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Linda Boström y la inerte oscuridad del electrochoque

La escritora sueca Linda Boström construye en ‘Niña de octubre’ una autoficción sobre sus periodos en un centro psiquiátrico y la terapia electroconvulsiva a la que la sometieron en contra de su voluntad

Linda Boström y la inerte oscuridad del electrochoque

Ilustración de la portada del libro 'Niña de octubre' de Linda Boström | Gatopardo Ediciones

«Voy a decir algo importante: no tengáis miedo. Todo aquello que me ha asustado de verdad ha ocurrido. Por eso os digo: no tengáis miedo». Cuando la escritora sueca Linda Boström escribió estas palabras ya había salido y entrado infinidad de veces de un centro psiquiátrico sueco. Madre de cuatro niños, se había separado del también escritor Karl Ove Knausgård y había sido sometida, contra su voluntad, a terapia electroconvulsiva. «Solo puedo decir que estuve allí durante varios periodos de diversa duración entre 2013 y 2017, y que sometieron mi cerebro a tal cantidad de corriente que estaban seguros de que no sería capaz de escribir esto».

Hija de una actriz sueca y de un padre bipolar y alcohólico, en Niña de octubre (Gatopardo) Boström reconstruye a modo de autoficción aquel periodo de su vida, entre cuyos recuerdos salpica la evocación de su infancia, su maternidad y los últimos días de su matrimonio. Un intenso relato donde las palabras que transforman y devuelven la realidad se estiran como una cuerda o una red protectora en un acantilado. «Te tomaban la tensión mientras la enfermera fijaba los electrodos en la parte superior del pecho y en la frente –rememora sobre el lugar que ella apoda como ‘la fábrica’–. Luego venía el alumno con el oxígeno que aspirabas para oxigenar el cerebro. El anestesista te decía que pronto te habrías dormido y entonces te inyectaban el frío somnífero en la sangre a través de la vía a tal efecto preparada. Era como beber oscuridad».

Portada de ‘Niña de octubre’ de Linda Boström vía Gatopardo Ediciones

Una escritora sin memoria

Y en medio de aquellas tinieblas, suelta un dato: Suecia es el país que más terapias de electrochoque aplica per capita en todo el mundo. A pesar de estar prohibido en varios estados de Estados Unidos o Italia, por ejemplo, y a pesar de que en países como Holanda y Alemania apenas se utiliza, para los médicos suecos, repite varias veces, aquella terapia era simplemente como reiniciar un ordenador. On y Off. Y vuelta a empezar. «Que luego hubiera grandes fracciones de tiempo que yo no recordaba no le importaba a nadie», advierte con cierta desesperación entre estas páginas en las que lucha contra su propio olvido.

«Yo era escritora en ese momento –reflexiona su personaje en Niña de octubre-. Una profesión pésima. Ningún alivio. Ningún consuelo. Ningún descanso. Ninguna alegría. Solo vivos recuerdos del lugar en el que escribí, fantasías y palabras que a veces daban en el clavo. Escribía tan de tarde en tarde que era ridículo llamarme escritora, pero en cualquier caso eso era lo que hacía».  ¿Y qué iba a hacer una escritora sin memoria?, cuenta que le preguntó a su médico.

«Entonces me miró por primera vez y me dijo que los recuerdos vuelven –responde–. Siempre vuelven. Tarde o temprano. Quizás no todos, seguro que no todos, pero es difícil, si no imposible, encontrar un tratamiento sin efectos secundarios de ningún tipo, como seguramente comprenderás. Siempre puedes inventarlos. Eso es lo que hacen los escritores, ¿no?». Cierto es que Boström se maneja bien entre la ficción y la realidad. Ya en su anterior novela, Bienvenidos a América (también en Gatopardo), encontraba el lector referencias a la vida personal de la escritora. En ella, narraba la historia de una niña, hija de una famosa actriz en Suecia, que mantiene una complicada relación con su padre, un alcohólico con un trastorno mental.

«Siempre he sabido que podía escribir como si me fuera la vida en ello. Me va la vida en ello. La vida no carece de sentido cuando no escribo»

Poeta, autora del libro de cuentos Gran Mal, con los que sedujo a la crítica sueca, con su primera novela, Helioskatastrofen, obtuvo el Premio Mara Kandre en 2014 –«era como si lo hubiera escrito en sueños, y me asustaba de verdad porque tenía la sensación de que no sabía muy bien cómo se hacía eso de escribir. Esa sensación no me ha abandonado nunca, pero puede que me haya acostumbrado a ella un poco», reconoce en su autoficción–.

«Al mismo tiempo que aquello ocurría, resultó que un libro que yo había escrito tuvo éxito. Era desconcertante. Una especie de alegría en medio del dolor al que yo no hacía caso. Publicar libros no es cosa para espíritus inquietos. O al menos para espíritus inquietos en apuro. Al cabo de unos meses, se produjo un ingreso urgente», cuenta sobre su relación con la literatura.

La escritura, de hecho, nunca fue su primera opción. De pequeña, Boström fantaseaba con ser actriz, como su madre, y llegó a solicitar el ingreso en la escuela de arte dramático de Malmö, pero la rechazaron. Curiosamente, cosas del destino, aquel mismo día la aceptaron en una academia de literatura. Fue allí, precisamente, donde conoció a Karl Ove Knausgård.

«Siempre he sabido que podía escribir como si me fuera la vida en ello –confiesa en su novela-. Me va la vida en ello. La vida no carece de sentido cuando no escribo, lo llevo dentro, simplemente espero que el combate y tengo tal capacidad de trabajo que es como si todo mi ser estuviera cantando».

Retrato de Linda Boström por Jasmin Storch cedido por Gatopardo Ediciones

La inerte oscuridad

Diagnosticada con un trastorno bipolar, sin salir del centro psiquiátrico, el personaje de Boström mezcla su propia experiencia, las agujas, la convivencia con otros pacientes con la evocación de algunos de sus recuerdos, a los que accede, en parte, animada por una enfermera preocupada por su pérdida de memoria. «Los niños, decía. Piensa en los niños. Yo empezaba a llorar siempre que me los imaginaba a los cuatro, y a ella le parecía que era muy buena señal», incide. Y es que, por estas páginas que recorren su vida familiar, la escritora evoca sus días familiares. Los buenos y los malos. También el funcionamiento de su enfermedad. «Recuerdo los parques, las playas. Todos aprendieron muy pronto a hablar con frases largas. Y a nadar también. Yo estaba contenta todos los días. No, dirías tú. Te pasabas en la cama una semana entera cada mes».

Y es que la escritora sueca se pone especialmente lírica cuando habla de sus problemas mentales, la soledad que la acorrala y su fuerte depresión. «La inerte oscuridad de la depresión, su nada y su muerte despierta, eso es lo que me espera cuando me hundo más aún –escribe-. Allí donde no hay palabras, donde no hay conciencia, solo ese sueño apático mañana, tarde, noche, y la angustia que envuelve cada célula». Su testimonio, que narró además en un documental radiofónico, es también el reflejo de cómo la enfermedad te aísla.

«Mi enfermedad nos hundía a todos. Era una existencia que él no deseaba. Todo nuestro amor se transformó en un jersey que pica del que había que deshacerse. En cuanto te quitas el jersey, las cosas vuelven a estar bien»

«Estoy sola conmigo misma. No tengo ningún amigo en la ciudad en la que vivo y mi marido me ha dejado –relata en otro momento–. Se cansó de ser él quien mantenía todas las conversaciones con los niños cuando nos sentábamos a la mesa. Bromeaba con ellos un poco más de la cuenta para ocultar el hecho de que yo nunca dijera nada. Ni a la hora de comer ni en general. Salvo cuando me ponía a hablar como si las palabras no fueran a agotarse nunca. Yo estaba mucho fuera. Pasaba muchas temporadas en este hospital. Mi enfermedad nos hundía a todos. Era una existencia que él no deseaba. Todo nuestro amor se transformó en un jersey que pica del que había que deshacerse. En cuanto te quitas el jersey, las cosas vuelven a estar bien», comparte.

Divorciada del prestigioso escritor noruego, Karl Ove Knausgard, conocido por sus seis novelas autobiográficas de la saga Mi lucha, donde narró sin pudor las crisis mentales de su mujer, para algunas de manera cruel y poco empática, la prensa quiso ver en la publicación de Niña de octubre, la propia revancha de Boström, que únicamente se limita a narrar aquella historia, aquel dolor y aquel final.

«Creía que estaba escrito en las estrellas que estaríamos juntos los dos, él y yo. Eso fue lo que te dije –cuenta, cuando me dijiste que querías separarte. Hace mucho que no te comportas como si estuviera escrito en las estrellas, dijiste, y entonces cogimos el coche y fuimos por el campo y estuvimos hablando y casi era verano, todo estaba en flor y en medio de toda aquella sensación de que ahora, justo ahora, se derrumbaban las paredes a mi alrededor. Y en medio de esa experiencia de vida y muerte, pese a todo, algo así como una alegría por esa comunicación contigo. Estuvimos hablando y hacía mucho tiempo que no me hablabas de ese modo. Como si quisieras algo de mí. Fuimos tú y yo por última vez».

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