya no buscaba una sentencia. De pronto en el camino me encontré con que eso ya no era lo importante, lo que importaba era poder empezar a preguntar a la justicia argentina, la justicia latinoamericana y la justicia, en sí, patriarcal, cuestiones como qué nos ofrece pero también qué es reparación para nosotras, por qué denunciar y hasta dónde estoy dispuesta a llegar».
Sin embargo, la demora en este tipo de procesos, a veces puede llegar a revictimizar a la denuciante. «Lo que termina de suceder es que al final parece que la que está en libertad condicional es la que denuncia. Ahora vuelvo a Madrid después de 7 años, la primera vez que vine fue en 2014 que vine a hacer una pasantía a un diario, y me acuerdo de que estaba acá y a los seis meses me llamaron para declarar. Yo tenía muchas ganas de quedarme y, sin embargo, tuve que volver para seguir con esta causa. Y a partir de ahí me di cuenta de que si bien yo había denunciado para hacer un proceso legal y que el responsable pueda tener algún tipo de consecuencia, la que de verdad estaba teniendo consecuencias en su vida era yo. Porque yo no era cien por cien libre, porque tenía que estar ahí para declarar, porque tenía que ser yo la que iba a las audiencias y llevarlo adelante, solo con 21 años». López Peiró se lo piensa un momento y añade: «Y bueno, nada, esos son los hechos».
Nunca más sola
Periodista, además de escritora, desde que publicó su primera novela muchas mujeres se le acercaran para hablarle de sus experiencias. Pero ella, confiesa, lo tiene claro: «Lo mejor que di hasta ahora son los libros». Es entonces cuando, sin que llegue a formularse, una pregunta planea por el aire. ¿Mereció la pena denunciar? «Después de estos ocho años, casi nueve, con todo lo que tuve que atravesar, yo sería incapaz de aconsejarle a alguien que vaya a denunciar si la justicia sigue como está ahora. Porque además necesitas tener en cuenta el coste económico y el coste emocional. Cuando yo tomé la decisión ni si quiera sabía lo que se me venía por delante, fui medio a ciegas. A mí lo que me gusta es dar toda la información que no está, que no se lee y que no aparece. Si después de leer eso se opta por denunciar lo celebro, pero no ir de nuevas como entregadas a algo que nos puede hacer daño sin saber las consecuencias que puede tener en nosotras», aconseja.
«Después de estos ocho años, casi nueve, con todo lo que tuve que atravesar, yo sería incapaz de aconsejarle a alguien que vaya a denunciar si la justicia sigue como está ahora (…) necesitas tener en cuenta el coste económico y el coste emocional»
En este sentido, celebra el resurgir del movimiento feminista y la importancia del 8M. «Cuando hice la denuncia en 2014 me sentía muy sola. Tenía 21 años, entré al tribunal sola y sentía que lo que había vivido me había pasado solo a mí. Después, en junio de 2015, cuando vi a todas las personas que estaban saliendo a la calle denunciando los feminicidios de amigas o conocidas con carteles de basta de violaciones, de abuso y de acoso callejero, sentí que no estaba tan sola. Creo que el ‘ni una menos’ dio pie a que el bozal que teníamos y la vergüenza que sentíamos de una vez se terminara. Ahora cada vez que tenemos una conversación o una reunión hay mujeres que se animan a participar, amigas que se animan a contar y también cada vez somos más las mujeres que se animan a acompañar. Creo que fue el mayor cambio y llegó a la política. En Argentina se aprobó la ley del aborto y se creó el ministerio de género. Todavía quedan muchas cosas por hacer pero eso también nos marcó a todas», celebra.
¿Y ahora? «La pregunta que me hago ahora es cómo se sigue. Porque para mí Por qué volvías… fue el inicio de mi carrera en la literatura y Donde no hago pie es la confirmación, agregándome nuevos desafíos, cruzando géneros, la crónica judicial, la crónica de mi infancia, complejizando mi primer trabajo. Y ahora la intención es ver qué pasa si no hablo del abuso. Hace ya un año que intento escribir otra historia, ver qué pasa con eso, que lo demás siga pero ver de qué manera puedo abrir otras instancias de mí porque, así como el tema del abuso fue el punto de partida para iniciar mi carrera en la literatura, que no todo termine ahí», desea.