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Ana Negri, tabúes de un exilio heredado

La escritora mexicana, hija de exiliados argentinos, explora en Los eufemismos el trauma del desarraigo, la reparación histórica y los afectos materno-filiares

Ana Negri, tabúes de un exilio heredado

Ilustración del libro 'Los eufemismos' (fragmento de portada) | Firmamento

Hija de padres argentinos represaliados por la dictadura, Ana Negri nació en México como consecuencia de este exilio. Editora, aunque llegó a cursar dos años de biología, desde siempre supo que lo suyo eran las letras y acabó doctorándose en Estudios Hispánicos. Los eufemismos es su debut como escritora. Una novela, publicada en España por Firmamento, en la que reflexiona, a partir de la ficción, sobre el trauma del exilio, los afectos, las relaciones materno-filiales, la violencia de la dictadura argentina y, cómo no, el desarraigo. Confeccionada a partir de su propia voz y de las personas que se han cruzado en su camino, esta historia comenzó a tejerse hace muchos años, sin saberlo, a partir de sus propios cuadernos personales. 

«En un momento medio nostálgico me puse a revisarlos -cuenta por videollamada desde Argentina, hasta donde se ha desplazado para participar en la Feria del Libro de Buenos Aires-, como soy editora, supongo que un poco por vicio profesional, empecé a armar rompecabezas, trazos, a hacer trabajo de edición, y me di cuenta de que había líneas comunes a través de muchos años donde aparecían ciertos temas constantes como el exilio y el desarraigo». 

Sin embargo, y aunque defiende el género de la autoficción –«me cuesta pensar que algo no lo sea», advierte-, reconoce que tuvo que desencorsetarse del propio yo para poder avanzar con esta novela que cuenta su historia, en tercera persona, a partir del personaje de Clara. En Los eufemismos, Negri narra la relación entre este personaje y su madre y el inicio de estos eufemismos el día en que a su progenitora le da una crisis y le llaman para anunciarle que está «muy nerviosa». A partir de ese incidente la escritora deconstruye el pasado sentimental de su protagonista, la historia de persecución y exilio de sus padres, y los mecanismos para tratar de enraizarse al mundo. 

Portada de ‘Los eufemismos’ de Ana Negri vía Firmamento

El exilio heredado

Porque, por encima de todo, está el exilio. Es injusto, escribe, cargar con un exilio que ni si quiera se ha vivido. Pero resulta imposible deshacerse de él. «Los exiliados de primera mano lo viven de una manera muy particular, muy cruzada por la nostalgia -reconoce Negri-, pero en estas segundas generaciones, como es mi caso o el de Clara en la novela, donde el país de origen, digamos, ni si quiera se vivió, es una experiencia muy rara. Hay como una especie de fantasía de ese otro lugar de origen que, sin embargo, parece mucho más afín a la crianza que se ha tenido». 

«La idea del exilio heredado no solo es algo que tengo muy asumido, sino que también es algo problemático porque no es fácil para la gente que no está en esa situación comprender que pueda existir un lazo tan profundo -desarrolla-. Se entiende, por supuesto, con los que han tenido que huir de su país, pero con esas segundas generaciones en general no se comprende tan fácilmente ese apego y esa mirada hacia el otro lugar. Me parece un lugar conflictivo y al mismo tiempo muy rico para explorar, en cuanto a la idea de una vida en constante traducción. Tener que estar todo el tiempo haciendo esos traslados de una cultura a la otra, incluso, como es mi caso, entre la mexicana y la argentina, que son dos culturas hispánicas y tienen muchas cosas en común, enriquece, pero no deja de suponer ese conflicto. En su momento fue algo que me dolía o me costaba mucho procesar, pero ahora me parece algo potencialmente creativo».

«La idea del exilio heredado es algo problemática porque no es fácil para la gente que no está en esa situación comprender que pueda existir un lazo tan profundo (…) Me parece un lugar conflictivo y al mismo tiempo muy rico para explorar»

Para ello, Negri juega también con el lenguaje y pone a sus personajes a buscarse en el idioma y en las expresiones propias de su cultura de origen. «No puedo ni pensar en los exilios a países donde se habla otra lengua, la sensación de expulsión y segregación que eso pueda significar. Yo creo que el lenguaje es como el ancla con el que uno se aferra a su cultura. Lo veo en mis padres, por ejemplo, el lenguaje sigue siendo el vínculo que no nos deja romper con el pasado, la memoria o la cuna. Conozco a mucha gente que no ha variado ni el acento. Eso me parece muy bonito. En el lenguaje juegan los afectos y la identidad. También por eso para mí era tan importante en el libro utilizar ese doble vínculo con sus registros», explica.

La violencia burocrática

A partir de las palabras, todo lo demás. Sucede cuando se percibe, por ejemplo, una sutil ausencia, la que marcan las familias que se quedaron atrás, que no están en el presente y que, de algún modo, Negri también aborda en su novela. Durante su estancia en Argentina, la escritora cuenta que precisamente allí, el país de origen de sus padres, a menudo le preguntan por ello. «Hay una ruptura. Cuando uno tiene la familia extendida cerca se puede contar con la gente, bien o mal, hay una red más amplia que va más allá del núcleo inmediato y funciona como apoyo, como parte de la historia y como referencia. Pero esa referencia no existe en el exilio».

Y ante esa carencia, lo que hace el exiliado, recuerda la escritora, es construirse su propia «familia extendida» a través de los amigos. «Se tiene que armar una familia distinta porque no se puede estar en aislamiento, somos seres sociales. Pero es un trabajo muy arduo, más si se construye en una edad madura, con una cultura que no se conoce. Esa es una de las cosas que afectan tanto a exiliados directos como a segundas generaciones que tienen que aprender a moverse en esa nueva red y en esa diferencia muy sutil entre las posibilidades y los límites de la confianza con la familia directa y esta gente que es afecto elegido», recalca.

Foto: José Luis Castillo Borja cedida por Firmamento

En Los eufemismos, la escritora se enfrenta además a uno de los problemas actuales de la democracia argentina y sume a uno de sus personajes en las vorágines de la burocracia ante la posibilidad de un juicio de reparación histórica, una medida con la que Argentina trató de indemnizar a los represariados durante la dictadura.

«Sigo tratando de resolver el tema de los juicios -se sincera-. He conocido a mucha gente que está pasando por ello. Durante el procedimiento tienen que revivir un recuerdo muy doloroso, tienen que ponerlo por escrito, tratar de dar pruebas. Existe una reparación histórica y luego se puede pedir una reparación por lesiones, lesiones que obviamente implican cuestiones psicológicas. Pero lo que es terrible es que para que te acepten ese tipo de reparaciones uno tiene que explicar por qué está mal. Es una constante revictimización que me parece entre absurda y cruel».

«En todas las personas que padecieron la persecución y las violencias de las dictaduras -prosigue-, ya hay un trauma y hay como una especie de regodeo del proceso en ese mismo trauma. Por ello, me pareció necesario plantear esa fragilidad en la que quedan las personas y el tipo de crueldades con las que se tienen que seguir enfrentando. No solo es la violencia vivida, sino que la burocracia y las formas que tiene el estado para aplastar esa reparación lo son también». El trauma, reitera, existe de un modo u otro. «Habrá quienes tengan solamente alguna incomodidad o un dolor muy profundo y hay quienes sencillamente no pueden salir a la calle. Pero dudo mucho que alguien que se haya exiliado tras una persecución pueda no tener un trauma. Es inherente al exilio».

«Habrá quienes tengan solamente alguna incomodidad o un dolor muy profundo y hay quienes sencillamente no pueden salir a la calle. Pero dudo mucho que alguien que se haya exiliado tras una persecución pueda no tener un trauma. Es inherente al exilio»

Es bajo este aspecto donde Negri sitúa la importancia de la memoria histórica. «Ni olvido, ni perdón, ni reconciliación», cita el lema argentino. «Ahora hay toda una línea de negacionismo de la dictadura y hay que hacerle frente y plantear las cosas que sucedieron. Ya hubo un momento, en los 90, donde se hizo mucho trabajo, también desde las artes, con testimonios, documentales o cosas por el estilo que mostraron los terrores y los errores de la época, como para dar cuenta de lo que pasó y que me parece que era necesario. Y creo que ahora hay otro momento».

De alguna manera, continúa, se conocen esas situaciones y se conoce lo que pasó. «Lo que me parece que hemos hecho las personas desde el arte de la segunda generación es más bien buscar formas de reelaborar eso, más desde el lugar del que estamos, muy vinculados con los temas de postmemoria –asegura-. Yo no tengo el testimonio de primera mano pero sí puedo crear algo en función que dé cuenta de aquello, que ya no tienen que ver con una cuestión de historicidad, sino más bien con algo de creación, de arte, y me parece que se juega igualmente la memoria histórica aunque de otra manera».

Foto: José Luis Castillo Borja cedida por Firmamento

De Alejandra Pizarnik a Margo Glantz o Ada María Elflein

Negri que creció viendo los ensayos de teatro de su padre cuando era pequeña, se siente influenciada por esta especie «de ventana a la ficción». «Obviamente para mí era muy fascinante ver todo ese proceso antes de salir a escena, cuando mi papá empezaba a maquillarse. Los ensayos me gustaban más incluso que las funciones. Creo que sí hay ahí algo que sin duda se me filtró, no sabría decir exactamente el qué ni el cómo. Por ejemplo, me han dicho que la novela tiene algo muy dinámico en términos de diálogo, supongo que viene de ahí», reflexiona.

Aunque reconoce que con los años sus inquietudes van cambiando, a quien sí reconoce su influencia de manera directa, al menos en sus lecturas, es a Alejandra Pizarnik, a quien cita ya en el epílogo del libro. «Sé que en Argentina suena desde mucho antes, incluso cuando permaneció un tiempo medio en el olvido, pero en México no existía, no era una figura en el entorno literario. Llegué a ella por casualidad y descubrirla fue como una especie de ventana a otras lecturas. Ella me llevó, por ejemplo a Valentine Penrose, que es una poeta medio ignorada del surrealismo y eso me llevó a escarbar en todas esas mujeres olvidadas del surrealismo. Pizarnik también me presentó también Witold Gombrowicz». Polaco, exiliado en Argentina, de él destaca Negri su particular sentido del humor. «También está en esa línea de los extranjeros inadaptados que ven cómo arreglárselas en el mundo».

Como editora, la escritora ha prologado además las obras de Margo Glantz –Cuerpo contra cuerpo– y de Ada María Elflein –Por los pueblos serranos-. Sobre la escritora mexicana, de origen ucraniano, destaca que es «una escritora enorme» y «una de las mejores lectoras que tenemos hoy en día». Para aquel trabajo, Negri buceó entre toda su bibliografía -«tiene una cantidad vastísima de ensayos», advierte- y trató de armar «unos vasos comunicantes» entre sus textos para ofrecer una propuesta de lectura. «Fue un trabajo que disfruté muchísimo, pero fue agotador. Margo es encantadora así que fue bastante bien en ese sentido porque pudimos conversar muy bien y además ella es generosísima».

En cuanto a Elfein «ella es la primera periodista argentina reconocida como tal y además tiene la particularidad de que le encantaba hacer viajes por la Argentina ignota, en un momento donde no había carreteras todavía por ciertas regiones y que había que cruzar a mula o que había que subirse las enaguas y andar el monte arriba. Ella no tenía empacho en hacer ese tipo de cosas y lo hacía sola o con amigas. Me pareció una figura de una fuerza que había que destacar en esta época. No dejaba de ser una mujer de la sociedad con ciertos privilegios y una visión bastante privilegiada en ese sentido, pero me gustaba mostrar esa fuerza por un lado, rescatando sus crónicas de viaje, y, por el otro, esa visión de una Argentina en vías de desarrollo de principios de siglo XX».

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