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Fernanda García Lao investiga los traumas invisibles de la herencia en su última novela

‘Sulfuro’ (Candaya, 2022) es una novela plástica y dúctil con una protagonista afanada en huir de la herencia de la culpa

Fernanda García Lao investiga los traumas invisibles de la herencia en su última novela

Fernanda García Lao | Foto cedida por Editorial Candaya

Fernanda García Lao (Mendoza, 1966) tiene una larga trayectoria como narradora, poeta, actriz y directora escénica, pero su obra se ha construido (y distribuido) mayormente en la Argentina. Autora de tres poemarios, tres libros de cuentos y ocho libros de narrativa, así como de numerosas piezas teatrales, la escritora argentina, tiene, sin embargo, una fuerte vinculación con España, país en el que vivió (en Madrid) entre 1976 y 1993 y donde tuvo lugar su etapa formativa. De ahí que, tras su anterior novela, Nación vacuna (Candaya, 2020) sea éste un momento casi de justicia poética, en el que, al fin, su última novela, Sulfuro (Candaya, 2020) se publica simultáneamente en Argentina y España (en Argentina salió en marzo bajo el sello Emecé). «Tengo dos nacionalidades, dos pasaportes, dos familias… soy bicéfala. Hablo de vos, pero con la zeta», nos cuenta Fernanda García Lao en las oficinas de su editorial, en Barcelona. 

Así, el insertase en el sistema literario español, nos dice García Lao, «era una deuda pendiente que yo pensé que no me afectaba y al venir a España con Nación vacuna me di cuenta de que para nada, de que era algo importante para mí, mucho más de lo que estaba dispuesta a reconocer». 

Su literatura, nos cuenta, se encuadra bastante en la literatura del Río de la Plata, pero es una literatura «permeada por otra cosa, por mi biografía y mi formación, que es española, con lo cual mis lecturas también son otras». De hecho, nos relata que ingresó a la literatura más organizada y canónica argentina algo tarde; hecho que tiene que ver con las bibliotecas de sus padres: la del padre más norteamericana (en la tradición de Faulkner) y rusa (Dostoyevski, Tolstoi), con clásicos, en general, de la literatura contemporánea. Y la de su madre más ecléctica, pero con inclinación hacia lo francés, al teatro del absurdo. Kafka, nos dice García Lao, era su punto de encuentro. El de los tres.

Imagen vía Editorial Candaya

«No hay escritura sin miedo. Un modo de salvaguardarse de la muerte es intentar detener el tiempo en una página. Hay algo ahí de combate»

Lectora temprana de Henry Miller, pronto se dio cuenta Fernanda García Lao de que no había de esquivarle a lo erótico. «Siento que falta en mucha de la literatura seria, en la que se da un rigor y una solemnidad que no me acaban de interesar», nos dice. Por ello sus novelas nunca son fáciles, livianas ni ligeras. En su obra abunda más el miedo que el terror. «El miedo es más existencial y más necesario», nos dice. Y es que «no hay escritura sin miedo. Un modo de salvaguardarse de la muerte es intentar detener el tiempo en una página. Hay algo ahí de combate», sentencia.

Y todo ello informa sus tramas, condiciona a sus personajes. En Sulfuro nos encontramos con una protagonista innominada, sin voz, actante. Un personaje «que se deja afectar, que no huye de las situaciones tremendas que se le plantean y que, además, no tiene tiempo; hay algo de extrema velocidad que me habilita a que ella accione», nos cuenta García Lao. Una protagonista que se puede entender como «un objeto que mueve objetos, que cumple unas rutinas que, en general, se realizan en automático en este mundo, pero con el demonio en la nuca», afirma.

Así, en sus personajes hay un cierto goce en «pasarla pésimo. Eros y Thanatos juntos», afirma. Son como un equipo. Y esta es una de las ideas que se despliega en la novela, la de que el bien y el mal se necesitan. De hecho, «una se construye sobre la otra, como dos espejos», nos cuenta García Lao.

En Sulfuro hay muchos fantasmas, pero no es una novela de fantasmas sino una novela con fantasmas. El matiz es importante porque estos espectros de personas muertas que aparecen en la novela (y que solo percibe la protagonista, aunque afecten al contexto) se pueden considerar visiones, y tienen que ver con la religión católica (muy presente en el texto), con las visiones y el éxtasis y todo ese relato exuberante de la religión católica. Era uno de los objetivos que se propuso Fernanda García Lao para esta novela, el de investigar la manera en la que un espectro puede ser percibido no solo con la mirada sino con todos los sentidos (y, de ahí, el sulfuro del título, que es un olor con el que arranca la novela), pero también la locura de ver. Las alucinaciones y situar a un personaje que pivota constantemente entre la idealidad y la realidad.

Foto: Ale Meter | Cedida por Editorial Candaya.

Yo me nazco

Por otro lado, y también en relación con la religión católica (más como herencia que como programa de fe), en Sulfuro Fernanda García Lao investiga sobre la culpa, porque somos «familia de la culpa, aunque no la tengamos muy identificada -nos dice la escritora argentina-, nos han criado de ese modo». Pero también la relación entre causa y efecto. De ahí la construcción de Sulfuro con un narrador en segunda persona (es la primera novela que García Lao escribe en segunda persona; escribió solo un relato antes en esta voz, «Juicio final», incluido en Cómo usar un cuchillo, pero allá la voz provoca una revisión del pasado y aquí la voz sirve como impulso hacia el futuro, hacia delante).

«Creo que todos somos hereditarios de las soledades que nos preceden»

«Hay algo de esa segunda persona de advertencia, de advertidora que yo la emparentaba con mi trabajo como directora de teatro; instrucciones muy gráficas que dan principio a la tragedia y que sirven para que se entienda quien es uno, dónde está y qué le está pasando», nos cuenta Fernanda García Lao. En este sentido, la protagonista ha sido parida por el discurso de la novela. Y tiene crucial importancia una frase que ella repite y que es leitmotiv de todo: «Yo me nazco». Tiene todo ello que ver con el cuestionamiento que la autora realiza sobre la herencia. Nos dice: «Creo que todos somos hereditarios de las soledades que nos preceden». Y añade: «Una familia es como una suma de soledades».

A García Lao, sin embargo, le interesan menos las herencias evidentes (la genética o la monetaria) y más aquellas otras «que te cuesta mucho reconocer y que vas asimilando a lo largo del tiempo». Herencias que se anudan y sobre las que la autora se pregunta si es posible que nos deshagamos de ellas o acaso de cómo nos rebelamos contra éstas. En este sentido es también una novela sobre matar al padre y a la madre. Con ello, finalmente, Sulfuro acaba siendo una prueba táctil (y plástica) en forma de novela sobre los efectos de la violencia, el deseo y la norma en las personas. 

La literatura como liturgia poética

Fernanda García Lao no tiene claro de dónde le vienen las ideas, porque no las construye conscientemente. Gran lectora de filosofía, pugna, no obstante, por el contagio poético, «en la creencia de que las palabras también generan organismos y se llaman entre ellas», nos dice. Y comenta a The Objective que su trabajo literario se realiza de manera casi biológica. De ahí que Sulfuro se perciba como un ente movible y en constante cambio.

A García Lao le gusta cruzar mundos. Y descubrir a la poesía allá donde se presente. No en vano siempre tiene un libro de poesía que está escribiendo, mientras escribe otras cosas (normalmente suele tener en marcha dos o más proyectos a la vez). Porque la poesía es lo que no está previsto, lo que aparece sin previo aviso. «La poesía también huye -nos dice- pero una vez la capturas, vos sos la captura». Esta forma poética de ver el mundo tiene mucho que ver con «el vínculo muy aceitado con mi inconsciente» que tiene la autora. «Confío mucho en lo que no sé», nos dice, porque aceptar la realidad tal y como la entendemos es muy pobre. Y, de ahí, la escritura de Sulfuro, una novela llena de mundos posibles, raros, cercanos, empero, en la creencia de que «cada uno de nosotros despierta un universo para sí. Tenemos uno compartido, pero no sé cuán compartido es», atestigua García Lao. Y Sulfuro es prueba de ello, de que la realidad no es más que una convención (bastante mísera).

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