Eloy Fernández Porta: «Ahora hay más casos de ansiedad que antes pero sobre todo es porque se reconocen como tales»
‘Los brotes negros’ es el diario de un ensayista que llora, las cartas de un paciente a su psicóloga en busca de mayor autoconciencia y una fotografía de profunda intimidad
El reconocido ensayista barcelonés Eloy Fernández Porta (1974) vuelve a la carga con su tradicional editorial para presentar Los brotes negros: en los picos de ansiedad (Anagrama, 2022). Se trata de un texto biográfico, a medio camino entre la correspondencia y el diario, en el que explora su propio trastorno de ansiedad tanto como los efectos de la ruptura afectiva, las edades en la trayectoria del intelectual o la vida precarizada de los agentes culturales.
Es probable que ya conociesen a Fernández Porta por sus bandas de spoken word o, especialmente, por reconocidos ensayos como Afterpop, Homo Sampler, €ro$ (Premio Anagrama de Ensayo) o más recientemente Las aventuras de Genitalia y Normativa. Quienes esperen encontrar al Eloy que ejerce de instructivo profesor que repasa historia de la literatura o de la estética deconstruyendo taxonomías serán los más sorprendidos frente a un texto que los guiará para pensar en el dolor de los demás.
Tal vez, si hubiera estado mentalizado para tratar con un texto de autoficción, mis mecanismos defensivos cerebrales me hubieran preparado para la lectura. Así que la sorpresa visceral del texto poco a poco se convierte en un trago amargo de densa lejía, las similitudes inesperadas hacen que la evocación de sus lágrimas inunden mis lacrimales. La adicción de los autónomos al trabajo, los amigos bloqueados por la ansiedad, esos pequeños ritos nocivos de la masculinidad para mantener la imagen espectral de un amor desaparecido, la cuenta atrás en forma de dependencia para volver a tomar la medicación… uno a uno repasa todos mis eslabones rotos.
Hay otros numerosos elementos muy interesantes que atraviesan el texto más allá del tema de la ansiedad: la vida en el centro de Barcelona afectada por los tráficos internacionales de droga que transforma a los vecinos en potenciales consumidores frente al tendero pakistaní —que, a su vez, me recordaba al periplo barcelonés de Reindeerspotting: Escape from Santaland (Joonas Neuvonen, 2010)—, los tráficos internacionales moleculares que transforman las nuevas masculinidades por la gestión de la erección que debe hacerse frente a los antidepresivos, la falta de referentes para los varones en la posición de los cuidados, el modo en que los agentes culturales nos explotamos los unos a los otros o incluso las mutaciones del afecto en público tras la pandemia.
«A lo largo del proceso de escritura pasé por distintas fases: empezó como una serie de notas redactadas en el contexto de una terapia conductista y que después fue creciendo siguiendo los ritmos físicos que describo»
La primera pregunta obvia es respecto a la muerte del método. Algunos autores más metódicos, como es el caso, procuran profundizar en los géneros y la tradición de los temas sobre los que van a escribir, sin embargo durante la lectura ya nos confiesa que este es un texto al que se ha abalanzado de cabeza: «A lo largo del proceso de escritura pasé por distintas fases: empezó como una serie de notas redactadas en el contexto de una terapia conductista y que después fue creciendo siguiendo los ritmos físicos que describo. En ocasiones tenía efectos catárticos, en otras reducía los ataques de ansiedad más centrífugos, otras en las que estaba muy rabioso que es una fuerza más centrípeta».
Comento que hay muchas novelas que tratan el tema de la ansiedad pero que cuentan con un paratexto que ayuda a disimular, lubricar o mentir. Aquí se muestra el autor sin filtros, no sé si exponer la debilidad así ha sido difícil frente al arquetipo del impasible ensayista o, si de algún modo más feminista, ha servido para empoderarse: «Mientras escribía las partes más duras en las que explico cómo pierdo el control del cuerpo andando por la calle lo vivía como una exposición realista, como un tipo de verdad que debía poner sobre la mesa que ya había insinuado en otros textos. Este es el primer libro redactado sin recopilar bibliografía y sin especializarme en el género de la autobiografía». Apunto que tal vez ha sido algo bueno para generar este texto que resulta híbrido de varios modos.
Sobre la exposición de la masculinidad y el llanto añade: «Ya en En la confidencia hay un fragmento escrito desde la perspectiva de los estudios de las nuevas masculinidades. Pero en aquel entonces no tenía esos ataques. Como el comentario técnico sobre ese asunto ya lo había hecho decidí centrarme en la parte más física, en cambios corporales de la dolencia o la medicación».
De nuevo expongo las debilidades del asunto. Sus otros ensayos tienen una larga vida en la que son citados en distintos rangos de comunicaciones e incluso sampleados. Aquí se presenta la tesitura sobre cómo hablar y citar del dolor de los demás: «Los libros perviven gracias a extractos y referencias. Mientras escribía me daba cuenta que había ciertas frases que serán un asalto a la memoria del lector. En algunos textos de violencia extrema se me hace imposible olvidar algunas frases. Será más cruda la relación con el lector que a lo mejor percibe éste como un punto negro respecto a libros anteriores».
«El libro empezó en una terapia conductista que ayudaba de algunos modos pero a lo largo del proceso me sentía abandonado a la deriva de la medicación»
En su texto me ha parecido encontrar dos callejones sin salida más o menos explícitos, el primero de ellos el techo del conductismo que proporciona herramientas de segunda o tercera generación para modificar el hilo de pensamientos pero, al fin y al cabo, es incapaz de generar cambios en el exterior. «El libro empezó en una terapia conductista que ayudaba de algunos modos pero a lo largo del proceso me sentía abandonado a la deriva de la medicación. ¿Funcionará bien la nueva pastilla? ¿Será horrible la transición? Una parte de mi identidad quedaba reducida a intentar minimizar el dolor físico, ya que no podía evitarlo, mientras me encomendaba a los dioses de las farmacéuticas».
Por otra parte entre los callejones sin salida también figura la separación posmoderna entre mente y biocuerpo que funcionan teóricamente pero resulta poco integradora: «una imagen central en este proceso es el de mi cabeza como un enorme limón que exprimir. Llegó un momento de explotación y autoexplotación en que el limón quedó exprimido. Esa es una idea que tengo desde que era niño, hay muchos ejemplos de personajes literarios a los que les sucede. Es mi modo personal de vivir el sentimiento de tragedia y destino aciago contra el que no puedo hacer nada».
Voy a la última pregunta doble que, en realidad, se resume en si serán algunos de estos problemas patrimonio del agente cultural de izquierdas. La versión larga es que saco el tema porque en el texto se menciona el prejuicio izquierdista contra la medicación alienante tanto como la sublimación de valores supremos a través de ideologías estéticas de las que se burlan los acceleracionistas en redes. «Por experiencia personal conozco más las contradicciones de la izquierda de manera que en algunos momentos las tengo más presentes. Cuando hablamos de la precariedad cultural oigo las mismas historias para no dormir cuando trabajan con medios de un color o del otro».
Añade, eso sí, que parte del salario del medio de izquierdas puede ser el trabajar por una causa común, algo que explica perfectamente en el texto: «En la lógica neoliberal la precariedad es un lamentable accidente que puede ser superado con un ejercicio de voluntarismo; en la anticapitalista, es una condición moral, pues en los espacios contraculturales, donde el dinero escasea, pedir condiciones dignas de trabajo es de malos militantes». Le explico ya tomándomelo a broma la ocasión en que un medio de izquierda, como excusa para pagar la mitad, apuntó que ellos sí valoraban mi beligerancia.
«Que ahora hay más casos que antes es evidente pero, para matizarlo, no creo que se den tantísimos más sino que se reconocen como tales. Antes era estrés, tengo un pico de trabajo o estaré mejor en un par de semanas»
En el libro hay un momento de llanto en una plaza dura en el que la reacción de los transeúntes se ve modificada por el miedo al virus COVID-19. Le pregunto para despedirnos si cree que los problemas de ansiedad han aumentado durante la pandemia y su respuesta ilumina varios puntos: «Los testimonios que he encontrado no confirman que la gestión geopolítica de la ansiedad haya sido fuente de ansiedad en todos los casos. Hay gente creativa que se pasó el confinamiento escribiendo, pintando y con estabilidad mental. El factor principal es que en los últimos años de han generalizado los discursos y los testimonios de dolencias mentales en general, de ansiedad en particular. Que ahora hay más casos que antes es evidente pero, para matizarlo, no creo que se den tantísimos más sino que se reconocen como tales. Antes era estrés, tengo un pico de trabajo o estaré mejor en un par de semanas. Lo mismo sucede con el tema del cáncer, en la generación de nuestros bisabuelos decían que se morían de viejos pero en realidad morían de una combinación de enfermedades entre las que estaba el cáncer aunque no estaba diagnosticado».
Añade sobre el asunto de la ansiedad mediatizada: «Hay una serie de protocolos médicos cuya prioridad es prevenir las situaciones de agresividad. El médico encuentra un paciente con momentos de desesperación y, preocupado, le pautan una medicación para prevenir la violencia contra otros o contra sí mismo. Eso explica que los ansiolíticos se receten cada vez más en un país que es el líder europeo en su consumo».